MEMORIAS DEL
MILAGRO
SANADO POR
CRESCENCIA
Daniel Paternó
Editorial CONVIVENCIA CON DIOS
Buenos
Aires
Argentina
Rector Santuario de María del Rosario de San Nicolás
San Nicolás, 7 de enero de 2015
He leído con particular detenimiento el libro de Daniel Paternó sobre su milagrosa curación física, a partir de la intercesión de la Beata María Crescencia Pérez.
Durante
30 años en el Santuario de María del Rosario de San Nicolás y en torno a la
Beata María Crescencia he escuchado cantidad de testimonios de casos milagrosos
de curaciones o gracias recibidas. Este caso, sin embargo, quizás por lo
detallado de su relato me impactó particularmente, al conocer los detalles ya
olvidados por mí, o totalmente nuevos que ciertamente desconocía porque conocí
el milagro desde que se produjo.
Daniel ha querido tener la bondad de invitarme a
prologar este libro y lo hago con inmenso gusto, más allá de las limitaciones
que pueda tener en la exposición.
El
milagro es un hecho sobrenatural que escapa a toda explicación científica; de
repente ocurre algo insólito que en el caso de la salud, la ciencia no puede
explicar y está unido, como fruto propio, a una honda experiencia de oración,
en la cual con mucha fe y mucho fervor se estuvo pidiendo esta gracia.
Un
milagro es consecuencia de la fe y de la oración y no al revés; Jesús en
Nazaret no pudo hacer muchos milagros por la falta de fe de sus habitantes. La
fe es un don, una virtud que Dios nos regala el día del Bautismo. Cuando la fe
es grande “mueve montañas” y por la fuerza de la oración ocurren misteriosas
respuestas de Dios al hombre creyente. Esas respuestas a veces implican la curación de una enfermedad pero
simultáneamente despiertan o profundizan la fe de la persona enferma.
Este
acontecimiento que nos ocupa es fruto de la fe y es causa de una fe más intensa
en quienes se han beneficiado con el mismo.
Daniel
Paternó tenía fe, pero durante y después del milagro la acrecentó notablemente;
puso a Dios definitivamente en el primer lugar de su vida y adquirió al modo de
San Agustín una clara conciencia de su pequeñez y pobreza, que se manifestó en
el reiterado deseo de confesar sus pecados; eso hace pensar, leyendo el libro,
que Daniel nunca se sentía suficientemente purificado para pisar el sagrado
recinto del misterio del amor de Dios que se derramó en su vida.
Dios
nos impacta, nos conmueve, nos deja extáticos y su bendita grandeza nos hace
siempre conscientes de nuestra bendita pequeñez, que es la puerta por donde Dios
puede entrar en nuestra vida.
Daniel,
digamos también, como consecuencia fundamental de su curación, no guardó para
sí el regalo recibido sino que como la samaritana del Evangelio, fue corriendo
a decir a sus familiares y amigos lo que Dios había producido en él. Por
supuesto, al actuar con la fuerza del apóstol y por lo tanto asistido por la
gracia, su palabra produjo conversiones, acercamiento a Dios, reencuentro con
el amor infinito del Padre.
Los
dones que recibimos están orientados a que sean participados a nuestros
hermanos para que crezca la familia de Jesús en número y calidad cristiana.
Me
llamó mucho la atención, leyendo este libro, la curación en cadena que se
produjo en el Hospital Británico cuando prácticamente en forma simultánea
quedaron curados varios enfermos de leucemia. Es que Dios no tiene límites en
sus dones y lo que ocurre muchas veces es que no pedimos o pedimos mal, sin fe,
distraídos, sin la confianza de que Dios como Padre quiere que le pidamos y nos
responderá. Aquí se produjo, gracias a la fe profunda de quienes oraron, una
curación similar a la que hizo Jesús a los diez leprosos que se le presentaron
pidiéndole que los curara, como nos narra el Evangelio.
Quiero
también manifestar los misteriosos caminos de Dios, que nos otorga a todos de
diversas maneras la capacidad de interceder para conseguir determinadas
gracias. Dios puede resolver todo Él solo y en un instante. Sin embargo, quiere
hacernos partícipes de una mediación semejante a la de Cristo Mediador y nos da
la oportunidad de interceder como Jesús y subordinados a Él, que es el único
absoluto Mediador ante el Padre.
María
como nadie fue hecha mediadora ante el Mediador y por eso su oración es tan
poderosa que los santos la llaman “la omnipotencia suplicante”. También
conocemos el poder de intercesión de los ángeles y de los santos.
Aquí
particularmente tuvo comienzo el proceso de curación de Daniel, con una gracia
de María en su Santuario de San Nicolás y continuó con la eficaz intercesión de
la Beata María Crescencia Pérez a quien sin duda el Señor ha convertido en una
“santita milagrosa”. Ella fue grande en su amor a Dios y al prójimo, su humildad
fue profunda y su oración transformante. Sepamos entonces acudir a María, a los
ángeles y a los santos, porque son felices ayudándonos. Decía Santa Teresita
antes de morir: “pasaré mi cielo haciendo
el bien en la tierra”.
La clara conciencia del poder de intercesión de María Crescencia nos lleva a invocarla con verdadera fe, para que se haga realidad en corto tiempo su canonización, para Gloria de Dios y crecimiento espiritual de sus hijos.
A Leticia, mi esposa,
a mis hijos,
a mis padres
y a mis queridos suegros que ya están en el cielo…
INTRODUCCIÓN
Cuando ya había terminado todo el libro testimonial que quiero
regalarles a continuación, la Hermana Yolanda, correctora, profesora de lenguas
y asesora de la edición de esta obra, junto a su calificado equipo, me dijo:
“Daniel, muy lindo todo tu testimonio; nos parece que podemos aceptar esta obra
para publicar, pero le falta algo. ¿Qué le falta? le dije; he escrito este
testimonio con todos los detalles que mi memoria me permite recordar; no encuentro
nada que pueda faltar.
Hermana Yolanda, entonces, me dijo: ¡Te has olvidado de
contarnos, especialmente a los que no la conocen, quién es María Crescencia!
¡Oh, grave error! ¡Me había ensimismado en el detalle de mi
testimonio pero me había olvidado de contarles a muchos, la maravilla que
representa María Crescencia para todo el mundo cristiano hoy!
Hermana Yolanda tenía razón y por eso al inicio he agregado
una breve reseña sobre…
“SU
SECRETO”
¿Qué significa el ejemplo de
Crescencia en el mundo de hoy?
Parafraseando a Juan Ramón Jiménez
y recordando esa obra maravillosa que escribió y que todos alguna vez leímos en
la escuela, dedicada a su gran amigo Platero, puedo decir que María Crescencia
es hermosa, delicada y suave... Tal vez como la flor de la violeta que tanto
gustaba y disfrutaba y que tantas veces aparece para decorar y perfumar, su
propia vida… y también la nuestra.
A ella se la conoce como la Violeta del Huerto, y se han escrito
muchas páginas relacionándola con esta flor hermosa.
Muchas veces traté de descubrir
cuáles fueron las virtudes heroicas de
María Crescencia para alcanzar la santidad y siempre llego a la misma
conclusión: el ejemplo de Crescencia nos hace descubrir aquello que aprendimos
en el Evangelio, tantas veces reiterado por Nuestro Señor: “Dios eligió a los pobres de corazón, a los simples y humildes, a los
pequeños, para revelarse y para hacernos
conocer su gran misterio de amor salvífico”. Quiso
ocultar a los sabios y poderosos y a los ricos, este misterio de redención: ¡la locura de la cruz! Y el sacrificio, como regalo de santidad,
como camino revelado “gratuitamente”
a quienes humildemente se lo piden. Esto es parte del gran secreto de María Crescencia... una vez más, revelado a
nosotros a través de su testimonio.
¿Cuál es, finalmente su secreto y
la esencia?
Ella
siempre quiso y soñó con ser santa... ¡Este es su secreto!
Tanto lo pidió que se olvidó de sus
propias necesidades para consagrarse como simple monjita, maestra de labores,
dedicada a los enfermos y a los niños, donde encontró su camino al encuentro de
Jesús con la simpleza de su vida y la entrega a sus hermanos.
Esa entrega de amor a los
necesitados, finalmente le regalaría la cruz de su enfermedad, contagiándose de
aquellos mismos a quienes tanto ayudó, alcanzando la muerte a tan temprana edad
por su entrega a esas almas sufrientes que con amor atendía. Es increíble poder
descubrir que a muchos santos, Jesús les regala esta cruz de amor, que es
llegar a la muerte a través de su propia entrega a los demás. Esto se ve ahora
también en otros testimonios como el del pronto Santo Cura Brochero, quien
también enfermó de lepra, contagiado de sus amados enfermos a quienes él mismo
servía y dedicó parte de su vida. María Crescencia también entregó su salud en
el servicio a los demás y esto la condujo al encuentro con el Amado, sirviendo
a todos sus enfermos a quienes atendía.
La violeta es una flor pequeña del
campo, ¡pero de las más hermosas y de mayor perfume que Dios ha creado!
Crescencia amaba las violetas.
Muchos han ponderado las violetas,
su perfume y su color...
Pero es simple, pequeña... muy
frágil... Dios nos regaló la violeta, como a Crescencia, para alegrar nuestras
vidas y coronar de hermosura su Creación.
Estas son las sencillas virtudes
heroicas de Crescencia simplemente ser violeta, como la flor. En muchos libros
se hace mención a la violeta como
signo y símbolo de ella.
¡Ser violeta en un mundo tan temido
y temerario!, en un paisaje tan desolado, complicado y gris, que representa
nuestra realidad, hoy.
Ella es una violeta más, creada y
sostenida por el Creador, plantada y cultivada para nosotros. ¡Con la
fragilidad, la pequeñez y la hermosura que significa ser una esa flor!
Aprendamos a descubrirla también
nosotros, sin pisarla y cortándola suavemente para llevarla a nuestro hogar
como perfume de nuestras vidas. Tal vez con su ejemplo, si podemos imitarla,
nosotros mismos encontraremos el camino de la santidad en nuestro simple deber
de estado o quehacer de cada día entregado con amor y sirviendo a los demás.
Una de las pocas fotos
que se disponen
de María Crescencia
Pérez
HISTORIA
A continuación, una breve reseña de
su vida para que la conozcamos un poco.
María Crescencia Pérez nació en San
Martín, Provincia de Buenos Aires el 17 de agosto de 1897, en el seno de una
familia de fuertes creencias religiosas cristianas. Sus padres Agustín Pérez y
Ema Rodríguez, eran inmigrantes originarios de Galicia, España y se radicaron
primero en la provincia argentina de Córdoba, donde se casaron en 1889, para
luego emigrar por un corto período a Montevideo, Uruguay, debido a una escena
política convulsionada.
Más conocida como Crescencia, su nombre secular era María Angélica Pérez. Fue una monja argentina perteneciente a la congregación de las Hermanas del Huerto.
En Uruguay tuvieron cuatro hijos,
dos de los cuales murieron al poco tiempo. Regresaron entonces a Argentina y tuvieron
allí a María Angélica y después a sus hermanos Agustín, Aída, María Luisa, José
María.
El 31 de diciembre de 1915 ingresó
en el Noviciado de las Hermanas del Huerto en Buenos Aires y tomó los hábitos
el 2 de septiembre de 1918. Durante sus primeros años como hermana, se dedicó a
la enseñanza de labores y catequesis en la Escuela Taller adjunto a la Casa
Provincial y en el Colegio del Huerto de Buenos Aires.
En 1925 se trasladó a Mar del Plata
para atender a los enfermos, donde se contagió de una gravísima enfermedad
pulmonar y sus superioras la trasladaron a Vallenar (Chile) en 1928. Su
enfermedad se agravó y después de tres meses en el hospital, falleció el 20 de
mayo de 1932, con 35 años de edad.
Estuvo enterrada en el cementerio
de Vallenar, con fama de “santita”
por los muchos milagros atribuidos a su intercesión. Cuando en 1966 su cuerpo
fue repatriado a la Argentina, se lo encontró totalmente incorrupto y en
perfecto estado de conservación, como signo del misterio que Dios nos tenía
reservado a través de ella.
Este hecho, junto con los varios
episodios milagrosos anteriormente mencionados, hizo que se iniciara la causa
de su beatificación, dando origen a esta devoción, para bien de los argentinos
y del mundo entero.
En 1986, los obispos y el obispo de
Copiapó, Don Fernando Ariztía, decidieron abrir su proceso de beatificación.
Hoy, la canonización está en pleno proceso a la espera de nuestras oraciones y
de nuevos milagros para lograrlo.
El 17 de noviembre de 2012 (casualmente,
el mismo día de mi cumpleaños y 20 años después del milagro), fue beatificada
en Pergamino, provincia de Buenos Aires, por el cardenal Ángelo Amato, enviado
especial del papa Benedicto XVI y el arzobispo Estanislao Esteban Karlic.
Su cuerpo se encuentra hoy en la
Ciudad de Pergamino, en la capilla de las Hermanas del Huerto, Q donde puede
ser visitado. Allí es venerada y sigue intercediendo por nosotros.
Que el Señor nos conceda la pronta gracia de incluirla ya canonizada junto a María Santísima y su gran amado Sagrado Corazón de Jesús.
Si Dios lo
permite, María Crescencia podría ser tal vez algún día, la primera santa
argentina. ¡Que así sea!
Agosto de 1992
Las crónicas de esta obra, respetan la cronología y las fechas
en que fueron escritas por primera vez, y se remontan al año 1992, precisamente
en el mes de agosto, cuando escribí, recordando inmediatamente los hechos y salí
con vida, luego de mi internación en el Hospital Británico de Buenos Aires,
tras haber sufrido leucemia aguda
mieloide, totalmente sanado a través de la única intercesión de, María
Crescencia Pérez.
El guion original de estas memorias, no ha sido modificado en
su lenguaje general, solamente ampliado con mi experiencia de vida transcurrida
veinticuatro años después y a la luz de lo que ha sido para mí un camino de
conversión en esa escuela de
espiritualidad que es la Comunidad
Convivencia con Dios, donde me he formado como cristiano, a quien y a
quienes, sus integrantes, debo en gran parte lo que soy, todo lo bueno que Dios
pudo poner en mi ser, gracias a la intercesión y oraciones de mucha gente que
me quiere y que me ha acompañado y enseñado en este camino.
He querido ser fiel y mantener el manuscrito que escribí
cuando tenía 35 años. Hoy ya he cumplido mis 58 años y no queda nada, ninguna
secuela de esa enfermedad terminal, solo recuerdos de “mis días de milagro… sanado por Crescencia”.
¿Por qué escribo estas líneas? Primero como agradecimiento a
Dios porque a través de sus santos, nos permite disfrutar de sus obras y nos
alienta también a la santidad, porque con el poder de la oración y la entrega y
exponiéndonos a la gracia podemos ser sanados por Él y esto no podemos
callarlo. También escribo porque Jesús quiere a través de la intercesión de sus
elegidos como lo es Crescencia, con su vida sencilla de amor y obediencia,
acercarnos a Él en el ejercicio de las virtudes y la fe.
Escribo estas líneas porque pienso que también hoy se renueva
la letra de ese cántico de esperanza: “Puede
hacerlo por ti, ya lo hizo por mí. Su gran poder es el mismo hoy, no cambiará,
seguro estoy. ¡Si Dios ha hecho un milagro… puede hacerlo otra vez!¨ Amén.
El escrito del año 92 comienza de esta manera, con estas
palabras y oración al Espíritu Santo.
¡Santo Espíritu de Dios, ven a iluminarme en este momento,
para que no sea yo sino tú quien escriba estas palabras y el testimonio de la acción
de la Santísima Trinidad en nosotros!
“Al padre Alberto Ibáñez
s. j., a la Hermana Josefina Nuhedu (gran inspiradora de esta obra, compañera
en mi camino y postuladora general de la causa de canonización de la Hermana
Crescencia Pérez) y a mi esposa Leticia, quienes hace años me hicieron conocer,
por caminos diferentes, al Señor”. Esta
fue la dedicatoria original del escrito, a días del milagro. Hoy debo además
nombrar a mis hermosos tres hijos que Jesús nos regaló. Tomás, quien vivió con
nosotros esos días con tan solo dos años y medio, a María del Rosario, mi hija,
a quien en este escrito nombro como el bebé de la panza, dado que no había
nacido todavía, tenía casi ocho meses de gestación y lleva hoy el nombre de la
Virgen y a Juan Marcos, que nació en el año 1995, y que lleva el nombre del
primer evangelista. Hoy ellos tienen ya 26, 23 y 21 años. Hoy agrego a mis
padres que me acompañaron en todo momento, mi hermana y también a personas que
ya no están, mi querida Mita, mamá de
Leti, quien ya descansa en los brazos de Jesús y desde el Cielo acompaña como
siempre todos nuestros pasos y es una luz que con su intercesión, ha iluminado
mis escritos.
El relato se escribe algunos pasajes en tiempo presente y otros en tiempo pasado para respetar las vivencias de esos días, en el marco de mi vida familiar y profesional.
MEMORIAS DEL MILAGRO
Sábado 25 de julio: la
“misericordia” de María
Ese día, alrededor de las cinco y
media de la mañana, nos despertamos con Leti (Leticia, mi esposa), Tomás, mi
primer hijo y el bebé de la panza; preparamos nuestras cosas y buscamos a Mita,
que nos esperaba ansiosa para encontrarnos con nuestra Madre María del Rosario
de San Nicolás. Ese día, como todos los 25 de cada mes, el pueblo se reuniría
en esa hermosa ciudad a orillas del Paraná para venerar a María y nosotros no
podíamos faltar para agradecer tantas cosas que la Virgen nos había dado por su
intermedio; el milagro del bebé de la panza de Leti (que yo no creía en mi
interior que fuese un verdadero milagro; cuento que no podíamos tener hijos y
Jesús nos regaló en adopción a Tomi, nuestro primer y hermoso bebe), el auto
que Dios nos había regalado hacía poco, el hermoso departamento y también el
trabajo que no faltaba sino que hasta llenaba demasiado mis horas.
Al salir del
centro de Buenos Aires, visitamos el Colegio Nuestra Señora del Huerto, donde
estoy realizando obras, y nos entregaron un paquete para llevar a sus Hermanas
que residen en San Nicolás, con documentos para la Beatificación de la Hermana Crescencia Pérez, que tanto
tendría que ver con mi sanación. La Madre Josefina, superiora en dicho
Instituto de Independencia y Rincón, nos encomendó y salimos al encuentro de
María por los caminos del Señor.
Cantamos, oramos, rezamos el
Rosario y le pedimos muy especialmente a la Virgen que nada se entrometiera en
nuestro camino y todo el día fuese santo, dedicado al Señor, para que Él obrara
por medio de María grandes cosas en nosotros. Esta hermosa forma de orar
cantando y de expresar nuestra alegría en los viajes que aprendimos en la comunidad
Convivencia con Dios, nos hizo llegar con mucho fervor y esperanza para recibir
grandes gracias en la ciudad de María.
El encuentro con la Virgen del
Rosario en San Nicolás fue sencillo, como siempre. Primero pasamos por la casa
de Gladis Mota, la vidente a quien la Madre se aparece visiblemente y le
dejamos en su puerta nuestras peticiones, como hace la gente. Recuerdo algo de
lo que escribimos, entregando a nuestros hijos y nuestro amor en sus manos
protectoras y también a nuestros padres y hermanos. Inmediatamente seguimos
para la Basílica, que “estamos” todos los cristianos construyendo muy cerca de
ahí en el campito[1].
Mi cámara registraba, como inquieto
e interesado turista, el desfile de la gente que con tanta fe y temor de Dios
se acercaba para honrar a su Madre. Como todavía no había mucha gente, pudimos
ubicarnos muy cerca de la Virgen para celebrar la misa que cada hora se
realizaba en esos días. Qué hermoso haber aprendido en las Convivencias con
Dios que lo más importante en la vida de una
persona creyente es la Eucaristía. Así, cada oportunidad de encontrarnos con
Jesús Sacramentado es un momento único y permanente en la vida de cada uno.
En San Nicolás
estuvimos hasta después del mediodía; me doy cuenta ahora que allí la Virgen se
manifestó junto con su hija Crescencia
porque luego de dejar San Nicolás y después de visitar a nuestros parientes en
Rosario y Cañada Rosquín en Santa Fe, emprendimos el camino de vuelta y ya en
Buenos Aires, comenzaron los síntomas de la enfermedad que luego se revelaría
como terrible más adelante. Dios, a través de su Madre y de Crescencia,
comenzaba su plan para manifestar su Gloria en mí persona y en los que me
rodeaban, aunque nosotros aún no nos habíamos dado cuenta.
[1] Agrego ahora, 22 años después, que es increíble como ya la Virgen nos estaba llamando y eligiendo especialmente, dado que algún tiempo después de la sanación, terminé trabajando en el cuerpo profesional de arquitectos para la construcción del templo. Pero no quiero detenerme ahora en este detalle, ya que comentaré estos hechos más adelante.
Lunes 27 de julio
El lunes mismo, luego del regreso,
retomamos nuestras tareas habituales en el trabajo y en la vida diaria pero yo
me sentía un poco cansado y también notaba que mi cara tenía alta temperatura;
no tenía fiebre sino una sensación superficial de temperatura. Comencé a notar
que mis encías sangraban, pero pensé que era algún problema odontológico, dado
que hacía tiempo sentía las encías sensibles y ya había hecho una consulta a mi
odontólogo. También pensé que podía tratarse de stress o presión alta, pero
cuando en la noche del lunes me desperté con coágulos de sangre en mi boca, me
asusté mucho. Recién el día martes, al repetirse los síntomas anteriores, le
conté a Leticia lo que me estaba pasando y le mostré mis encías, descubriendo
también que tenía un sarpullido intenso en las extremidades inferiores y en mi
mano izquierda, moretones en diferentes partes del cuerpo y los coágulos tan
extraños que por la noche se mantenían y me despertaban en todo momento, por la
sensación tan fea en mi boca.
Miércoles 29 de julio
El día
miércoles desperté con todos los síntomas descriptos, pero además tenía en mi
boca una ampolla de sangre en el costado izquierdo que no cicatrizaba; fue
cuando le comenté a Leticia que haría una visita al médico para que me recetara
algo, pero antes consultaría a mi cuñada María Elisa, que es odontóloga, la
cual me dijo que esos síntomas no eran odontológicos y convenía consultar al médico clínico.
A las tres de la tarde, hora de la Misericordia del Señor, me dirigí al
Hospital Británico donde, luego me enteré, se encuentra, el mejor equipo de
hematología del país. Unos días antes la Virgen me mandó a la obra del colegio
que estamos haciendo para las Hermanas del Huerto, una inspección del área
municipal de seguridad e higiene que fue, como verán más adelante,
providencial. La obra que estoy realizando coincide con el espacio, edilicio
donde María Crescencia solía
pasearse en sus días de juventud, enseñaba allí labores, atendía a sus chicos y
justamente el mismo lugar que Dios eligió para que yo comenzara esta
experiencia tan carismática y milagrosa y también mi relación con ella. Allí,
como les contaba, unos días antes vino casualmente, una inspección de higiene y
seguridad en el trabajo pidió realizar exámenes pre-ocupacionales para dos de
los operarios que trabajaban allí. De esta manera, buscando una clínica
laboral, ese día fui a las 15 hs.,
recalco la hora de Jesús Misericordioso, al Hospital Británico para
entrevistarme con la encargada de esa área. Lo hice tomando previamente un
turno para el Doctor Tombeur, clínico de guardia ese día por la tarde. Es
significativo resaltar que tenía el turno previamente pedido solo para mis
muchachos, Antonio López y Mario Vega, y eso hizo que eligiera “por casualidad”
al hospital Británico y mucho más significativo es que una semana después se
realizaron los estudios solicitados por la municipalidad y nunca, volvió el
inspector a la obra. Parecería que el tema de los informes el Señor lo
instrumentó solamente para que fuera atendido en el Británico. Lo cierto es que
gracias a ese inspector, me atendieron en el Hospital sin turno, como si fuera
que ya me estaban esperando o como si alguien hubiese preparado un lugar para
mí.
Yo portaba mi
impermeable azul, mi maletín y mi rollo de planos y durante el tiempo de espera
hacía anotaciones en mi agenda; en ningún momento se me ocurrió rezar el
Rosario o meditar. Por aquellos días yo estaba bastante sumergido en las cosas
de mi trabajo y poco espacio me quedaba para ocuparme de mi Señor. A pesar de
todo, siempre quería crecer en mi oración personal y en el ejercicio de las
virtudes que había aprendido en las
Convivencias con Dios. Ahora, a la distancia, veo cómo Jesús se encargaría de
transformarme y hacerme volver a una vida cristiana con mayúscula a través de
un lindo susto y una gran poda.
A las 19 hs.,
luego de seis horas de espera, el médico me recibió en su consultorio
preguntándome qué sentía. Yo le respondí: “Nada doctor. Solo pienso que tengo
un poco de stress, o tal vez presión alta, porque mire”… y le mostré mis
piernas, mis encías, la llaga de mi boca y los moretones. Luego de revisarme en
la camilla me dijo que lo mío era un problema en la sangre, que el bazo lo
tenía muy agrandado y mi hígado también; nada tenía que ver con lo que yo suponía.
Y añadió: “Lo suyo puede ser una pavada, como también puede ser algo serio;
tiene mucha suerte de que en este momento esté todo el equipo de hemoterapia
reunido; parecería que lo estuviesen esperando, dado que a esta hora encontrar a los cinco hematólogos del Británico
aquí es casi imposible”.
Esta es otra de
las pruebas de que María Crescencia me estaba esperando. El médico continuó: “Le
haremos un frotis periférico y le diremos qué es lo que usted tiene”. Inmediatamente
se comunicó con el Doctor Eduardo
Bullorsky, jefe de Hematología del hospital, le describió telefónicamente el
cuadro y luego de colgar me hizo pasar a otro consultorio donde me recibió el Doctor
Cereseto para pincharme el dedo y sacar una muestra de mi sangre periférica.
Eso era el frotis que me anticipó el clínico.
Veinte minutos estuve esperando el resultado, ese tiempo fue muy largo y
debo confesar que me acordé de Dios, porque temía algo serio. En mi interior me
sonaba la palabra SIDA, lo único que me imaginaba como problema serio en la
sangre. Me acordé de la contemplación de Jesús en el Huerto, solo,
desasosegado, buscando respuestas, casi abandonado, esperando lo peor. No
obstante, acompañado por Él, mi Jesús.
Cuando estuvo
listo el análisis, el Doctor Tombeur, se acercó al consultorio donde yo
aguardaba y me dijo: “Paternó, lamento decirte que los estudios han confirmado
que se trata de una enfermedad seria en la sangre”. Yo le dije que enfermedades
serias conocía dos: SIDA y LEUCEMIA, a lo cual él me tomó del hombro con su
mano derecha y me respondió que no se trataba de SIDA pero que el informe me lo
tenían que dar los hematólogos en forma personal, ya que era serio. Recuerdo
que mientras estábamos anteriormente en el consultorio de él, me comentó, al
insistirle yo de que se trataba de presión alta pidiéndole que me la tomase, él
me contestó: “No te tomo la presión porque desde ya que la tenés bien, lo que
vos tenés es algo en la sangre, ¿no ves que no tenés coagulación”?
Ahí me di cuenta
que no tenía salida: Pronto tendría que vivir momentos difíciles en mi vida, a
los cuales, seguro, no estaba preparado.
Con estos
informes, mi vida se desmoronaba en unos pocos minutos. Pensé que estaban
equivocados: "¿Cómo a mí, con mis 34 años de edad?", la misma edad
que tenía María Crescencia cuando pasó de la vida terrena al Cielo, 34 años los
míos. Igual que Crescencia, que pasó a la
santidad luego de su fallecimiento, 34 años después, cuando descubrieron su
cuerpo incorrupto y manifestando de esta manera la gloria de Dios en ella.
Menciono estos detalles porque es interesante descubrir señales en los hechos
vividos.
Yo me veía a mis
34 años, lleno de vida, de salud, de
éxito, con mi hijo Tomás, de dos años y medio, que fue un regalo maravilloso de
Dios y tan esperado, a través de la adopción, mi señora esperando un hijo a tan
solo un mes y medio por nacer. En ese momento no sabía que sería luego nuestra
hermosa hija, María del Rosario, mi primera y única niña, a quien le pondríamos
el nombre de la Virgen, en honor a ella, hoy ya tiene 22 años de edad y ya casi
recibida en Administración de Empresas. Toda una bendición del Señor. Tomás
casi arquitecto y mi tercer hijo, Juan Marcos que lleva el nombre del primer
evangelista, en honor a lo vivido en la Convivencia con Pablo, donde conocimos
la historia de este sobrino de Bernabé, que acompañó al santo en sus últimos
momentos y escribió el primer Evangelio de Jesús. Juan estudia Arquitectura
Naval. Todos, milagros del Señor y, seguro, milagros que contaron con la
intercesión de María Crescencia para que ocurrieran. De hecho, solo teníamos a
Tomás, y Leticia con su panza me hizo pensar que los médicos debían estar
equivocados; ¡no podía ser! Pero en mi interior sonaba la verdad y mi corazón
latiente que golpeaba con una grandísima angustia hacía difícil mantener mis
ojos secos. Mis lágrimas asomaban en mis ojos y no podía contenerlas, porque no
me cabía que a mí pudiese pasarme eso.
En Hemoterapia fui
recibido por un equipo, que fui conociendo con el correr de los días: el jefe,
Doctor Bullorsky, la Doctora Claudia Shanley, el Doctor Cereseto, el Doctor
Stémelin y la Doctora Mónica Puppo. Ésta última sigue siendo amiga nuestra y la
seguimos viendo y frecuentando muchos años después.
El Doctor
Bullorsky tomó la palabra con gran autoridad:
“Daniel, yo soy el responsable de este equipo, te cuento que estás en el mejor
lugar y con la mejor atención. Lo que vos tenés es leucemia aguda, una
enfermedad muy seria que hemos detectado en tu sangre: Además, no tenés
plaquetas, que son las células encargadas de realizar la coagulación sanguínea
y detectamos un gran número de células malignas que se verifican en el frotis
periférico que te hicimos. Hoy en día la leucemia puede ser atacada con mayores
probabilidades de éxito que en otros años. Si vos hubieses tenido esto hace
unos años atrás, te digo que ya estabas condenado, pero hoy puedo hablarte de
un tratamiento de aproximadamente cinco años, un mes mínimo de internación al
principio para ver como evolucionás con la quimioterapia y con la posibilidad de
un trasplante de médula ósea -por ejemplo, con tu hermana-, podés tener un 60%
de probabilidades de vida. Esto es una lucha en donde tenés que poner lo mejor
de vos mismo.
Te daremos asistencia psicológica, si la necesitas.
Te cuento que a un anciano o a un niño se le miente, pero a un adulto de 34
años como vos, solo se le puede decir la verdad: va a ser difícil el proceso,
tendremos que hacerte punciones de médula que serán muy dolorosas, el tratamiento
será largo y severo, se te va a caer el cabello, perderás peso y seguro te vas
a enfermar de muchas otras cosas porque quedarás sin defensas.
Si vos querés, podés irte del país a tratarte en
Estados Unidos o Europa, pero te cuento que existen normas internacionales de
tratamiento y hoy en día es lo mismo un tratamiento en París, en Londres, en
Nueva York o en Buenos Aires. Yo te recomiendo que no pierdas un minuto, y que
nos permitas comenzar con el tratamiento ya. Necesitamos que quedes internado
esta misma noche porque mañana por la mañana debemos realizarte una punción
medular para extraerte una porción de tejido para saber perfectamente que tipo
de cáncer es y cuán avanzado está en tu médula”.
Aprendí, a la luz
de las Convivencias con Dios, que uno debe prepararse a aceptar la voluntad de
Dios, aún en los peores momentos y con la peor perspectiva, sabiendo que el
Padre jamás nos abandonará. Estaba comprendiendo en carne propia eso que había
incorporado y enseñado a tantos conviventes: “El dolor a la luz del Calvario”,[2] que nosotros podemos completar de
alguna manera lo que falta a la Pasión de Cristo y que nosotros mismos podemos
transformarnos con nuestro testimonio de aceptación del dolor y la prueba, en
otros Cristos también, si aceptamos la cruz que Él, con amor, nos ofrece. Tal
vez esto es lo más difícil de aprobar, pero es el camino real que Dios nos
presenta para crecer también nosotros mismos en las virtudes y con humildad, en
un camino de unión con Dios y de santidad.
Los médicos me tomaron
con mucho cariño y me revisaron nuevamente de punta a punta. Luego me
permitieron avisar a mi esposa que debía quedarme internado. Me pasaron por
admisión y me acompañaron a la habitación donde debía permanecer durante todo
el tratamiento, aislado por temor al contagio cuando bajasen mis defensas.
Barbijos, guantes, camisolines… todo un equipo especial para acercarse a mí….
No estaba preparado para esto.
Yo me senté en una
silla, me ofrecieron un calmante que tomé por cumplir con los médicos pero que
no me hizo nada, dado que mi estado de angustia era muy grande y me resultaba
difícil contener el miedo. Solo, en la habitación me di cuenta de que no me
quedaba otra alternativa que aferrarme a Dios y ahora aplicar todo lo que con
Leti enseñamos en las convivencias y que aprendimos en años anteriores. Ahora llegaba la hora de ponerlo en práctica.
No había alternativa: era realmente un verdadero desafío de fe y esperanza.
Entonces le pedí a
Jesús que Él viniera a mí para calmar mi angustia, que por sobre todas las
cosas me hacía pensar en el bebé de la panza y en mi hijo Tomás, quien ahora
que tenía un papá, pero finalmente lo podía perder… Esto me castigaba y me
hacía llorar mucho, no tanto por mi suerte, sino porque Tomi y el bebé de la
panza podían perder a su papá. Recordé en ese momento que en mi maletín tenía
una imagen de la Virgen de Luján que un niño me había entregado en el colectivo,
justo cuando iba al hospital. La busqué y me aferré a ella, lo único sagrado
que me acompañaba visiblemente en esa habitación.
Vinieron los
médicos a verme, alrededor de las 20:30 hs., y cuando estaba conversando con
ellos, la primera luz de esperanza en mi lucha: entra en mi habitación el
capellán del hospital, el Padre Anselmo, un verdadero enviado de Dios, para traerme
la eucaristía diariamente y suministrarme la reconciliación y la unción de los enfermos.
Tres sacramentos sustanciales que fueron vehículo seguro para mi sanación. Esto
lo recalco porque es algo que también vivimos en nuestra escuela de espiritualidad
y que ahora lo podía comprobar con mi propia experiencia: la acción de Dios a
través los sacramentos como gracia inequívoca para nuestro bien y gloria de
Jesús. Lo vi entrar y le pedí que bendijera aquella única imagen que me
acompañaba; le expliqué lo que tenía y le pedí también que no dejara de
visitarme, porque iba a necesitar mucho de él.
Leticia, mi esposa
llegó alrededor de las 21 hs. Lo sabía todo, porque al llegar y preguntar por
mí en el sector administrativo del piso, sobre el mostrador estaba el inicio de
mi historia clínica y en la portada de la carpeta estaba escrito y resaltado: “leucemia aguda”. Ella le preguntó a la
enfermera si realmente se trataba de eso y la enfermera le dijo que no podía
informarle nada al respecto, que debía hablar con los médicos. Ella me contó un tiempo después, estando ya
repuesto, que cerró los ojos y le dijo al Señor: “Mira Jesús, esto es muy duro y yo sola no puedo afrontarlo. Todo te lo
entrego a Vos, porque es demasiado para mí. Tómalo: te lo pongo a tus pies”.
Con Leticia en mi
habitación y luego de conversar un poco sobre lo que había pasado, hicimos una
oración al Señor, como habíamos aprendido: sin dejar la oración para más
adelante y ya, ya mismo, en el lugar preciso donde estemos, pedirle al Señor
aquello específico que necesitamos. Así, sin pausa, le pedimos a Jesús, a la
Virgen y a María Crescencia, que por su intercesión, tomaran ellos todo lo que
estábamos pasando, porque era mucho para nosotros. En ese momento le dije a
Leti: “No me traigas diarios, libros,
revistas ni televisión o radio, solamente quiero que me traigas un Rosario, la
Biblia, la vida de los santos y cualquier cosa referida a Dios, pero nada que
me saque del clima de oración y meditación que quiero ofrecerle a Jesús en
estos días… No sé cuál va a ser mi futuro, pero estoy seguro de que sea fuere
el desarrollo de esta enfermedad, yo estaré con el Señor preparado para lo que Él
me pida”.
Esa noche me quedé
solo, lloré mucho, dormí de a ratos, porque me despertaba y no lo podía creer.
No recuerdo una noche igual en mi vida. A cada momento sentía que era el tiempo
de la prueba y que todo lo que había aprendido sobre la fe y la esperanza como virtudes
teologales, debía ponerlo en práctica ahora. Este era el tiempo, el lugar y la
oportunidad para aferrarme a la Roca, a Jesús, mi Salvador.
[2] Contemplación de la Convivencia con Cristo (CcC), la primera de las siete convivencias que constituyen la escuela de espiritualidad.
Jueves 30 de julio
Por la mañana temprano, como es habitual en los hospitales, me
despertaron. Tomé mi baño matinal e inmediatamente vinieron a verme los
encargados de laboratorio para hacerme análisis de todo tipo: sangre, frotis
periférico, presión arterial, orina, etc., etc. Estos análisis me eran repetidos
aproximadamente cada cuatro horas, dado que necesitaban los médicos tener el
control y el parte exacto de la evolución de la enfermedad.
Al ingresar me
dijeron que había sido afortunado de haber tenido los síntomas del sangrado
relativamente pronto, de no haber sido así, habría recurrido al médico mucho
más tarde y el tratamiento hubiera tenido menores posibilidades de éxito. Lo
que ellos no sabían es que la Virgen María junto con Crescencia había hecho
salir a la luz mi enfermedad luego de la visita a San Nicolás, para la gloria
de Jesús.
Esa mañana comencé mis oraciones
y el Señor me dio una definitoria en mi proceso de sanación: todo lo que me
rodeaba podía usarlo para mi sanación física, porque todas las cosas de la
naturaleza y de la vida diaria, los objetos y las personas, también habían sido
creadas por Él y por lo tanto todo estaba impregnado del amor del Señor, todo
era bueno y yo lo podía tomar.
Entonces empecé a
darle gracias por el agua que cubría mi cuerpo en la ducha, y era herramienta
para mi sanación; lo mismo con el aire que respiraba, con el jabón, el
dentífrico, los medicamentos que me daban, las manos que me tocaban, el viento
que entraba por mi ventana, todo lo tomaba y lo utilizaba para sentirme mejor y
así sentir la presencia de Dios conmigo. Recordaba la primera contemplación del
día uno de la Convivencia con Cristo: "Saborear
lo que Dios ha creado”, descubrir en cada cosa la presencia de Dios, como
dice el Génesis 1,10: “y Dios vio que era
bueno”. Entonces, todo era bueno para mí, como sacramental, es decir como
materia bendita para gloria de Él y para mi propia sanación.
Alrededor de las
10 hs. vino a verme el Doctor Cereseto para practicarme la primera punción
medular. Me dijo que era muy dolorosa pero que duraba poco tiempo y fue ahí
cuando por primera vez pude darme cuenta de que el Señor estaba conmigo. Leticia
se había comunicado con las Hermanas de la congregación de María del Huerto y
ellas ya estaban pidiéndole a la "santita",
como la llamaban en Chile, por mi salud. Leticia es ex alumna del mismo colegio
y pienso que el Señor junto a Crescencia, pensaron desde hace mucho tiempo este
designio de milagro para que se manifieste la Gloria de Dios en nosotros a
través de su intercesión. Un misterio de amor reservado a su santa voluntad.
Al comenzar la
punción, yo tenía un Rosario que Leticia me había dejado la primera noche, me
aferré a él y le dije al Señor: “Jesús,
yo te ofrezco este dolor por mi sanación y porque creo que los dolores de los
clavos en tus manos han sido mucho peores que estos pinchazos y taladrados que
yo voy a sufrir ahora”.
La punción medular
implica la rotura del hueso y la penetración hasta la médula ósea para extraer
la muestra. Me tomé de mi Rosario, me pusieron boca abajo y comenzaron la
operación en la cadera en la región del tercio ilíaco, perforando hasta llegar
a los tejidos del hueso. Los médicos suelen colocar una anestesia externa, solo
aplicable a la piel o los primeros tejidos. Los minutos pasaban pero yo
aferrado al Rosario no sentía dolor alguno y cuando pregunté al doctor cuando
empezaría, él me contesto: “Ya he terminado,
te has portado muy bien”. Yo no había sentido casi nada, fue la primera
muestra certera de que Jesús estaba
obrando.
Leticia ya había
llegado y entró en mi habitación con una gran sonrisa, como siempre, dándome
ánimo. Debo recalcar que ella jamás perdió la calma y menos la confianza en
Dios o en la ayuda de la Virgen y Crescencia. Por el contrario, siempre me
ayudó en todo, no solo en las cosas del hospital, los médicos y la obra social,
sino también en mi trabajo, ya que se convirtió de un día para el otro en mi
secretaria y más, en una arquitecta, para resolver los innumerables problemas
de mi trabajo. Hoy, veintidós años después, tengo el regalo de Dios que Leti
trabaja conmigo en todo, además de mis tres hijos. Todos en la misma empresa
familiar, que creamos hace algunos años.
Cuando entró, me
dio la alegría de haber traído todo lo pedido, incluyendo la Biblia, estampas
de María Crescencia y un libro que se titula Vengo a sanar, del padre Darío Betancourt. Recomiendo mucho este
libro para todos los enfermos y también para los que no lo están y quieran
conocer un poco más los mecanismos tan maravillosos que tiene Dios para obrar
sanación sobre nosotros, en casos de enfermedades muy extremas o crónicas que
cualquiera de nosotros puede sufrir.
Ese día por la
mañana también se acercó al Hospital la Hermana Josefina, en ese momento
superiora de la Congregación de las Hermanas del Huerto, y además, la Vice
postuladora de la causa de canonización de la Hermana María Crescencia Pérez.
Hoy es la Postuladora oficial de la causa. Leticia ha sido la Notaria en la
misma causa de canonización. Todo por gracia y ayuda de la Virgen. La Hermana
Josefina me llevó una reliquia de María Crescencia, de las más grandes, un trozo
de tela de unos 3 cm x 1,5 cm que había estado en contacto con su cuerpo. Ya no
la conservo: la hemos regalado con Leticia a otros enfermos, para que puedan
también experimentar sanación, por la intercesión de ella. La Hermana Josefina
me dio mucha confianza al decirme que todas las hermanas estaban pidiéndole a
María Crescencia que intercediera por mi sanación, y me alentó añadiendo que
Crescencia iba a sacarme adelante.
Las personas que
me visitaban debían colocarse barbijo y guantes, lavarse bien las manos con un
producto especial y, como las visitas debían ser cortas, la Hermana Josefina
tuvo que retirarse también.
Los análisis de mi
médula y mi sangre fueron revisados primero por el grupo de los cinco
hematólogos del hospital Británico, luego las muestras o parte de ellas fueron
enviadas a la Academia Nacional de Ciencias médicas, al Hospital de Clínicas y
a un Instituto Hematológico especializado. Todos los organismos analizaron la
sangre y médula y todos coincidieron en que se trataba de leucemia aguda mieloide,
es decir referida a los glóbulos blancos y de diagnóstico grave.
Así me lo
comunicaron cerca de la noche: los médicos, estando mi familia conmigo, me
informaron que todo estaba confirmado y que inmediatamente comenzarían con la
quimioterapia. Me inyectaron suero para estar correctamente hidratado y me
dijeron que descansara bien, porque a la mañana siguiente comenzaríamos con el
tratamiento.
Mis padres estaban
conmigo y por supuesto muy angustiados por la confirmación de los diagnósticos.
Ellos no eran de práctica cristiana consecuente; con Leticia les tratamos de
explicar que todo era para nuestro bien y que tuvieran confianza en Dios porque
Él no falla nunca. Como petición personal, les pedimos que rezaran juntos por
mí y que el domingo fueran a Misa. Ellos cumplieron al pie de la letra lo que
les pedimos y, más aún, hicieron promesas personales; por un largo tiempo, no
faltaron casi nunca a su compromiso. Mi padre, un día, al yo estar bien, con
lágrimas me confesó que se había reencontrado con una iglesia diferente a la de
40 años antes y que realmente disfrutaba de esas Misas que antes había
rechazado tanto. Mis padres son hoy otras personas: con más fe y con más
práctica cristiana y esto se lo debemos a la intercesión de María Crescencia y
a la respuesta de Dios ante su pedido pues mucho habló la Hermana Josefina con
mi padre un día antes de que me dieran el alta, dado que él hacía el
seguimiento de la obra del colegio y la hermana le pidió muy especialmente que
le rogara a Crescencia por todo aquello que lo estaba angustiando y por su
propia fe. Mi papá hoy tiene 86 años y están ambos bien de salud, a pesar de la
edad.
El otro episodio
importantísimo de ese día fue que alrededor de las 20 hs. vino a visitarme el
esperado Padre Anselmo y con él pude confesar mis pecados una vez más, recibir
la unción de los enfermos, indulgencia plenaria y la comunión. En los seis días
que estuve internado, me confesé tres veces con el Padre Anselmo y comulgué
todos los días menos uno. Cuando se fue el Padre esa noche, me quedé con
muchísima paz interior, lo cual me sirvió para comenzar mis oraciones, el
Rosario y la lectura de la Palabra. Las respuestas que Dios me daba con la
Biblia en esos días de internación, eran muy duras. Yo buscaba consuelo en la
palabra de Dios y Él me presentaba lecturas relacionadas con mi purificación personal,
penitencia, conciencia del pecado, que me llevaban a la reflexión y análisis de
mis propias actitudes, lo cual me sirvió para las confesiones de los días
siguientes.
Viernes 31 de julio
Luego de hacer mis
oraciones primeras y tomar mi baño, verificaba que el sangrado de mis encías
estaba disminuyendo un poco. Controlaba mi estado general y le agradecía a Dios
la inmensa misericordia que tenía conmigo. Sentía en todo momento que el Señor
tanto me quería que por eso me mandaba esto y yo tenía una confianza en Él, que
aumentaba, hora tras hora. Por ejemplo, cuando oraba me venía a mi mente la
imagen de Jesús entrando en el templo y destruyendo las profanaciones de los
mercaderes. Veía cómo Jesús a través de la Eucaristía entraba en mi cuerpo y
destruía todo vestigio del mal, de la misma manera que en varios pasajes del
Evangelio vemos cómo sanaba a los enfermos. En mi corazón Él me decía: “Yo soy Jesús, tu Salvador, puedo entrar en
ti a través de la Eucaristía y reconstruir tu cuerpo enfermo para transformarte en algo totalmente nuevo y
sanarte”. A medida que pasaban las horas esto se iba confirmando.
También ofrecía las cosas que vivía como nuevas: por ejemplo, tener que
trasladarme portando la columna que sostenía el suero por toda la habitación y
hacer malabarismos para usar los artefactos del baño. Pensaba en las personas
con disminuciones motrices, aquellos que necesitaban muletas o elementos para
trasladarse; valoré entonces mi libertad, mis piernas y brazos sanos, y me di
cuenta de que nunca antes había dado gracias al Señor por esas cosas.
Durante las
mañanas al despertar y después del baño, tomaba la estampita y reliquia de
María Crescencia y las colgaba en mi pecho y así quedaban durante todo el día.
El Rosario estaba en mi mano izquierda siempre. Cuando terminaba de rezar,
comenzaba mi tarea de lectura, todos los días hasta las 11 hs. en que llegaba
alguna visita.
A medida que iba
leyendo ¨Vengo a sanar¨, me daba
cuenta de que el texto de ese momento lo había vivido exactamente el día
anterior. Por ejemplo: leía sobre la reconciliación y el día anterior me había
confesado, leía sobre el perdón y el día anterior había perdonado a dos amigos
con los cuales estaba distanciado y ante mi situación se acercaron a verme.
Cuando leía sobre sacrificios personales o desprendimientos materiales, ya
previamente habíamos decidido con Leticia entregar el diezmo, en el cual
estábamos retrasados. Con respecto a esto, le pedí a Leticia que trajera una
suma de dinero chico para entregarle a enfermeras, personal de limpieza,
estudiantes de enfermería, empleados de laboratorio, mozos, etc., que entraran
a mi habitación, ya que había podido admirar la vocación de servicio que tiene
toda esta gente para con uno, y también le estaba agradecido a Dios por esos
hermanos. Recuerdo que una enfermera adventista un día me preguntó si podía
hacer una oración conmigo y juntos rezamos un buen rato y hablamos de Jesús.
Otro muchacho que me traía la comida, un día me dijo:” ¡Qué lindo es entrar a su habitación, uno siente la presencia de
Dios!” Y yo sabía que Él estaba conmigo.
Lo importante de
esa mañana es que pasaban las horas y me hacían un análisis y otro análisis,
pero la quimioterapia no comenzaba. A cada rato venían los médicos y me decían:
prepárate porque ya comenzamos, ahora venimos, pero nunca aparecían con las
drogas y nosotros nos poníamos más contentos y seguros de Crescencia.
Yo seguía aislado.
La gente me venía a visitar: amigos, parientes, amigos de mis padres,
compañeros, y todos se alegraban de ver nuestro estado de fe, aunque a veces
cuando estaban conmigo lloraban un poco. Muchos hicieron promesas, como dejar
de fumar. Mi primo hermano Guido Paternó prometió hacer una caminata por mí
hacia la Virgen del Valle en Capital Federal; su mamá, mi tía, prometieron ir a
ver a la Virgen del Valle en Catamarca.
Pedro, muy amigo de mi padre que hacía varios años que estaba distanciado, con
lágrimas en los ojos se reconcilió con mi papá. Le confesó que desde la muerte
de su esposa no había podido derramar una lágrima, pero que con lo que me
estaba pasando a mí, él se había acercado a Dios, luego de tantos años de
búsqueda, equivocado en otra religión. Viendo la fe y la esperanza que teníamos
y los resultados posteriores, se reconvirtió y encontró al Señor. Yo veía todas
estas cosas y reafirmaba mi fe en la acción de Dios, porque, comprendiendo un
poquito este misterio, daba gracias de poder ser herramienta de Él.
Como ya se estaba
acercando la noche y las horas pasaban pero la quimioterapia no venía, la Doctora
Shanley se acercó a la habitación junto con Laura Fernández de laboratorio y me
explicó que no se comenzaba aun el tratamiento porque los análisis de las
últimas horas los estaban confundiendo un poco. Por lo tanto debíamos esperar
un poco más hasta que vinieran los resultados de los otros organismos, que
confirmaran o no los de ellos. Así se hizo la noche y alrededor de las 20 hs.
vino a verme la Doctora Mónica Puppo y me dijo: “Daniel, lamentablemente tendremos que hacerte una nueva punción de
médula, porque estamos un poco confundidos con los últimos análisis que te
hemos realizado”.
Al ver todos los
objetos religiosos que yo tenía en mi mesa de luz, me preguntó si yo era muy
creyente. Le contesté que sí y nos pusimos a conversar de las cosas de Dios.
Llegamos en la conversación a coincidir en muchas cosas pero lo más importante
fue que ella pertenecía al grupo de oración del Salvador, formado por el Padre
Alberto Ibáñez, el sacerdote jesuita que nos casó, muy amigo nuestro y padre espiritual;
no solo habíamos pertenecido como servidores de ese grupo de oración unos años
atrás, sino que en la actualidad pertenecíamos a la comunidad Convivencia con
Dios, también formada por nuestro querido ¨PA¨ (Padre Alberto). Hoy en 2016, ya
tenemos treinta años de pertenencia a la Comunidad y nos hemos formado en esa
maravillosa escuela de espiritualidad. Nos pusimos a hablar de los grupos de
oración y de la Renovación Carismática y una vez que ella entró en confianza
conmigo y Leticia se acercó a nosotros nos dijo: “Lo que les voy a decir no se lo digan a nadie, pero estás causando un
revuelo enorme aquí adentro, Daniel, porque los análisis empezaron a cambiar
paulatinamente y a medida que pasan las horas van desapareciendo todos los
vestigios del cáncer. ¡Es un
verdadero milagro! Es por eso que debemos repetir y hacer otra punción de
médula, pero esta vez será en el esternón y yo misma te la voy a hacer”. Se
paró junto a mí y me dijo: “¿Te parece
que hagamos una oración?” y oramos antes y después de la punción.
Esto era
espectacular: tener una doctora de nuestro lado, que viera las cosas desde de
la fe: era un nuevo regalo de Dios, que confirmaba aún más que Él quería
sanarme.
Quiero contar aquí,
luego que pasaron ya 22 años de este encuentro, que seguimos amigos de Mónica.
Hemos compartido momentos muy lindos con ella. El último fue su casamiento con
Gustavo, una hermosa persona que se llevó a esta perla preciosa que es nuestra
Doctora Mónica Puppo. Y aquí mi recuerdo y mi agradecimiento a quien tanto tuvo
que ver en mi sanación. ¡Gracias, Mónica!
Al igual que en la punción anterior, le ofrecí al Señor mi sufrimiento y
como antes, tampoco sentí dolor alguno. Algo sobrenatural estaba aconteciendo y
por la misericordia del Señor, nosotros éramos protagonistas.
Todo era alegría entre Leticia y yo; todo se confirmaba y la acción de María Crescencia se hacía notar cada vez más. Yo me sentía iluminado y mis palabras hacia los demás lo corroboraban: la inspiración del Espíritu Santo se hacía notar en mis oraciones y conversaciones con Dios. Las lecturas de la Biblia, a través de la cual recibía la Palabra de Dios, ya no eran tan fuertes y reprensivas como al principio, cuando Jesús me hacía tomar conciencia de mis faltas y omisiones, sino todo lo contrario: eran alentadoras, como un bálsamo para mi sufrimiento, eran palabras de premio y confianza. Así pasó el día viernes, esperando el sábado de Gloria, que estaba seguro llegaría.
SANADO POR CRESCENCIA
Sábado 1 de agosto
La mañana del
sábado fue como todas las demás, a diferencia de que los médicos se acercaban y
me miraban diferente, como buscando el porqué de las cosas que ellos no se
podían explicar, por ejemplo, vino el Doctor Tombeur y, poniéndose a mi derecha
contra la ventana, me empezó a contar la historia de que su señora también
había tenido cáncer en la piel y se había curado y que ella era creyente pero
que él no y que muchas cosas no se podían explicar pero qué lindo era poder
tener fe. El caso es que me enteré después que el mismo Doctor Tombeur, clínico
que me recibió el primer día en el consultorio, cuando salí de alta del
hospital comenzó a ir nuevamente a misa los domingos, diciendo que cuanto había
pasado conmigo le había hecho remover muchas cosas en su interior.
Otro ejemplo es el
del Doctor Cereseto que ese mismo día se sentó en una silla a mi derecha, me
miró fijamente y dijo: “Realmente,
Daniel, creo que debés tener un Dios muy grande vos y que te quiere mucho”.
Me palmeó la espalda, me volvió a mirar y se retiró. Lo que dijo era verdad,
pero el mismo Dios también lo tenía él, aunque no lo había descubierto.
Los comentarios
que se oían eran que todo estaba cambiando, pero nada oficial me llegaba a mí.
Fue recién a las 14 hs. del sábado, mientras estaban en mi habitación Leticia,
mi hermana y mi mamá, que entró el jefe del equipo, el Doctor Bullorsky y nos
dijo: “Sáquense los barbijos, los guantes
y todo, porque ya no hacen falta, levantamos el aislamiento”. Se sentó a mi
lado y expresó: “Voy a tratar de
contarles lo que está pasando, les pido personalmente disculpas por no haber
venido antes, pero queríamos confirmar todas las pruebas”.
El caso es el siguiente. Yo soy un científico, un médico, que analizó médulas, sangre en el
microscopio y elementos médicos en general. Los elementos son estudiados
científicamente. No analizo seres
humanos, no puedo fijarme en los hombres porque debo ser objetivo en mis
análisis, pero debo decir que, a veces, la ciencia tiene cosas que no se pueden
explicar; la medicina no es una ciencia exacta y lo que acaba de suceder
trataré de explicárselo de la siguiente manera. Desde ese punto de vista, como les digo, y si me olvido de tu caso como
si no te conociera, como si hoy viniera de otro lugar y me invitaran a visitar
los enfermos de este hospital, conocer los estudios de cada uno y ver los
elementos que tomamos en los análisis que te hicimos en particular a vos.
Vamos a suponer también que me invitan a ver específicamente los casos de
leucemia aguda del hospital, y si yo
tomara en mi mano derecha los análisis de sangre y la médula del día jueves por
la mañana y en mi mano izquierda la médula del viernes por la noche,
análisis que han sido observados por los cinco hematólogos del hospital
Británico, por los hematólogos del hospital de Clínicas, por los médicos de la
Academia Nacional de Medicina y por el Instituto de Hematología, Oncología e
Inmunología, yo tengo que decir que son
de dos personas diferentes, pero nunca jamás de una misma persona; pero yo te
conozco y te traté clínicamente desde el primer día que llegaste y te tengo que
decir que el cáncer ha desaparecido totalmente. Yo no tengo explicación”.
“No existen más las células cancerígenas, tus glóbulos
están perfectos, únicamente lo que queda es tu falta absoluta de plaquetas. Las
plaquetas son las células de la sangre que hacen que esta coagule. Vos tendrías
que tener trescientas mil plaquetas por unidad de sangre y tenés solamente diez
mil, así que vamos a intentar subirte las plaquetas de la siguiente manera:
tenemos dos caminos a seguir. El primero es inyectarte corticoides pero
correríamos el riesgo de tapar o esconder con esta droga cualquier proceso
cancerígeno en gestación o latente, y eso sería terrible para vos. El segundo
camino y el que te propongo es aplicarte, durante mínimo una semana, varias
dosis de gammaglobulina que te ayudaría a aumentar tus plaquetas y no
tendríamos ningún riesgo de tapar cualquier mal en la sangre. Este tratamiento
llevará no menos de diez días de aplicaciones continuas, vía endovenosa. Daniel
está absolutamente fuera de peligro”.
Domingo 2 de agosto
Desde el día anterior todos
vivíamos un gran gozo y alegría y esto se percibía en mis familiares y amigos.
Muchos no entendían lo que estaba sucediendo, otros manifestaban que los
médicos se habían equivocado y que era una barbaridad lo que habían hecho
conmigo, pero otros, muchos otros, mis amigos de la Iglesia, las Hermanas del
Colegio Nuestra Señora del Huerto y toda la gente de fe, sabíamos que Dios
nuestro Señor había hecho de las suyas entre todos nosotros, para manifestar su
infinita gloria y para hacernos ver que Él puede hacer todo y por supuesto
aquellas cosas que son imposibles para los hombres.
Este día fue dedicado profundamente
a la oración, muchos hermanos de comunidad y las Religiosas del Huerto vinieron
a rezar conmigo y con los míos. Mi padre estaba bastante nervioso porque él
perseguía a los médicos por todos lados y ninguno podía darle una respuesta
acerca de lo que había pasado, lo cual lo llenaba de ansiedad e incomodidad con
su sentido racional de las cosas. En realidad, toda la familia estaba un poco
desbordada por los acontecimientos.
Mi papá increpaba a las autoridades
del Hospital: “Les exijo un diagnóstico,
pronóstico y tratamiento”. Y esto se lo repetía en forma continua. Este
dato es importante para comprender y justificar el por qué hubo alguien dentro
del hospital que hizo desaparecer toda la primera parte de la historia clínica
y cambió totalmente el diagnóstico. No sabemos quién fue, pero creemos que lo
hizo bajo la presión de un posible juicio por mala praxis por parte de mi
padre.
Lo concreto es que por este hecho,
nunca pudimos hacer que semejante milagro, concedido indiscutiblemente por la
intercesión de María Crescencia, pudiera ser utilizado para su beatificación. Dios tiene sus caminos y permitió este error
siendo un verdadero misterio. Por tal motivo, no puedo dejar de escribir estas
páginas para hacer honor a la verdad y aportar un granito de arena acrecentando
la fe de mis hermanos en Cristo. La prueba de semejante hecho quedó plasmada
por un lado en la desaparición de hojas de la historia clínica, la
incongruencia en la cronología de los hechos de las páginas que quedaron sin
destruir y fundamentalmente en el testimonio personal de las personas
pertenecientes al Hospital Británico que atestiguaron ante nosotros el hecho
acontecido y a quienes les hemos asegurado mantener la reserva sobre sus
identidades, por respeto a sus personas y para preservarlos de cualquier acción
en su contra.
Volviendo al relato, Leticia y yo
estábamos convencidos de que María Crescencia había intercedido ante el Señor
para que obrara el milagro de mi sanación; pero todavía no estaba completado
totalmente, porque debía recibir las múltiples dosis de gammaglobulina por una
o dos semana completas. Yo casi no tenía sangrado en mi boca y pensaba para mis
adentros que la gammaglobulina estaba de más, que María Crescencia intercediera
para subir mis plaquetas sin esta droga. El Señor, estando en oración me
contestó lo siguiente: “La gammaglobulina
también es obra mía y yo te la mando para que te cures más rápido. No debes ser
tan vanidoso. Debes saber reconocerme también en las manos de tus médicos,
porque yo también estoy en ellos y en sus remedios”. De esa forma acepté
recibir la droga, que recién me fue aplicada el lunes por la noche.
Lo más importante de este día
domingo fue la oración nocturna. Fue una oración muy profunda que trataré de
recordar porque el Señor me reveló y me regaló muchas cosas. El padre Anselmo
no estaba los Domingos en el Hospital, pero tuve la hermosa sorpresa de que mi
cuñado Norberto me trajera a una de las Hermanas Hijas de San Pablo que me
suministró el sacramento y así pude recibir a Jesús en ese día tan especial.
Rezamos el santo Rosario con lectura de la Biblia en cada misterio y con la
imagen y reliquia de la Hermana Crescencia, como de costumbre, sobre mi pecho.
Fue hermoso ver como la Virgen María me acompañaba en la oración y yo sentía su
presencia. Luego comencé a alabar a Dios con oración espontánea y fue cuando
siendo aproximadamente la una de la madrugada estando acostado, sentí un fuego intenso que corría por todo mi
cuerpo, desde la punta de mis cabellos hasta las uñas de mis pies; subía y
bajaba en forma continua y yo sentía en mi interior que el Señor estaba sanando
totalmente mi enfermedad. Lo
sentía con la seguridad de una verdadera revelación. Es difícil de explicar,
pero yo estaba totalmente seguro. Empezaron a venirme a la mente imágenes del
pasado, Jesús me las mostraba y me decía: “En
estas cosas de tu pasado está el origen de todo tu mal y te lo estoy mostrando
para que lo sanes en tu interior y lo conozcas”. Cuando cesó ese gran calor, yo quedé con la absoluta convicción de que
¡Dios me había sanado! Lo único que necesitaba urgente era un sacerdote
para confesar una vez más mis pecados, aquellos que Jesús me había mostrado en
la oración y así reconciliarme aún más con Dios. Pero esto era imposible,
porque era la madrugada, alrededor de las tres de la mañana y no podría
encontrar ningún sacerdote a esas horas. Pero una vez más ocurrió el milagro.
Me quedé dormido y ya al amanecer, eran alrededor de las 5 hs. y me desperté
pensando que el Padre Anselmo vendría recién en el día o por la noche. Una vez
más Jesús me demostró que para Él no hay imposibles. Alguien golpeó mi puerta
alrededor de las 7 hs., entró en mi habitación y me dijo: “Hola Daniel; pasaba justo por aquí, nunca vengo en este horario, y
quise saludarte”. Era el querido Padre Anselmo.
¡No lo podía creer! Me emocioné
mucho por este nuevo mimo de Jesús y así confesé por tercera vez y el Señor se
llevó, con la intercesión de Crescencia, mi pecado revelado en esa noche
sanadora.
Lunes 3 de agosto
La visita del Padre Anselmo fue
providencial y me confirmó una vez más que Dios estaba conmigo. Sentí una gran
liberación luego de la confesión y pude hacer mis oraciones de la mañana como
todos los días, ahora sí con un gran sentimiento de alegría y emoción en mi
corazón, porque estaba viviendo en carne propia la buena nueva del Evangelio y
las promesas de Nuestro Señor.
Todo el día fue un desfilar de
amigos y parientes que venían a visitarme sin poder creer lo que estaban
viendo.
Se acercó Leticia y le dije: “Leti, ¡estoy totalmente curado!”. Yo lo
sabía perfectamente en mi interior, no tenía ninguna duda al respecto. Lo mismo
le dije a mi papá, pero él me contestó: “Dani,
vamos a seguir con el tratamiento, porque todavía tenés que levantar las
plaquetas que no tenés. Todavía tienen que darte la gammaglobulina”.
Por la tarde me indicaron que me
traerían las dosis de gammaglobulina. Por la noche, me repitieron que sería un
tratamiento no menor a una o dos semanas de administración de la droga y que
luego veríamos cómo evolucionaría el nivel de plaquetas en mi sangre y me
adelantaron que seguro tendría náuseas, mareos y otros síntomas parecidos, pero
que no me asustara puesto que estaría asistido permanentemente.
Fue alrededor de las 20 hs. cuando
ya se habían ido todos, me inyectaron en la canalización del suero el primero
de los ocho frascos que recibí esa noche. Cerca de las 22 hs. entró el Doctor
Bullorsky ya sin su guardapolvo de médico, con sus manos en los bolsillos, se
asomó en la puerta y le pregunte qué hacía tan tarde, todavía en el hospital. Me
contestó que ya se marchaba para su casa y que no quería irse sin visitarme y
ver como estaba. Revisó todos los elementos que me estaban suministrando, me
volvió a mencionar la posibilidad de alguna descompostura y luego me miró a los
ojos ya en la puerta cuando se estaba despidiendo y me dijo: “Campeón, esta noche no me podés fallar, mañana tus plaquetas tienen que haber empezado a subir”. A lo
cual le contesté: “No tenga la menor duda
que así será”.
Debo decir que no tuve ningún tipo
de mareo o sensación importante para mencionar, solamente un gran cansancio y
me mantuve despierto hasta las dos de la mañana, orando todo el tiempo, hasta
que terminaron de circular por mis venas los ocho frascos enteros. Luego de
eso, completé la noche durmiendo, a la espera de los resultados el día
siguiente y descontando el primer día de los posibles catorce que me quedaban
de tratamiento en el hospital.
Martes 4 de agosto
El día transcurrió en forma similar
que los anteriores, pero a las 16 hs. entró en mi cuarto el Doctor Bullorsky y
con una gran sonrisa me dijo: “¡Daniel, no
lo puedo creer nuevamente! Tus plaquetas están perfectas, levántate porque te
vas a tu casa”.
Leticia, que estaba conmigo, le
dijo: “Doctor, yo no quiero llevarme a
Dani hasta que termine todo su tratamiento, usted dijo dos semanas y pasó
solamente una noche de aplicaciones”.
Bullorsky le contestó: “No tengo ningún motivo para retenerlo en el
Hospital y no puedo justificarlo ante la obra social. Daniel, ¡Te vas!”.
Los saltos que pegábamos eran muy
grandes, las lágrimas se confundían con las sonrisas y los besos, los abrazos,
la alegría incontenida.
Aquel médico que el primer día le
había expresado a mis padres que había que estar preparado para lo peor y que
no esperaran nada bueno del resultado de la enfermedad, hoy les pedía a ellos y
a nosotros en privado, que rezáramos mucho por su suegra que también tenía una
enfermedad terminal. El médico había sido tocado por Dios y comenzaba a creer
en los milagros.
Me estaba cambiando cuando entró un
muy amigo mío, creador de nuestro grupo evangelizador Magníficat, Horacio Muñoz
Larreta, y me trajo de regalo, esperando verme acostado todavía, el libro "Jesús está vivo" del Padre
Emiliano Tardiff. ¡Yo ya sabía que Jesús estaba vivo!, muy vivo entre todos
nosotros, seguro con María Crescencia a su lado. Hoy seguimos cantando con
Magníficat las grandezas del Señor y la amistad con Gachi y Horacio sigue
bendecida por María Santísima con frutos hermosos para nosotros y para la Iglesia,
como les contaré más adelante.
Cuando regresé
a casa, el teléfono sonó en forma ininterrumpida por una semana. Casi no podía
descansar, pero fue maravilloso poder dar testimonio cientos de veces, y espero
poder hacerlo con mucha fe, para la gloria de Dios y en agradecimiento a la
Hermana Crescencia Pérez, hasta el último día de mi vida.
Hasta aquí el resumen exacto de lo
que escribí como testimonio en esos días, luego del alta médica. Lo que
continúa es mi testimonio de los días que siguieron, los meses y los años, como
las memorias de mis días con Crescencia y el porqué de este humilde testimonio.
ENERO DE 1993
Memorias escritas en dicha fecha
Ya han pasado cinco meses de aquella maravillosa experiencia que el Señor me regaló para que yo viviese.
En estos cinco
meses han pasado muchas cosas en mi vida. Ha nacido mi hija, mi primera hija
biológica, que también milagrosamente por intercesión de la hermana Crescencia,
hoy podemos disfrutar. Se llama María del Rosario y su nombre se lo pusimos en
la sala de partos de nuestro querido hospital Británico cuando nació, porque
hasta ese momento pensábamos llamarla Milagros. Allí sentimos que teníamos que
cambiar el nombre por el de María del Rosario. Ella es un testimonio viviente
de la intercesión de Crescencia y de la Virgen en nuestra vida, dado que
continuamente pedimos a ellas que intercedieran por la sanación de ambos para
poder tener chicos, más allá de la maravillosa experiencia de la adopción de
Tomi, nuestro primer hijo que para esta época ya tiene 3 añitos.
Estoy terminando el Colegio donde la hermana Crescencia solía pasear y barrer las hojas y hacer su trabajo con los niños. Mi familia cada día cree más en Jesús y su acción salvadora. Muchos se siguen acercando y me preguntan cómo fue, qué pasó y yo sigo hablando de Jesús y entregando las estampas de Crescencia. En todo este tiempo he podido ver cómo la acción de Dios por intermedio de la Sierva de Dios[3] ha ido sanando a multitud de enfermos y quiero en este momento hacer un poco de memoria porque son muchos los casos importantes, todo sucedió en este tiempo.
Al salir del hospital quedamos muy conectados con la Doctora Mónica Puppo quien me hablaba telefónicamente y nos pasaba los nombres de los enfermos por los cuales ella quería que rezáramos y visitáramos. Quiero mencionar que cuando me fui del hospital también le dieron el alta a tres enfermos más de leucemia que se curaron casi simultáneamente como yo, y me di cuenta que cuando Jesús da, lo hace en abundancia y la gracia no es para uno solo sino para muchos.
Mónica nos pidió un sábado por la
noche que rezáramos muy especialmente por una joven de 19 años llamada María
Laura, que estaba internada con leucemia aguda en el hospital y después de
haber pasado por el tratamiento de quimioterapia se encontraba muy grave, al
borde de la muerte porque tenía una gran infección, producto del tratamiento.
Todos suponían que no pasaría de ese fin de semana, su vientre estaba muy
hinchado como el de una embarazada y tenía deposiciones muy grandes con mucha
sangre, temiéndose una gran hemorragia interna.
Inmediatamente
le pedimos a Crescencia su intercesión ante el Padre de los Cielos, nos
comunicamos con la madre Josefina e iniciamos la cadena de oración con nuestras personas
conocidas. El caso es que empezó a mejorar ese mismo fin de semana; luego, su
estado fue estacionario. La visitamos con la Madre Josefina, le llevamos
estampas de Crescencia, un libro de regalo donde hablaba de Jesús y sus
maravillas. Ella me recibió personalmente
una semana después, pero ya había recibido a la Madre Josefina y a Leticia, mi
esposa. Al cabo de unos diez días se fue de alta y hoy está en perfectas
condiciones de salud. Sus alumnos la recibieron con gran amor y pudimos
constatar otro gran milagro por intercesión de la Hermanita del Huerto.
Otro caso digno de mencionar es el
de Federico. Cuando Mónica nos llamó nos dijo que Federico había sido
trasplantado pero que se estaba muriendo. Entonces hicimos lo mismo que en el
caso anterior, orando y visitándolo con frecuencia. El caso fue increíble: al
cabo de diez días Federico estaba corriendo por los lagos de Palermo.
Rezamos y
visitamos también a Matías, de 4 años de edad, a Florencia de 3 añitos y muchos
otros cuyos nombres no recuerdo en este momento. Todos enfermos graves de
leucemia, todos sanados por la acción de Dios. Lo increíble del milagro fue que
con la
presencia de María Crescencia, NO QUEDÓ NINGÚN ENFERMO DE LEUCEMIA EN EL HOSPITAL
BRITÁNICO. ¡Así, con mayúscula,
lo cuento, porque ese milagro fue muy grande! ¡Cuando Jesús se presenta, cura a
las multitudes y lo hace con gran misericordia y da para todos con su mano
abierta sin reservarse nada! Como lo hizo con tanta gente en su tiempo, ¡pero
su tiempo también es hoy! Una y otra vez más...
[3] Agrego, fuera del texto original del relato, hoy ya
beatificada por Benedicto XVI.
OTROS HECHOS IMPACTANTES
Uno de los casos más impactantes
que recuerdo es el del Doctor Guillermo Villanueva, un médico de Rosario muy
importante porque tenía a cargo un hospital municipal en esa ciudad, para
atención de niños carenciados y personas de pocos recursos. Él era una persona
muy querida en el lugar, porque apoyaba la obra del hospital no solo con su
trabajo desinteresado sino también con dinero, salvando las carencias de la
institución. La madre Josefina me llama un día por teléfono, diciéndome que
ella había estado visitándolo en Rosario, llevándole las estampas y la reliquia
de María Crescencia y que este hombre deseaba conocerme a mí que había sido
sanado de la misma enfermedad que él estaba padeciendo.
Yo aproveché un fin de semana en
que tuvimos en Rosario un casamiento de la familia y fui a verlo. Me encontré
con una persona absolutamente entregada a la acción de la hermana Crescencia,
tuvimos oportunidad de rezar juntos con su esposa en el Hospital Británico de
dicha ciudad y él con lágrimas en los ojos, dijo tener mucha esperanza en su
sanación a través de la Sierva de Dios. Al otro día volví a visitarlo con mi
familia y me encontré con una persona aún mucho más confiada en su sanación y, como
estaba con mi suegra Mita, rezamos nuevamente con él pidiendo la mediación de
la hermana Crescencia. Al irnos le recomendamos cumplir los sacramentos. Esto
lo veníamos haciendo con todos los enfermos, es decir que aprovechara todos los
elementos que la Iglesia pone a nuestra disposición para luchar. Me enteré por
una amiga de él, la Sra. María Luisa Bosco, que no comulgaba desde hacía mucho
tiempo, pero que luego de nuestra visita pidió un sacerdote, se confesó y
recibió el Cuerpo de Cristo.
El Doctor Villanueva tenía una leucemia
que según los médicos era absolutamente incurable y solamente estaban esperando
su muerte. Al cabo de diez días de orar por él, fue dado de alta con una
curación muy milagrosa. Recuerdo que al visitarlo le dije: “Mire doctor, usted se va a poner bien y va a tener que visitar a la
madre Josefina para darle su testimonio. Así que le conviene ya empezar a
escribir”. Él me contestó que sin duda lo haría.
Es interesante mencionar que un
sacerdote famoso de Rosario que tiene carismas de sanación ofreció ir a
visitarlo y él rechazó argumentando que no quería que la gente se confundiera y
pensara que la sanación había venido por su mediación y no por la intercesión
de la Hermana María Crescencia. Los años siguientes continuó bien de salud.
Falleció unos tres años después, producto de una recaída. Pasó varios años con
alegría y salud, junto a su familia. Dios lo llamó, seguro que ya estaba muy
preparado para partir.
Hubo otras sanaciones milagrosas y
también otras personas que no sanaron, aparentemente, aunque no podemos
nosotros juzgar, porque muchas veces la muerte en gracia de Dios es la sanación
plena. No quiero dejar de recordar a Santiago, un chico adolescente, a Zulma,
gran amiga y madre de dos hermosas hijas. Hoy ambos, Zulma y Santiago, están en
el cielo.
Confieso que hemos llorado mucho
por esto, sintiendo como si no hubiésemos hecho algo bien. El Señor es el dueño
de la vida plena. Muchas veces queremos franquear el misterio, pero no nos toca
saber ni cómo ni cuándo. Eso ya lo dice el Evangelio.
MIS DÍAS CON CRESCENCIA... Hoy.
En lo personal yo seguí yendo a los
controles periódicos con mis médicos en el hospital, primero semanalmente,
luego cada quince días y ahora, luego de veintidós años, anualmente. Al darme
el alta me dieron para tomar preventivamente un corticosteroide llamado
Deltisona B 40 mg. Luego fue reduciéndose la dosis hasta desaparecer totalmente
y luego de tres meses, aproximadamente, no tomé absolutamente ninguna
medicación.
Hago vida totalmente normal y estoy
trabajando sin inconvenientes, hago lo que normalmente hacía en mi vida
anterior, con la diferencia de que ahora rezo más que antes y me tomo la vida
de otra manera, sabiendo y recordando siempre, de dónde Jesús me sacó.
Deseo desde lo más profundo de mi
corazón que mi testimonio sirva para muchas cosas y para mucha gente, pero lo
que más deseo es que sirva para mantenerme unido a Cristo por el resto de mi
vida y que pueda rendir cuentas ante Él y un día ver su rostro glorioso sin
haberme olvidado en toda mi “vida” a
quién le debo mi “vida”.
Hoy ya tengo 58 años. Tenía 34 años
cuando caí enfermo y Crescencia intercedió en mi sanación.
Quiero en esta parte final, contar
hechos que parecen aislados, pero que en el correr de mi vida, pude
descubrirles el hilo conductor, para poder asegurar que Crescencia ha estado
siempre con nosotros y fue el artífice de grandes cosas en mi vida y la vida de
quienes me rodean. Estos hechos parecen casuales, pero que si los miramos con
los ojos de la fe, podremos descubrir a un Dios que planifica y diseña nuestra
vida.
Leticia ha estudiado en el
Instituto del Huerto de la Avenida Independencia y Rincón. Allí se ha formado y
como verdadero regalo, ha entregado su vida a nuestro matrimonio y a la crianza
de nuestros tres hijos.
Tomi, ya en el último año de
Arquitectura, Rosario se recibe pronto en la carrera Administración de Empresas
y Juan comenzó Arquitectura Naval, ya está en segundo año y en Julio ¡SE CASA!
¡Todos encaminados con sus estudios!
Otras manifestaciones notorias de
la acción de Dios y de los milagros de Crescencia fueron estos:
A los pocos días de haber tenido el
alta, recibo a la noche una llamada telefónica de una persona que no
conocía. Atendió Leticia y cuando ella
le pidió su nombre, dijo: “Soy el sobrino
de la tía”. ¿Quién era esa persona misteriosa? Soy el Padre
Carlos Pérez, dijo, Rector del Santuario de San Nicolás y quisiera hablar con
Daniel, ya que me he enterado del gran milagro que Crescencia le ha regalado.
Tuve una conversación muy amena con quien luego sería un gran amigo nuestro.
Poco después
fuimos a San Nicolás, porque el padre Carlos nos invitó a conocer la obra y a
conversar sobre todo lo ocurrido. Con el tiempo, terminé trabajando en el
equipo de arquitectos del Santuario por tres años, para ordenar la obra,
cambiar las empresas y mejorar los contratos. Pensé, con el tiempo, si la Madre
no habrá querido llamar mi atención y llevarme de esa manera a la obra de San
Nicolás, porque el trabajo que se hizo fue muy importante y si no hubiese sido
por Crescencia, jamás hubiera llegado a trabajar en este proyecto y aportar mi
granito de arena.
Por ese
tiempo, consideraba que hay tanta relación entre Pergamino y San Nicolás, como
entre Crescencia y San Nicolás: la madre Josefina, superiora del Colegio del
Huerto, -donde yo estaba trabajando- y vice postuladora, en ese momento, de la
causa de beatificación, me comentó que, la hoy Beata, en varias oportunidades
se presentaba a la vidente Gladis Mota, junto a la Virgen. Hoy, que Crescencia
está en los altares, no solamente en San Nicolás, sino en muchas otras iglesias,
el pueblo de Dios puede venerarla ya junto a la Madre, pero en ese momento su
relación directa con San Nicolás era todavía desconocida para casi todos.
Recordemos que
a mí se me presenta la enfermedad al volver de San Nicolás, luego de visitar a
la Virgen, allí mismo. ¡Todo un signo! Luego terminé trabajando en San Nicolás,
en una tarea muy importante para la Virgen, como acabo de describir.
María
Crescencia murió a los 34 años de edad y fue encontrado su cuerpo incorrupto 34
años después. Yo contraje mi enfermedad a los 34 años de edad y “casualmente” María Crescencia fue beatificada
el 17 de Noviembre de 2012, justo el día de mi cumpleaños y exactamente veinte
años después de mi sanación: otro signo, otro mimo del Señor y tal vez Él
quiera mostrar todo esto para que sepamos ver en los hechos, cuánto va haciendo
secretamente con nosotros en pequeñas cosas de la vida, ¡que al final serán
grandes, muy grandes cosas!
Pequeñas
cosas, como el uniforme de colegio que muchos años antes, Leticia, mi esposa,
vistió durante su época de estudiante en el Huerto. Pequeñas grandes cosas que
solo las vemos cuando pasamos la película de nuestra vida y descubrimos cómo
los hechos se van uniendo, cosiendo y vinculando uno a uno.
No podíamos
tener chicos y Crescencia nos regaló con su intercesión tres hijos preciosos.
Queríamos
tener una casa algún día y no podíamos, porque no llegábamos a reunir el
dinero, pero en el año 1993 le encomendamos la tarea a ella para que nos
ubicara una casa en Caballito, el barrio que más nos gustaba. Durante muchos
años habíamos intentado pero sin éxito. Pero, inmediatamente de haberle pedido
a ella, pudimos lograr nuestro sueño y comprar la casa que ahora seguimos
teniendo, al año 2014. Fue, sin duda, otro milagro de Crescencia en nosotros.
¡Uno más!
Nuestra casa
tiene una placa en la fachada, que lleva el nombre de MARÍA CRESCENCIA. Y todo
el que pasa puede ver su nombre, reconociendo a quien tal vez llegue a ser la
primera Santa argentina.
No quiero
dejar de agradecer, aunque solemos olvidarnos de las gracias recibidas y caemos
en la omisión de reconocer la gratuidad del amor de Jesús en nosotros y en la
obra de los santos.
El gran mérito de María Crescencia Pérez, han sido sus virtudes heroicas y
ellas son nada menos y nada más que su
vida sencilla como simple Hermana del Huerto.
¿Cuál es el
mensaje de Crescencia, plasmado en su ejemplo de vida? Ella quiere llamar nuestra atención para que
aprendamos a vivir en la simpleza, en la humildad del quehacer diario, para
santificarnos como ella en nuestro estado propio, como padre de familia, como
mamá, como ama de casa, como simple trabajador, como maestra de labores; como
en mi caso, como en tu caso, con lo que somos y hacemos rutinariamente, con
amor entregado a Dios, cada día.
Ese es el
verdadero secreto y el mensaje de Crescencia, plasmado en la gran cantidad de
milagros obtenidos por su intercesión. Ella nos susurra en el corazón que vale
la pena intentarlo, vale la pena luchar en la familia, vale la pena creer que
la pobreza y lo sencillo es lo más grande y superlativo en este mundo complejo.
Así como ella
llamó la atención casi solamente con su perfume de violetas que dejó como signo el día de su muerte terrenal,
hoy también ella vuelve a llamar la atención con el milagro de mi vida, con el
milagro de la vida de mi familia, y también ¿por qué no? desde ahora, con el
milagro de tu propia vida y la de tantos otros que quieran imitarla.
Quise titular
este pequeño libro testimonial “MEMORIAS DEL MILAGRO, SANADO POR CRESCENCIA” y
hacer memoria en este testimonio de lo que han sido MIS DÍAS CON ELLA. Estos
días que no sé cuándo realmente comenzaron. Tal vez, con Leti en su escuela
primaria y seguro que nunca, nunca terminarán, hasta que un día la pueda
encontrar y darle gracias por su intercesión, junto con mis seres queridos, junto
a Jesús y María, allí donde todo es paz, amor y alegría.
TAMBIÉN ESTÁ MARÍA
En estas
líneas, quiero simplemente hacer un pequeño resumen de lo que denomino también,
MIS DÍAS CON MARÍA, donde quiero resaltar de la misma manera el hilo conductor
que todos podemos descubrir si analizamos nuestra propia vida y vernos lo que
la Virgen, como intercesora ante Jesús, realiza en nuestras vidas.
María vive en
nosotros como Madre, iluminando nuestro camino, estando con nosotros día a día,
casi sin darnos cuenta.
Quiero
recordar las palabras de la Hermana Josefina cuando hablé de este tema, y de la
relación de María con Crescencia y ella me dijo: “Nuestra Madre se aparece a la vidente Gladis Motta muchas veces con la
presencia de María Crescencia”.
Esto me da la
pauta de que María como Madre de Jesús estuvo presente en el momento justo en
que el Señor elige por su misericordia, someterme a ese trance de mi enfermedad
para su mayor gloria. Es decir, que María
me recibe en San Nicolás, y me bendice para que recibiera esta
enfermedad con toda la gracia que Jesús ya tenía pensado en su infinito amor.
La Virgen ya
está presente en mi vida antes de contraer la enfermedad y nos regala la gracia
de vivir todo esto justo en el mismo momento en que la visitamos en San
Nicolás. María, presente en mi vida como verdadero milagro.
María ya había
estado presente cuando conocí a Leticia, mi esposa, gran devota de la Virgen,
junto a nuestra querida Mita, ambas grandes promotoras del Rosario, misioneras
de la Virgen.
Leticia, quien
estaba consagrada a María, me invita a consagrarme también y a participar en el
grupo Magníficat, donde hoy estamos trabajando mucho en la evangelización de
las almas a través de la música, con un espíritu totalmente mariano inspirado
en los mensajes de San Nicolás y Medjugorje. Además, con Leti no dejamos de
propagar la Convivencia con la Sagrada Familia[4] y
de vivir cuanto aprendimos en la Comunidad Convivencia con Dios, para tender a
la unión con Él.
Es María, a
través de la advocación de la Madre del Huerto, quien me hace conocer a mi
esposa y luego ella misma, me invita a conocer a las Hermanas del Huerto y
realizar la obra que me tuvo como arquitecto al momento de mi enfermedad.
María, siempre María.
Muchas veces
no nos damos cuenta de la presencia de Dios en nuestras vidas. Estamos ciegos,
o no vemos aun viendo, y no podemos descubrir los permanentes milagros que
ocurren en nosotros y alrededor nuestro. Estamos muy acostumbrados a correr y
correr sin detenernos a observar la acción de Dios en nosotros. Y yo era el
primero.
Durante mi
internación, recuerdo perfectamente el momento exacto en que sentí la sanación
total de mi enfermedad: justo aquella noche que ya les describí y que me hizo
encontrar rezando tarde en la noche o temprano en la madrugada, cerca de las 2
de la mañana cuando rezaba mucho acostado con la imagen de la Virgen María de
Schoenstatt sobre mi pecho, imagen que me trajo Mita, la mamá de Leticia y que
todavía tengo en casa al lado de la puerta de entrada. Un cuadro de madera en
forma de capilla con arco gótico muy común en todas las imágenes de esta
advocación. Esta imagen me la trajo Leti al hospital y me acompañó todos los
días.
Pero lo
notorio, increíble y recalcable es que esa noche de mi sanación plena, yo
rezaba el Rosario con la imagen y comencé a sentir ese fuego potente y profundo
que ya les describí antes y que subía y bajaba por todo mi cuerpo. María estaba
conmigo sobre mi pecho, yo la miraba y sentía la acción del Señor en esa
oración profunda que estaba gozando. María me decía, en mi corazón, que tuviera
fe y me revelaba al mismo tiempo los motivos reales de mi enfermedad. Me
revelaba diferentes situaciones, momentos y cosas que debía cambiar, sanar y
confesar, pero me daba la esperanza y convicción de que mirando sus ojos, a la
mañana siguiente estaría totalmente sanado. Esto lo digo como testigo de lo que
viví, y también de lo que escuché en testimonios similares, de otras sanaciones
físicas que diversas personas vivieron antes y después de mí. Hoy puedo testimoniar
con mi vida: muchos dicen haber sentido un gran calor, un fuego sanador que
recorría todo su cuerpo: yo viví lo mismo, por lo cual hoy puedo asegurar que
cuanto ellos dijeron ¡es real!
Me dormí esa
noche con mucha paz y mucha fe y al otro día cuando apareció mi familia
inmediatamente les comuniqué: ¡Estoy totalmente sanado! ¡Yo lo sé! ¡Estoy
seguro! Y así fue.
Unos dos meses después, ya repuesto de todo, nacía mi primera hija
biológica, María del Rosario. Tomás ya tenía dos años y medio. Habían sido los
dos la razón de mi lucha y mi esperanza por sanarme. Y también Juan Marcos,
quien no hubiera llegado al mundo si no hubiese ocurrido el milagro. No podía
fallarles a los tres. Tampoco podía fallarle a Leticia que me acompañó en todo
momento y llevó con hidalguía y entereza todo el sufrimiento y la incertidumbre
de esos días.
Durante el
parto, esperábamos el nacimiento de nuestro hijo y uno de los nombres que
teníamos si llegaba a ser una niña, era el nombre de MILAGROS, porque realmente
era un milagro de la Virgen, porque teníamos problemas de fertilidad y hacía ya
ocho años que veníamos luchando para quedar embarazados. Habíamos realizado
múltiples tratamientos y alguna operación también.
El 19 de
Septiembre, también en el Británico, nos encontramos toda la familia, esperando
el nacimiento de nuestro segundo hijo y primer hijo natural. Una hermosa nena
nació del vientre de Leti.
Participé del
parto, como es común en los papás hoy. Estaba con Leti, junto a ella y nos
agarramos de la mano, pero había algo entre la mano de ella y la mía: el Santo
Rosario de María.
El Rosario
apretado era lo que nos sostenía en ese momento.
El nacimiento
se estaba complicando porque el bebé no podía salir, estaba trabado en el canal
de parto. Los médicos le dicen a mi esposa: "Ya
no puede esperar más, Leti… No va a aguantar más tu bebé en esa posición y
corre riesgo su vida...”.
Nos miramos y
nos aferramos más al Rosario y comenzamos a rezar fuerte y pedirle a la Virgen,
sabiendo que ella nos ayudaría.
Inmediatamente
nuestro bebé nació y pudimos ver que se trataba de una niña, hermosa, como
pueden ver en la foto en este libro. Hoy ya tiene 23 años.
Nos miramos y
no dudamos al abrazarla de ponerle su nombre: MARÍA DEL ROSARIO, en honor a su
Madre del cielo.
Pero la
preferencia de María por nosotros y su amor incondicional no terminan allí.
La Virgen
luego me llamó para trabajar en la Obra del Santuario en San Nicolás. Ella
volvió a poner su mirada sobre mí y no sé por qué…
Una noche llama el Padre Carlos Pérez, y le dice a Leticia: "Habla el
sobrino de la Tía", y nos sorprendimos mucho. Era el mismo Padre Carlos,
Rector del Santuario de San Nicolás, como mencionamos ya, sobrino de María
Crescencia.
Quería conocer
al arquitecto del milagro. Demás está decir que nos hicimos luego muy amigos.
Terminé siendo parte del grupo de los tres arquitectos que integramos durante
algunos años más, la comisión de diseño y ejecución de las obras y todo gracias
a la invitación de María. Muchas veces he pensado si la Madre no habrá hecho
todo este lío de la enfermedad para que termine siendo uno de sus
colaboradores. Lo digo con mucho respeto y con familiar afecto, porque no creo
ser digno de nada para servirla, pero de hecho, logramos encaminar las obras y
hoy podemos ver la obra casi terminada, aunque algunos años después me retiré
por viajes al exterior. Por misericordia de Jesús, pudimos poner nuestro
granito de arena.
Un par de años
luego de mi sanación, tuve la oportunidad de vivir un acontecimiento muy
hermoso cuando nos visitó Mariela, una chica de San Juan que vivía sus días en
su provincia con la particularidad de tener alocuciones permanentes en oración
con María.
Una amiga de
la familia de Leti, nos invitó a que la recibiéramos en casa. Así lo hicimos y
Mariela nos visitó en la casa de la hermana de Leticia, María Elisa. Estando
con ella, nos pusimos a orar todos juntos en la habitación principal, ella se
colocó una mantilla en la cabeza y estando todos presentes orando, comenzó a
transformar su cara en una imagen celestial, su rostro se iba transfigurando a
medida que orábamos y ella comenzaba a tomar algo así como la imagen humana de
la Virgen María. En determinado momento comenzó a bendecirnos y dirigiéndose a
Leticia que tenía en brazos a Rosario, le dijo: Estoy muy contenta de que esta
niña lleve mi nombre y mi Hijo ha querido premiarlos mucho por la vida de Tomás
y el gesto hermoso que han tenido adoptando a ese hermoso niño. Por tal motivo
como premio le ha enviado a esta niña que hoy lleva mi nombre, María del
Rosario.
Fue algo muy
fuerte para nosotros. Pero eso no fue todo: luego de bendecirnos a cada uno, se
dirigió a mí personalmente y me dijo: "Daniel,
quiero contarte que tus ojos miraban al Cielo en forma permanente y tu fe ha
hecho que mi Hijo tenga gran piedad de ti y Él te ha sanado….", para
luego yo emocionarme y decirle en oración: “Te
agradezco mucho, María, tus palabras y todo tu amor y estoy conmovido con lo
que me has dicho. De rodillas le pedí especialmente diciéndole esto: “María quiero pedirte algo muy especial... Aumenta
mi fe”. Ella, con gran ternura y mirándome a los ojos me dijo: la fe, está, simplemente hay que tomarla.
Es un regalo de mi Hijo que está al
alcance de cualquiera. Y concluyó… ¿Qué
le dirán a mi Hijo cuando un día les pregunte: Vino mi Madre a estar con
ustedes ¿y ustedes qué han hecho de sus vidas? ¿Cómo han transformado sus vidas
después de esa visita? Nos quedamos muy impresionados y luego de esas
palabras la Virgen en su persona, desapareció. Mariela volvió a ser ella…sin
recordar nada de lo acontecido.
Muchas veces
más María estuvo presente cabal y definitivamente en nuestras vidas.
La siguiente
experiencia mariana fue la visita al Cerrito de Salta donde vivimos un momento
muy fuerte de verdadera unción y bendición. Tuvimos la oportunidad de viajar
con un matrimonio muy amigo, Ángel y Marcela y subir el Cerrito en busca del
encuentro. Así lo hicimos y recibimos la bendición a través de María Livia, la
vidente, que luego de pasar un día de oración profunda, nos dio la bendición de
la Madre. Vivimos un día rezando junto a mucha gente que nos acompañó. Trepamos
orando por varias horas. Rezamos el Rosario, y vivimos una experiencia única de
verdadero fervor mariano. Sentimos que la Virgen nos había elegido una vez más,
y nos invitó a encontrarnos con ella. Otra vez María con nosotros. Otra vez
María en nuestras vidas, regalándonos su amor, su luz y su esperanza. La experiencia
mariana, la experiencia de Dios es única y vale la pena conocer. Está en
Argentina, no es Lourdes, Fátima, Medjugorje. Es Salta.
Hace dos años, en 2013, fue un año mariano por excelencia en mi vida y la
de mi familia. Comenzó en enero con la gracia de realizar la "Convivencia
con María", retiro de seis días de la comunidad Convivencia con Dios a la
que pertenecemos Leticia y yo desde hace 30 años aproximadamente. En esa
convivencia, en la ciudad de La Paz, entre Ríos, donde la Comunidad posee una
casa de retiros hermosa, pudimos vivir una experiencia maravillosa con María
esos días.
Como gracia
especial en lo particular fue que a través de ella pude a mis 55 años,
encontrar una sanación profunda de la imagen y relación con Dios Padre. Pude
reencontrarme con mi padre del Cielo, y todo fue gracias y a través de la Madre
de Dios y Madre mía. En el mes de marzo tuvimos la visita a la Argentina de
Iván, uno de los videntes de Medjugorje y los organizadores de este evento, nos
invitaron a nosotros, del grupo Magníficat que evangeliza a través de la
música, a conducir el ministerio de música en los dos encuentros que se
tuvieron con Iván en nuestro país. El primero fue en el estadio cubierto de
Argentinos Juniors y el segundo en el Luna Park. En ambos tuve la gracia con el
resto del equipo de cantar para la Virgen en presencia de Iván. El mismo Iván al otro día de la última
función, nos invitó a participar de un encuentro privado con él durante la
visión que a las 18:40 hs. tiene todos los días. En la casa donde se encontraba
hospedado, junto con otras personas, pudimos compartir la aparición privada
siendo partícipes de semejante regalo de nuestra Señora: ella, Iván y nosotros,
nadie más.
Siendo
totalmente inmerecedor de semejante gracia, lo tomamos una vez más como un
regalo maravilloso de la Madre que algo nos estaba queriendo decir con tantos
acontecimientos marianos en tan poco tiempo en ese año. Durante esa estancia en
Argentina y particularmente en esa oportunidad, Iván mencionó que María le había
pedido muy especialmente venir a la Argentina a visitarnos y además, que
esperaba mucho de nosotros como servidores y como pueblo. Agregó que no podía
comentarnos todo lo que le había dicho, pero que la Virgen estaba muy contenta.
Luego llegó a nosotros que la Argentina viviría una gran alegría pronto. Iván
se fue al día siguiente y tres días después, fue elegido Papa el cardenal Jorge
Bergoglio, Francisco. María nos anticipó y vino a nuestra tierra para
bendecirnos antes y yo, junto a los míos, una vez más fuimos inmerecidamente
elegidos para acompañarla.
Un gran misterio
de amor casi incomprensible para nuestra pobre mente y pequeño corazón. Cuando
le preguntamos por qué la Virgen lo había elegido a él y a los otros videntes,
tan jóvenes y sencillos, Iván nos respondió y explicó a nosotros: “La Madre nos dijo que ella no siempre elige
lo mejor”. Sin querer compararnos con ningún vidente de Medjugorje, ni
mucho menos, la Madre también pensó en nosotros. Una vez más pensó en mi
familia, que sin duda no somos los mejores. Por eso, vos también podés esperar
que tu Madre también te elija a vos.
Un mes
después, el último regalo de María en ese año fue permitirnos ir a Medjugorje a
conocer su santuario.
Tan
maravilloso viaje emprendimos con Leti, que pudimos peregrinar yendo a Roma,
donde la Virgen nos regaló la gracia de ver tres veces al Papa Francisco,
llevarle los libros de Doctrina de la comunidad Convivencia con Dios, y traer desde
Roma la bendición papal, para la Comunidad y para todos sus miembros.
El viaje a
Medjugorje fue realmente maravilloso. La misma traductora de Iván nos guió
durante nuestro viaje y recorrimos todo con ella. Pudimos visitar a Mirhiana,
otro regalo de María, sin duda. Nos recibió en su casa, pudimos conocer la casa
de Vitka, conocer a su hermana, ir a Tijalina a venerar la imagen más hermosa
de la Virgen y gozar de todas las gracias inmensas que nos dejó ese viaje en
nuestro corazón, y las bendiciones maravillosas que trajimos para nosotros y
todos los nuestros. Medjugorje, es sin duda, la tierra de María por excelencia.
Fue encontrarnos con ella y decidir para siempre no separarnos de su
protección.
María siempre con
nosotros, María siempre en nuestro camino. Como María, también Crescencia lo
está.
Nosotros siempre
a su lado, ella siempre con nosotros. Mis días con ella… memorias del Milagro…
UNA PALABRA MÁS
Uno de los últimos escritos de nuestro querido PA, (Padre
Alberto Ibáñez S.J.) antes de partir al Cielo.
Hemos quedado llenos de unción al leer esta reseña que nos
hizo vivir minuto a minuto la experiencia de una curación física, pero –sobre
todo- de un encuentro con Dios.
Felices de nosotros que, como teníamos fe, pudimos seguir
creciendo en ella gracias a tan fervoroso testimonio. Pero en este momento me
acuerdo de tantos que levantarían su voz indignados:
-
¡El milagro es imposible!
-
Los santos están muertos: no pueden
conocernos ni hacer nada por nosotros.
-
Si yo quiero pedirle algo a Dios, no
necesito la intercesión de ellos: Jesús es el único intercesor entre Dios y los
hombres.
-
¿A qué vienen los mensajes marianos? ¡Dios
cerró su revelación en el Nuevo Testamento!
-
¡Eso de endiosar a María o a cualquier
santo bombardea al cristianismo!
¡Qué interesantes desafíos! Aunque por nuestra piedad no nos
inquietan, necesitamos estar dispuestos a dar razón de nuestra esperanza (1Pe
3,15) y cultivar una fe sólida.
Como presupuesto de lo que Daniel ha dicho, vamos a sintetizar lo que las diversas Convivencias con Dios enseñan sobre estos cinco planteos.
1.
El milagro
Muchos científicos quedan empantanados con la primera
objeción. Toda su mentalidad se funda en la solidez de las leyes naturales. No
pueden hacer ciencia si las leyes funcionan según el gusto de Dios, una vez sí,
otra vez no. ¿Qué respondemos?
Si yo suelto de mi mano un libro, sé que por la ley de la
gravedad debe caer al suelo.
Pero, sin que esa ley sea modificada, esta vez el libro no
cayó al suelo, porque otra persona estiró el brazo y lo arrebató, o una ráfaga
de viento lo llevó volando a otra parte.
Puede haber ciertas intervenciones que impiden el efecto
esperado.
En el milagro intervienen causas de orden sobrenatural, que
las ciencias físicas no pueden afirmar ni negar. Solo pueden decir: en los
límites de nuestros conocimientos, no podemos dar explicación.
Cuando se detecta una curación prodigiosa, la Santa Sede lo
presenta a la comisión de científicos. Ellos, después de estudiarlo, podrán
decir: “Ese caso constituye una verdadera
enfermedad cuya curación supera nuestras posibilidades”. Después, una
comisión de teólogos podrá añadir: “El
hecho manifiesta signos de la intervención divina”.
En el caso que Daniel nos ha contado la comisión científica
hubiera debido contestar: No queda excluida la posibilidad de error en la
primera exploración, por la premura inicial, como juzgó el equipo médico que
atendió el caso y realizó nuevos análisis.
Aunque no hubieran desaparecido los
documentos, o se hubiesen reconstruido a partir de los datos que Daniel nos
contó, la Comisión Pontifica no hubiera avalado el testimonio. Esa es mi
modesta opinión.
Hay miles de “gracias” que suelen
publicarse, como las demás curaciones que Daniel añadió. Estimulan nuestra
devoción a los siervos de Dios y nuestro agradecimiento al Creador, generoso y
providente, pero no sirven como prueba. A Dios no le molesta: ofreció otro
milagro: María Sara Pane, diabética y moribunda por una hepatitis B, sanada de
la noche a la mañana y que estuvo presente en
la beatificación. Y nos deja, además, gozarnos con Daniel y los demás sanados.
2.
La vida eterna
Jesús y San Pablo nos prometen vida eterna.
Dios es Dios de vivos (Lc 20,38), y cuando se desmorona esta morada terrenal
tenemos una mansión eterna en el cielo (2Co 5,1; cf. 4,16s).
El libro “La
vida eterna, nuestra esperanza”[5] expone con minuciosidad lo que en las diversas CcD vamos
contemplando.
Cristo está vivo,
glorioso junto con el Padre celestial, participando como hombre de la gloria
que como Dios siempre tuvo, y nos hace participar de esa gloria.
Así como en la semilla
sembrada, el cotiledón se pudre después que alimentó al embrión, en la muerte
el cuerpo animal va a la tierra mientras el cuerpo espiritual, que desde el
bautismo iba asemejándose cada vez más a la imagen de Cristo, podrá ser
definitivamente transfigurado a semejanza de su Cuerpo Glorioso, y conocer como
es conocido (Flp 3,21; 1Co 13,12).
3.
Intercesores
Jesús, Hombre-Dios, es el único intercesor
entre Dios y los hombres (1Tim 2,5).
Pero él mismo ha querido
asociarnos a su función. Los apóstoles pedían a “los santos” de su tiempo que
oraran por ellos y por la Iglesia (1Tes 5,25; 2Tes 3,1; Rm 15,30), así como
ellos también oraban por los demás (Col 1,9; Flp 1,4.19; 2Co 9,14; Ef 6,18; Tim 2,1).
Si cuando Pablo está en la tierra su oración
es eficaz, cuando está con Cristo despojado de su cuerpo animal lo cual es
mucho mejor, se comprende que esa participación en la intercesión de Jesús será
mayor (2Co 5,8; Flp 1,23; 1Tes 5,10).
A la misión de Jesús, que vive para
interceder por nosotros, ellos se asocian, no solamente prologando desde el
cielo la intercesión de Él, sino también alentándonos con los ejemplos,
palabras, escritos o instituciones que dejaron en la tierra. Después de siglos
cada santo nos repite: “Sean imitadores
míos, como yo lo soy de Cristo” (1Co 4,10; 11,1; Flp 3,17; 1Tes 1,6).
4. Revelaciones
privadas
El depósito de la fe que Jesús dejó en la
Iglesia mediante la revelación pública, continúa siempre el mismo.
Pero Dios no ha perdido
su derecho y capacidad de comunicarse con cada uno mediante sus inspiraciones o
mediante profetas que nos hablen en su nombre.
Esta “revelación
privada” no modifica aquel depósito. En esta forma, el Espíritu Santo nos
recuerda lo enseñado por Jesús y nos lo hace actualizar o comprender mejor (Jn
14,26; 16,13). Casi todos esos mensajes se pueden sintetizar con la frase de
María en Caná: “Hagan todo lo que Él les
diga” (Jn 2,5).
San Pablo valora esas profecías de los
cristianos comunes y les exhorta a que se dejen usar por el Espíritu Santo (1Co
14,3.5.29-31.39).
5. Culto
a los santos
Dios ha querido elevarnos al orden
sobrenatural. Por la fe nos concede la dignidad de hijos de Dios y mediante
nuestra vida divina (el ejercicio de esa gracia santificante) nos va haciendo
conformes a la imagen del Hijo.
Ya en el Antiguo
Testamento se ponderan las virtudes de ciertos predilectos de Dios. Eclo (Sir)
44-50 y Heb 11 nos presentara algunos en un “cuadro de honor”.
Pero, sobre todo, la gracia de Cristo nos
modela como Cuerpo Místico, y nos hace un espíritu con Él (1Co 6,17; 10,17;
12-28), capaces de glorificarlo por toda la eternidad (1Tes 3,13; 2Tes 1,10;
Apc 4,11; 5,13; 15,3; 19,1-9).
María pudo exultar de gozo porque Dios había
puesto los ojos en su pequeñez. Y se atrevió a profetizar: “TODAS LAS
GENERACIONES ME LLAMARÁN BIENAVENTURADA”.
Según las probabilidades humanas, esa
profecía era irrealizable, absurda. ¡Tanta gente ha tenido sueños así, pero,
cien años más tarde nadie se acuerda!
Nosotros somos testigos de que esa profecía
por aquellos primeros siglos se transcribía en los manuscritos que hoy se
conservan en los museos o en las ediciones críticas de la Biblia. Pero-sobre
todo- somos testigos de que en el siglo XXI, a pesar de la mentalidad agnóstica
y cientificista, esta generación también proclama bienaventurada a aquella
muchacha de Nazaret.
Los agradecidos y los enamorados suelen usar
ponderaciones que brotan de los sentimientos, no de la precisión lógica. Eso
provoca rechazo, no solo en nuestros hermanos evangélicos sino también en
católicos más racionales. El magisterio eclesiástico también reprueba esa “exageración de contenidos o de formas”
(Lumen Gentium 67; Marialis Cultus 39).
Nuestra escuela pretende evitar el error por
exceso o por defecto. Y con gusto lo repetimos cantando:
“Queremos
hoy honrarte
como
el mismo Dios te honró
y queremos amarte
Como Jesús te amó”.
[5] Editorial Convivencia con
Dios, 2ª edición, octubre, 2015.
ÍNDICE
Sábado 25 de julio: la “misericordia” de
María
Memorias escritas en dicha fecha
MIS DÍAS CON CRESCENCIA... Hoy.