MEMORIAS DEL MILAGRO (Libro testimonio de Daniel Paternó, integrante del Grupo Magnificat)





RESEÑA DEL LIBRO: 

El arquitecto Daniel Paternó, miembro de nuestro Grupo Magnificat, nació en Buenos Aires el 17 de noviembre de 1957. Casado con Leticia Crosetti y padre de tres hijos, es el protagonista de este testimonio de sanación relatado en el presente libro.

Luego de varios años de esa increíble experiencia, Daniel ha querido devolver de alguna manera las gracias recibidas a través de la Beata María Crescencia Pérez (1897-1932) escribiendo el testimonio de este "milagro" para alentar a todas las almas y en especial a quienes sufren graves enfermedades, a confiar en la acción de Dios y poner en práctica todos los recursos que nos brinda el evangelio y los sacramentos y la vida ejemplar de los santos.

María Crescencia Pérez fue beatificada el mismo día del cumpleaños de Daniel cuando "casualmente" se cumplían 20 años del milagro.

Esto lo motivó a emprender este desafío de contar su testimonio y saldar así una vieja deuda con ella.

Daniel ha querido ser cabal testigo del Amor sanador de Jesús para todos los que crean en Él: 
"Vengan a Mí, los enfermos y afligidos... que Yo los aliviaré" (Mt. 11:28).

Daniel y Leticia -su esposa-, ambos son miembros del Grupo Magnificat -de evangelización a través de la música-, también ejercen juntos sus apostolados en la comunidad "Convivencia con Dios" y en el secretariado Nacional para la familia, referentes nacionales de Alpha para matrimonios y familia, y del Apostolado de la oración.

Damos gracias por su generosidad al compartir el presente libro en forma totalmente gratuita. Que el Señor le devuelva el ciento por uno. 
PUEDE LEERSE DIRECTAMENTE ONLINE DESDE ESTA PÁGINA (más abajo está el libro completo) O SI LO DESEAN PUEDEN PEDIRLO PARA LEERLO EN PDF o EN FORMATO PAPEL AL SIGUIENTE MAIL DEL AUTOR: danielpaterno@gmail.com
Si alguna Parroquia, Congregación, Instituto de Vida Consagrada, Hospital, Colegio u otra Institución lo desea pueden enviarse varios volúmenes en formato papel y en forma totalmente gratuita (pedirlo al mail indicado)



Beata María Crescencia Pérez
(1897-1932)

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MEMORIAS DEL MILAGRO

 

SANADO POR CRESCENCIA

 

 

 

Daniel Paternó

 

 

 

Editorial CONVIVENCIA CON DIOS

Buenos Aires

Argentina


 PRÓLOGO

 Pbro. Carlos Antonio Pérez

Rector  Santuario de María del Rosario de San Nicolás

San Nicolás, 7 de enero de 2015

 

He leído con particular detenimiento el libro de Daniel Paternó sobre su milagrosa curación física, a partir de la intercesión de la Beata María Crescencia Pérez.

Durante 30 años en el Santuario de María del Rosario de San Nicolás y en torno a la Beata María Crescencia he escuchado cantidad de testimonios de casos milagrosos de curaciones o gracias recibidas. Este caso, sin embargo, quizás por lo detallado de su relato me impactó particularmente, al conocer los detalles ya olvidados por mí, o totalmente nuevos que ciertamente desconocía porque conocí el milagro desde que se produjo.

Daniel ha querido tener la bondad de invitarme a prologar este libro y lo hago con inmenso gusto, más allá de las limitaciones que pueda tener en la exposición.

El milagro es un hecho sobrenatural que escapa a toda explicación científica; de repente ocurre algo insólito que en el caso de la salud, la ciencia no puede explicar y está unido, como fruto propio, a una honda experiencia de oración, en la cual con mucha fe y mucho fervor se estuvo pidiendo esta gracia.

Un milagro es consecuencia de la fe y de la oración y no al revés; Jesús en Nazaret no pudo hacer muchos milagros por la falta de fe de sus habitantes. La fe es un don, una virtud que Dios nos regala el día del Bautismo. Cuando la fe es grande “mueve montañas” y por la fuerza de la oración ocurren misteriosas respuestas de Dios al hombre creyente. Esas respuestas a veces  implican la curación de una enfermedad pero simultáneamente despiertan o profundizan la fe de la persona enferma.

Este acontecimiento que nos ocupa es fruto de la fe y es causa de una fe más intensa en quienes se han beneficiado con el mismo.

Daniel Paternó tenía fe, pero durante y después del milagro la acrecentó notablemente; puso a Dios definitivamente en el primer lugar de su vida y adquirió al modo de San Agustín una clara conciencia de su pequeñez y pobreza, que se manifestó en el reiterado deseo de confesar sus pecados; eso hace pensar, leyendo el libro, que Daniel nunca se sentía suficientemente purificado para pisar el sagrado recinto del misterio del amor de Dios que se derramó en su vida.

Dios nos impacta, nos conmueve, nos deja extáticos y su bendita grandeza nos hace siempre conscientes de nuestra bendita pequeñez, que es la puerta por donde Dios puede entrar en nuestra vida.

Daniel, digamos también, como consecuencia fundamental de su curación, no guardó para sí el regalo recibido sino que como la samaritana del Evangelio, fue corriendo a decir a sus familiares y amigos lo que Dios había producido en él. Por supuesto, al actuar con la fuerza del apóstol y por lo tanto asistido por la gracia, su palabra produjo conversiones, acercamiento a Dios, reencuentro con el amor infinito del Padre.

Los dones que recibimos están orientados a que sean participados a nuestros hermanos para que crezca la familia de Jesús en número y calidad cristiana.

Me llamó mucho la atención, leyendo este libro, la curación en cadena que se produjo en el Hospital Británico cuando prácticamente en forma simultánea quedaron curados varios enfermos de leucemia. Es que Dios no tiene límites en sus dones y lo que ocurre muchas veces es que no pedimos o pedimos mal, sin fe, distraídos, sin la confianza de que Dios como Padre quiere que le pidamos y nos responderá. Aquí se produjo, gracias a la fe profunda de quienes oraron, una curación similar a la que hizo Jesús a los diez leprosos que se le presentaron pidiéndole que los curara, como nos narra el Evangelio.

Quiero también manifestar los misteriosos caminos de Dios, que nos otorga a todos de diversas maneras la capacidad de interceder para conseguir determinadas gracias. Dios puede resolver todo Él solo y en un instante. Sin embargo, quiere hacernos partícipes de una mediación semejante a la de Cristo Mediador y nos da la oportunidad de interceder como Jesús y subordinados a Él, que es el único absoluto Mediador ante el Padre.

María como nadie fue hecha mediadora ante el Mediador y por eso su oración es tan poderosa que los santos la llaman “la omnipotencia suplicante”. También conocemos el poder de intercesión de los ángeles y de los santos.

Aquí particularmente tuvo comienzo el proceso de curación de Daniel, con una gracia de María en su Santuario de San Nicolás y continuó con la eficaz intercesión de la Beata María Crescencia Pérez a quien sin duda el Señor ha convertido en una “santita milagrosa”. Ella fue grande en su amor a Dios y al prójimo, su humildad fue profunda y su oración transformante. Sepamos entonces acudir a María, a los ángeles y a los santos, porque son felices ayudándonos. Decía Santa Teresita antes de morir: “pasaré mi cielo haciendo el bien en la tierra”.

La clara conciencia del poder de intercesión de María Crescencia nos lleva a invocarla con verdadera fe, para que se haga realidad en corto tiempo su canonización, para Gloria de Dios y crecimiento espiritual de sus hijos.

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A Leticia, mi esposa,

 a mis hijos,

a mis padres

y a mis queridos suegros que ya están en el cielo… 





INTRODUCCIÓN

Cuando ya había terminado todo el libro testimonial que quiero regalarles a continuación, la Hermana Yolanda, correctora, profesora de lenguas y asesora de la edición de esta obra, junto a su calificado equipo, me dijo: “Daniel, muy lindo todo tu testimonio; nos parece que podemos aceptar esta obra para publicar, pero le falta algo. ¿Qué le falta? le dije; he escrito este testimonio con todos los detalles que mi memoria me permite recordar; no encuentro nada que pueda faltar.

Hermana Yolanda, entonces, me dijo: ¡Te has olvidado de contarnos, especialmente a los que no la conocen, quién es María Crescencia!

¡Oh, grave error! ¡Me había ensimismado en el detalle de mi testimonio pero me había olvidado de contarles a muchos, la maravilla que representa María Crescencia para todo el mundo cristiano hoy!

Hermana Yolanda tenía razón y por eso al inicio he agregado una breve reseña sobre…

“SU SECRETO”

¿Qué significa el ejemplo de Crescencia en el mundo de hoy?

Parafraseando a Juan Ramón Jiménez y recordando esa obra maravillosa que escribió y que todos alguna vez leímos en la escuela, dedicada a su gran amigo Platero, puedo decir que María Crescencia es hermosa, delicada y suave... Tal vez como la flor de la violeta que tanto gustaba y disfrutaba y que tantas veces aparece para decorar y perfumar, su propia vida… y también la nuestra.

A ella se la conoce como la Violeta del Huerto, y se han escrito muchas páginas relacionándola con esta flor hermosa.

Muchas veces traté de descubrir cuáles fueron las virtudes heroicas de María Crescencia para alcanzar la santidad y siempre llego a la misma conclusión: el ejemplo de Crescencia nos hace descubrir aquello que aprendimos en el Evangelio, tantas veces reiterado por Nuestro Señor: “Dios eligió a los pobres de corazón, a los simples y humildes, a los pequeños, para revelarse y para  hacernos conocer su gran misterio de amor salvífico”.  Quiso ocultar a los sabios y poderosos y a los ricos, este misterio de redención: ¡la locura de la cruz!  Y el sacrificio, como regalo de santidad, como camino revelado “gratuitamente” a quienes humildemente se lo piden. Esto es parte del gran secreto de María Crescencia... una vez más, revelado a nosotros a través de su testimonio.

¿Cuál es, finalmente su secreto y la esencia?

Ella siempre quiso y soñó con ser santa... ¡Este es su secreto!

Tanto lo pidió que se olvidó de sus propias necesidades para consagrarse como simple monjita, maestra de labores, dedicada a los enfermos y a los niños, donde encontró su camino al encuentro de Jesús con la simpleza de su vida y la entrega a sus hermanos.

Esa entrega de amor a los necesitados, finalmente le regalaría la cruz de su enfermedad, contagiándose de aquellos mismos a quienes tanto ayudó, alcanzando la muerte a tan temprana edad por su entrega a esas almas sufrientes que con amor atendía. Es increíble poder descubrir que a muchos santos, Jesús les regala esta cruz de amor, que es llegar a la muerte a través de su propia entrega a los demás. Esto se ve ahora también en otros testimonios como el del pronto Santo Cura Brochero, quien también enfermó de lepra, contagiado de sus amados enfermos a quienes él mismo servía y dedicó parte de su vida. María Crescencia también entregó su salud en el servicio a los demás y esto la condujo al encuentro con el Amado, sirviendo a todos sus enfermos a quienes atendía.

La violeta es una flor pequeña del campo, ¡pero de las más hermosas y de mayor perfume que Dios ha creado! Crescencia amaba las violetas.

Muchos han ponderado las violetas, su perfume y su color...

Pero es simple, pequeña... muy frágil... Dios nos regaló la violeta, como a Crescencia, para alegrar nuestras vidas y coronar de hermosura su Creación.

Estas son las sencillas virtudes heroicas de Crescencia simplemente ser violeta, como la flor. En muchos libros se hace mención a la violeta como signo y símbolo de ella.

¡Ser violeta en un mundo tan temido y temerario!, en un paisaje tan desolado, complicado y gris, que representa nuestra realidad, hoy.

Ella es una violeta más, creada y sostenida por el Creador, plantada y cultivada para nosotros. ¡Con la fragilidad, la pequeñez y la hermosura que significa ser una esa flor!

Aprendamos a descubrirla también nosotros, sin pisarla y cortándola suavemente para llevarla a nuestro hogar como perfume de nuestras vidas. Tal vez con su ejemplo, si podemos imitarla, nosotros mismos encontraremos el camino de la santidad en nuestro simple deber de estado o quehacer de cada día entregado con amor y sirviendo a los demás.



Una de las pocas fotos que se disponen

de María Crescencia Pérez


HISTORIA

A continuación, una breve reseña de su vida para que la conozcamos un poco.

María Crescencia Pérez nació en San Martín, Provincia de Buenos Aires el 17 de agosto de 1897, en el seno de una familia de fuertes creencias religiosas cristianas. Sus padres Agustín Pérez y Ema Rodríguez, eran inmigrantes originarios de Galicia, España y se radicaron primero en la provincia argentina de Córdoba, donde se casaron en 1889, para luego emigrar por un corto período a Montevideo, Uruguay, debido a una escena política convulsionada.

Más conocida como Crescencia, su nombre secular era María Angélica Pérez. Fue una monja argentina perteneciente a la congregación de las Hermanas del Huerto.



En Uruguay tuvieron cuatro hijos, dos de los cuales murieron al poco tiempo. Regresaron entonces a Argentina y tuvieron allí a María Angélica y después a sus hermanos Agustín, Aída, María Luisa, José María.

El 31 de diciembre de 1915 ingresó en el Noviciado de las Hermanas del Huerto en Buenos Aires y tomó los hábitos el 2 de septiembre de 1918. Durante sus primeros años como hermana, se dedicó a la enseñanza de labores y catequesis en la Escuela Taller adjunto a la Casa Provincial y en el Colegio del Huerto de Buenos Aires.

En 1925 se trasladó a Mar del Plata para atender a los enfermos, donde se contagió de una gravísima enfermedad pulmonar y sus superioras la trasladaron a Vallenar (Chile) en 1928. Su enfermedad se agravó y después de tres meses en el hospital, falleció el 20 de mayo de 1932, con 35 años de edad.

Estuvo enterrada en el cementerio de Vallenar, con fama de “santita” por los muchos milagros atribuidos a su intercesión. Cuando en 1966 su cuerpo fue repatriado a la Argentina, se lo encontró totalmente incorrupto y en perfecto estado de conservación, como signo del misterio que Dios nos tenía reservado a través de ella.

Este hecho, junto con los varios episodios milagrosos anteriormente mencionados, hizo que se iniciara la causa de su beatificación, dando origen a esta devoción, para bien de los argentinos y del mundo entero.

En 1986, los obispos y el obispo de Copiapó, Don Fernando Ariztía, decidieron abrir su proceso de beatificación. Hoy, la canonización está en pleno proceso a la espera de nuestras oraciones y de nuevos milagros para lograrlo.

El 17 de noviembre de 2012 (casualmente, el mismo día de mi cumpleaños y 20 años después del milagro), fue beatificada en Pergamino, provincia de Buenos Aires, por el cardenal Ángelo Amato, enviado especial del papa Benedicto XVI y el arzobispo Estanislao Esteban Karlic.

Su cuerpo se encuentra hoy en la Ciudad de Pergamino, en la capilla de las Hermanas del Huerto, Q donde puede ser visitado. Allí es venerada y sigue intercediendo por nosotros.  

Que el Señor nos conceda la pronta gracia de incluirla ya canonizada junto a María Santísima y su gran amado Sagrado Corazón de Jesús.


 


Detalle del folleto de invitación a la beatificación en el día del cumpleaños de Daniel


Si Dios lo permite, María Crescencia podría ser tal vez algún día, la primera santa argentina. ¡Que así sea!



 

Agosto de 1992

Las crónicas de esta obra, respetan la cronología y las fechas en que fueron escritas por primera vez, y se remontan al año 1992, precisamente en el mes de agosto, cuando escribí, recordando inmediatamente los hechos y salí con vida, luego de mi internación en el Hospital Británico de Buenos Aires, tras haber sufrido leucemia aguda mieloide, totalmente sanado a través de la única intercesión de, María Crescencia Pérez. 

El guion original de estas memorias, no ha sido modificado en su lenguaje general, solamente ampliado con mi experiencia de vida transcurrida veinticuatro años después y a la luz de lo que ha sido para mí un camino de conversión en esa escuela de espiritualidad que es la Comunidad Convivencia con Dios, donde me he formado como cristiano, a quien y a quienes, sus integrantes, debo en gran parte lo que soy, todo lo bueno que Dios pudo poner en mi ser, gracias a la intercesión y oraciones de mucha gente que me quiere y que me ha acompañado y enseñado en este camino.

He querido ser fiel y mantener el manuscrito que escribí cuando tenía 35 años. Hoy ya he cumplido mis 58 años y no queda nada, ninguna secuela de esa enfermedad terminal, solo recuerdos de “mis días de milagro… sanado por Crescencia”.

¿Por qué escribo estas líneas? Primero como agradecimiento a Dios porque a través de sus santos, nos permite disfrutar de sus obras y nos alienta también a la santidad, porque con el poder de la oración y la entrega y exponiéndonos a la gracia podemos ser sanados por Él y esto no podemos callarlo. También escribo porque Jesús quiere a través de la intercesión de sus elegidos como lo es Crescencia, con su vida sencilla de amor y obediencia, acercarnos a Él en el ejercicio de las virtudes y la fe.

Escribo estas líneas porque pienso que también hoy se renueva la letra de ese cántico de esperanza: “Puede hacerlo por ti, ya lo hizo por mí. Su gran poder es el mismo hoy, no cambiará, seguro estoy. ¡Si Dios ha hecho un milagro… puede hacerlo otra vez!¨ Amén.

El escrito del año 92 comienza de esta manera, con estas palabras y oración al Espíritu Santo.

¡Santo Espíritu de Dios, ven a iluminarme en este momento, para que no sea yo sino tú quien escriba estas palabras y el testimonio de la acción de la Santísima Trinidad en nosotros!

“Al padre Alberto Ibáñez s. j., a la Hermana Josefina Nuhedu (gran inspiradora de esta obra, compañera en mi camino y postuladora general de la causa de canonización de la Hermana Crescencia Pérez) y a mi esposa Leticia, quienes hace años me hicieron conocer, por caminos diferentes, al Señor”. Esta fue la dedicatoria original del escrito, a días del milagro. Hoy debo además nombrar a mis hermosos tres hijos que Jesús nos regaló. Tomás, quien vivió con nosotros esos días con tan solo dos años y medio, a María del Rosario, mi hija, a quien en este escrito nombro como el bebé de la panza, dado que no había nacido todavía, tenía casi ocho meses de gestación y lleva hoy el nombre de la Virgen y a Juan Marcos, que nació en el año 1995, y que lleva el nombre del primer evangelista. Hoy ellos tienen ya 26, 23 y 21 años. Hoy agrego a mis padres que me acompañaron en todo momento, mi hermana y también a personas que ya no están,  mi querida Mita, mamá de Leti, quien ya descansa en los brazos de Jesús y desde el Cielo acompaña como siempre todos nuestros pasos y es una luz que con su intercesión, ha iluminado mis escritos.

 El relato se escribe algunos pasajes en tiempo presente y otros en tiempo pasado para respetar las vivencias de esos días, en el marco de mi vida familiar y profesional.



MEMORIAS DEL MILAGRO


Sábado 25 de julio:  la “misericordia” de María

Ese día, alrededor de las cinco y media de la mañana, nos despertamos con Leti (Leticia, mi esposa), Tomás, mi primer hijo y el bebé de la panza; preparamos nuestras cosas y buscamos a Mita, que nos esperaba ansiosa para encontrarnos con nuestra Madre María del Rosario de San Nicolás. Ese día, como todos los 25 de cada mes, el pueblo se reuniría en esa hermosa ciudad a orillas del Paraná para venerar a María y nosotros no podíamos faltar para agradecer tantas cosas que la Virgen nos había dado por su intermedio; el milagro del bebé de la panza de Leti (que yo no creía en mi interior que fuese un verdadero milagro; cuento que no podíamos tener hijos y Jesús nos regaló en adopción a Tomi, nuestro primer y hermoso bebe), el auto que Dios nos había regalado hacía poco, el hermoso departamento y también el trabajo que no faltaba sino que hasta llenaba demasiado mis horas.

Al salir del centro de Buenos Aires, visitamos el Colegio Nuestra Señora del Huerto, donde estoy realizando obras, y nos entregaron un paquete para llevar a sus Hermanas que residen en San Nicolás, con documentos para la Beatificación de la Hermana Crescencia Pérez, que tanto tendría que ver con mi sanación. La Madre Josefina, superiora en dicho Instituto de Independencia y Rincón, nos encomendó y salimos al encuentro de María por los caminos del Señor.

Cantamos, oramos, rezamos el Rosario y le pedimos muy especialmente a la Virgen que nada se entrometiera en nuestro camino y todo el día fuese santo, dedicado al Señor, para que Él obrara por medio de María grandes cosas en nosotros. Esta hermosa forma de orar cantando y de expresar nuestra alegría en los viajes que aprendimos en la comunidad Convivencia con Dios, nos hizo llegar con mucho fervor y esperanza para recibir grandes gracias en la ciudad de María.

El encuentro con la Virgen del Rosario en San Nicolás fue sencillo, como siempre. Primero pasamos por la casa de Gladis Mota, la vidente a quien la Madre se aparece visiblemente y le dejamos en su puerta nuestras peticiones, como hace la gente. Recuerdo algo de lo que escribimos, entregando a nuestros hijos y nuestro amor en sus manos protectoras y también a nuestros padres y hermanos. Inmediatamente seguimos para la Basílica, que “estamos” todos los cristianos construyendo muy cerca de ahí en el campito[1].

Mi cámara registraba, como inquieto e interesado turista, el desfile de la gente que con tanta fe y temor de Dios se acercaba para honrar a su Madre. Como todavía no había mucha gente, pudimos ubicarnos muy cerca de la Virgen para celebrar la misa que cada hora se realizaba en esos días. Qué hermoso haber aprendido en las Convivencias con Dios que lo más importante en la vida de una persona creyente es la Eucaristía. Así, cada oportunidad de encontrarnos con Jesús Sacramentado es un momento único y permanente en la vida de cada uno.

En San Nicolás estuvimos hasta después del mediodía; me doy cuenta ahora que allí la Virgen se manifestó junto con su hija Crescencia porque luego de dejar San Nicolás y después de visitar a nuestros parientes en Rosario y Cañada Rosquín en Santa Fe, emprendimos el camino de vuelta y ya en Buenos Aires, comenzaron los síntomas de la enfermedad que luego se revelaría como terrible más adelante. Dios, a través de su Madre y de Crescencia, comenzaba su plan para manifestar su Gloria en mí persona y en los que me rodeaban, aunque nosotros aún no nos habíamos dado cuenta.

  [1] Agrego ahora, 22 años después, que es increíble como ya la Virgen nos estaba llamando y eligiendo especialmente, dado que algún tiempo después de la sanación, terminé trabajando en el cuerpo profesional de arquitectos para la construcción del templo. Pero no quiero detenerme ahora en este detalle, ya que comentaré estos hechos más adelante.


Lunes 27 de julio

El lunes mismo, luego del regreso, retomamos nuestras tareas habituales en el trabajo y en la vida diaria pero yo me sentía un poco cansado y también notaba que mi cara tenía alta temperatura; no tenía fiebre sino una sensación superficial de temperatura. Comencé a notar que mis encías sangraban, pero pensé que era algún problema odontológico, dado que hacía tiempo sentía las encías sensibles y ya había hecho una consulta a mi odontólogo. También pensé que podía tratarse de stress o presión alta, pero cuando en la noche del lunes me desperté con coágulos de sangre en mi boca, me asusté mucho. Recién el día martes, al repetirse los síntomas anteriores, le conté a Leticia lo que me estaba pasando y le mostré mis encías, descubriendo también que tenía un sarpullido intenso en las extremidades inferiores y en mi mano izquierda, moretones en diferentes partes del cuerpo y los coágulos tan extraños que por la noche se mantenían y me despertaban en todo momento, por la sensación tan fea en mi boca.

 

Miércoles 29 de julio

El día miércoles desperté con todos los síntomas descriptos, pero además tenía en mi boca una ampolla de sangre en el costado izquierdo que no cicatrizaba; fue cuando le comenté a Leticia que haría una visita al médico para que me recetara algo, pero antes consultaría a mi cuñada María Elisa, que es odontóloga, la cual me dijo que esos síntomas no eran odontológicos y convenía consultar al médico clínico.

A las tres de la tarde, hora de la Misericordia del Señor, me dirigí al Hospital Británico donde, luego me enteré, se encuentra, el mejor equipo de hematología del país. Unos días antes la Virgen me mandó a la obra del colegio que estamos haciendo para las Hermanas del Huerto, una inspección del área municipal de seguridad e higiene que fue, como verán más adelante, providencial. La obra que estoy realizando coincide con el espacio, edilicio donde María Crescencia solía pasearse en sus días de juventud, enseñaba allí labores, atendía a sus chicos y justamente el mismo lugar que Dios eligió para que yo comenzara esta experiencia tan carismática y milagrosa y también mi relación con ella. Allí, como les contaba, unos días antes vino casualmente, una inspección de higiene y seguridad en el trabajo pidió realizar exámenes pre-ocupacionales para dos de los operarios que trabajaban allí. De esta manera, buscando una clínica laboral, ese día fui a las 15 hs., recalco la hora de Jesús Misericordioso, al Hospital Británico para entrevistarme con la encargada de esa área. Lo hice tomando previamente un turno para el Doctor Tombeur, clínico de guardia ese día por la tarde. Es significativo resaltar que tenía el turno previamente pedido solo para mis muchachos, Antonio López y Mario Vega, y eso hizo que eligiera “por casualidad” al hospital Británico y mucho más significativo es que una semana después se realizaron los estudios solicitados por la municipalidad y nunca, volvió el inspector a la obra. Parecería que el tema de los informes el Señor lo instrumentó solamente para que fuera atendido en el Británico. Lo cierto es que gracias a ese inspector, me atendieron en el Hospital sin turno, como si fuera que ya me estaban esperando o como si alguien hubiese preparado un lugar para mí.

Yo portaba mi impermeable azul, mi maletín y mi rollo de planos y durante el tiempo de espera hacía anotaciones en mi agenda; en ningún momento se me ocurrió rezar el Rosario o meditar. Por aquellos días yo estaba bastante sumergido en las cosas de mi trabajo y poco espacio me quedaba para ocuparme de mi Señor. A pesar de todo, siempre quería crecer en mi oración personal y en el ejercicio de las virtudes que había aprendido en las Convivencias con Dios. Ahora, a la distancia, veo cómo Jesús se encargaría de transformarme y hacerme volver a una vida cristiana con mayúscula a través de un lindo susto y una gran poda.

A las 19 hs., luego de seis horas de espera, el médico me recibió en su consultorio preguntándome qué sentía. Yo le respondí: “Nada doctor. Solo pienso que tengo un poco de stress, o tal vez presión alta, porque mire”… y le mostré mis piernas, mis encías, la llaga de mi boca y los moretones. Luego de revisarme en la camilla me dijo que lo mío era un problema en la sangre, que el bazo lo tenía muy agrandado y mi hígado también; nada tenía que ver con lo que yo suponía. Y añadió: “Lo suyo puede ser una pavada, como también puede ser algo serio; tiene mucha suerte de que en este momento esté todo el equipo de hemoterapia reunido; parecería que lo estuviesen esperando, dado que a esta hora encontrar a los cinco hematólogos del Británico aquí es casi imposible”.

Esta es otra de las pruebas de que María Crescencia me estaba esperando. El médico continuó: “Le haremos un frotis periférico y le diremos qué es lo que usted tiene”. Inmediatamente se comunicó con el Doctor  Eduardo Bullorsky, jefe de Hematología del hospital, le describió telefónicamente el cuadro y luego de colgar me hizo pasar a otro consultorio donde me recibió el Doctor Cereseto para pincharme el dedo y sacar una muestra de mi sangre periférica. Eso era el frotis que me anticipó el clínico.

Veinte minutos estuve esperando el resultado, ese tiempo fue muy largo y debo confesar que me acordé de Dios, porque temía algo serio. En mi interior me sonaba la palabra SIDA, lo único que me imaginaba como problema serio en la sangre. Me acordé de la contemplación de Jesús en el Huerto, solo, desasosegado, buscando respuestas, casi abandonado, esperando lo peor. No obstante, acompañado por Él, mi Jesús.

Cuando estuvo listo el análisis, el Doctor Tombeur, se acercó al consultorio donde yo aguardaba y me dijo: “Paternó, lamento decirte que los estudios han confirmado que se trata de una enfermedad seria en la sangre”. Yo le dije que enfermedades serias conocía dos: SIDA y LEUCEMIA, a lo cual él me tomó del hombro con su mano derecha y me respondió que no se trataba de SIDA pero que el informe me lo tenían que dar los hematólogos en forma personal, ya que era serio. Recuerdo que mientras estábamos anteriormente en el consultorio de él, me comentó, al insistirle yo de que se trataba de presión alta pidiéndole que me la tomase, él me contestó: “No te tomo la presión porque desde ya que la tenés bien, lo que vos tenés es algo en la sangre, ¿no ves que no tenés coagulación”?

Ahí me di cuenta que no tenía salida: Pronto tendría que vivir momentos difíciles en mi vida, a los cuales, seguro, no estaba preparado.

Con estos informes, mi vida se desmoronaba en unos pocos minutos. Pensé que estaban equivocados: "¿Cómo a mí, con mis 34 años de edad?", la misma edad que tenía María Crescencia cuando pasó de la vida terrena al Cielo, 34 años los míos. Igual que Crescencia, que pasó a la santidad luego de su fallecimiento, 34 años después, cuando descubrieron su cuerpo incorrupto y manifestando de esta manera la gloria de Dios en ella. Menciono estos detalles porque es interesante descubrir señales en los hechos vividos.

Yo me veía a mis 34 años,  lleno de vida, de salud, de éxito, con mi hijo Tomás, de dos años y medio, que fue un regalo maravilloso de Dios y tan esperado, a través de la adopción, mi señora esperando un hijo a tan solo un mes y medio por nacer. En ese momento no sabía que sería luego nuestra hermosa hija, María del Rosario, mi primera y única niña, a quien le pondríamos el nombre de la Virgen, en honor a ella, hoy ya tiene 22 años de edad y ya casi recibida en Administración de Empresas. Toda una bendición del Señor. Tomás casi arquitecto y mi tercer hijo, Juan Marcos que lleva el nombre del primer evangelista, en honor a lo vivido en la Convivencia con Pablo, donde conocimos la historia de este sobrino de Bernabé, que acompañó al santo en sus últimos momentos y escribió el primer Evangelio de Jesús. Juan estudia Arquitectura Naval. Todos, milagros del Señor y, seguro, milagros que contaron con la intercesión de María Crescencia para que ocurrieran. De hecho, solo teníamos a Tomás, y Leticia con su panza me hizo pensar que los médicos debían estar equivocados; ¡no podía ser! Pero en mi interior sonaba la verdad y mi corazón latiente que golpeaba con una grandísima angustia hacía difícil mantener mis ojos secos. Mis lágrimas asomaban en mis ojos y no podía contenerlas, porque no me cabía que a mí pudiese pasarme eso.

En Hemoterapia fui recibido por un equipo, que fui conociendo con el correr de los días: el jefe, Doctor Bullorsky, la Doctora Claudia Shanley, el Doctor Cereseto, el Doctor Stémelin y la Doctora Mónica Puppo. Ésta última sigue siendo amiga nuestra y la seguimos viendo y frecuentando muchos años después.

El Doctor Bullorsky tomó la palabra con gran autoridad: “Daniel, yo soy el responsable de este equipo, te cuento que estás en el mejor lugar y con la mejor atención. Lo que vos tenés es leucemia aguda, una enfermedad muy seria que hemos detectado en tu sangre: Además, no tenés plaquetas, que son las células encargadas de realizar la coagulación sanguínea y detectamos un gran número de células malignas que se verifican en el frotis periférico que te hicimos. Hoy en día la leucemia puede ser atacada con mayores probabilidades de éxito que en otros años. Si vos hubieses tenido esto hace unos años atrás, te digo que ya estabas condenado, pero hoy puedo hablarte de un tratamiento de aproximadamente cinco años, un mes mínimo de internación al principio para ver como evolucionás con la quimioterapia y con la posibilidad de un trasplante de médula ósea -por ejemplo, con tu hermana-, podés tener un 60% de probabilidades de vida. Esto es una lucha en donde tenés que poner lo mejor de vos mismo.

Te daremos asistencia psicológica, si la necesitas. Te cuento que a un anciano o a un niño se le miente, pero a un adulto de 34 años como vos, solo se le puede decir la verdad: va a ser difícil el proceso, tendremos que hacerte punciones de médula que serán muy dolorosas, el tratamiento será largo y severo, se te va a caer el cabello, perderás peso y seguro te vas a enfermar de muchas otras cosas porque quedarás sin defensas.

Si vos querés, podés irte del país a tratarte en Estados Unidos o Europa, pero te cuento que existen normas internacionales de tratamiento y hoy en día es lo mismo un tratamiento en París, en Londres, en Nueva York o en Buenos Aires. Yo te recomiendo que no pierdas un minuto, y que nos permitas comenzar con el tratamiento ya. Necesitamos que quedes internado esta misma noche porque mañana por la mañana debemos realizarte una punción medular para extraerte una porción de tejido para saber perfectamente que tipo de cáncer es y cuán avanzado está en tu médula”.

Aprendí, a la luz de las Convivencias con Dios, que uno debe prepararse a aceptar la voluntad de Dios, aún en los peores momentos y con la peor perspectiva, sabiendo que el Padre jamás nos abandonará. Estaba comprendiendo en carne propia eso que había incorporado y enseñado a tantos conviventes: “El dolor a la luz del Calvario”,[2] que nosotros podemos completar de alguna manera lo que falta a la Pasión de Cristo y que nosotros mismos podemos transformarnos con nuestro testimonio de aceptación del dolor y la prueba, en otros Cristos también, si aceptamos la cruz que Él, con amor, nos ofrece. Tal vez esto es lo más difícil de aprobar, pero es el camino real que Dios nos presenta para crecer también nosotros mismos en las virtudes y con humildad, en un camino de unión con Dios y de santidad.

Los médicos me tomaron con mucho cariño y me revisaron nuevamente de punta a punta. Luego me permitieron avisar a mi esposa que debía quedarme internado. Me pasaron por admisión y me acompañaron a la habitación donde debía permanecer durante todo el tratamiento, aislado por temor al contagio cuando bajasen mis defensas. Barbijos, guantes, camisolines… todo un equipo especial para acercarse a mí…. No estaba preparado para esto.

Yo me senté en una silla, me ofrecieron un calmante que tomé por cumplir con los médicos pero que no me hizo nada, dado que mi estado de angustia era muy grande y me resultaba difícil contener el miedo. Solo, en la habitación me di cuenta de que no me quedaba otra alternativa que aferrarme a Dios y ahora aplicar todo lo que con Leti enseñamos en las convivencias y que aprendimos en años anteriores.  Ahora llegaba la hora de ponerlo en práctica. No había alternativa: era realmente un verdadero desafío de fe y esperanza.

Entonces le pedí a Jesús que Él viniera a mí para calmar mi angustia, que por sobre todas las cosas me hacía pensar en el bebé de la panza y en mi hijo Tomás, quien ahora que tenía un papá, pero finalmente lo podía perder… Esto me castigaba y me hacía llorar mucho, no tanto por mi suerte, sino porque Tomi y el bebé de la panza podían perder a su papá. Recordé en ese momento que en mi maletín tenía una imagen de la Virgen de Luján que un niño me había entregado en el colectivo, justo cuando iba al hospital. La busqué y me aferré a ella, lo único sagrado que me acompañaba visiblemente en esa habitación.

Vinieron los médicos a verme, alrededor de las 20:30 hs., y cuando estaba conversando con ellos, la primera luz de esperanza en mi lucha: entra en mi habitación el capellán del hospital, el Padre Anselmo, un verdadero enviado de Dios, para traerme la eucaristía diariamente y suministrarme la reconciliación y la unción de los enfermos. Tres sacramentos sustanciales que fueron vehículo seguro para mi sanación. Esto lo recalco porque es algo que también vivimos en nuestra escuela de espiritualidad y que ahora lo podía comprobar con mi propia experiencia: la acción de Dios a través los sacramentos como gracia inequívoca para nuestro bien y gloria de Jesús. Lo vi entrar y le pedí que bendijera aquella única imagen que me acompañaba; le expliqué lo que tenía y le pedí también que no dejara de visitarme, porque iba a necesitar mucho de él.

Leticia, mi esposa llegó alrededor de las 21 hs. Lo sabía todo, porque al llegar y preguntar por mí en el sector administrativo del piso, sobre el mostrador estaba el inicio de mi historia clínica y en la portada de la carpeta estaba escrito y resaltado: “leucemia aguda”. Ella le preguntó a la enfermera si realmente se trataba de eso y la enfermera le dijo que no podía informarle nada al respecto, que debía hablar con los médicos.  Ella me contó un tiempo después, estando ya repuesto, que cerró los ojos y le dijo al Señor: “Mira Jesús, esto es muy duro y yo sola no puedo afrontarlo. Todo te lo entrego a Vos, porque es demasiado para mí. Tómalo: te lo pongo a tus pies”.

Con Leticia en mi habitación y luego de conversar un poco sobre lo que había pasado, hicimos una oración al Señor, como habíamos aprendido: sin dejar la oración para más adelante y ya, ya mismo, en el lugar preciso donde estemos, pedirle al Señor aquello específico que necesitamos. Así, sin pausa, le pedimos a Jesús, a la Virgen y a María Crescencia, que por su intercesión, tomaran ellos todo lo que estábamos pasando, porque era mucho para nosotros. En ese momento le dije a Leti: “No me traigas diarios, libros, revistas ni televisión o radio, solamente quiero que me traigas un Rosario, la Biblia, la vida de los santos y cualquier cosa referida a Dios, pero nada que me saque del clima de oración y meditación que quiero ofrecerle a Jesús en estos días… No sé cuál va a ser mi futuro, pero estoy seguro de que sea fuere el desarrollo de esta enfermedad, yo estaré con el Señor preparado para lo que Él me pida”.

Esa noche me quedé solo, lloré mucho, dormí de a ratos, porque me despertaba y no lo podía creer. No recuerdo una noche igual en mi vida. A cada momento sentía que era el tiempo de la prueba y que todo lo que había aprendido sobre la fe y la esperanza como virtudes teologales, debía ponerlo en práctica ahora. Este era el tiempo, el lugar y la oportunidad para aferrarme a la Roca, a Jesús, mi Salvador.

[2] Contemplación de la Convivencia con Cristo (CcC), la primera de las siete convivencias que constituyen la escuela de espiritualidad.

Jueves 30 de julio

Por la mañana temprano, como es habitual en los hospitales, me despertaron. Tomé mi baño matinal e inmediatamente vinieron a verme los encargados de laboratorio para hacerme análisis de todo tipo: sangre, frotis periférico, presión arterial, orina, etc., etc. Estos análisis me eran repetidos aproximadamente cada cuatro horas, dado que necesitaban los médicos tener el control y el parte exacto de la evolución de la enfermedad.

Al ingresar me dijeron que había sido afortunado de haber tenido los síntomas del sangrado relativamente pronto, de no haber sido así, habría recurrido al médico mucho más tarde y el tratamiento hubiera tenido menores posibilidades de éxito. Lo que ellos no sabían es que la Virgen María junto con Crescencia había hecho salir a la luz mi enfermedad luego de la visita a San Nicolás, para la gloria de Jesús.

  Esa mañana comencé mis oraciones y el Señor me dio una definitoria en mi proceso de sanación: todo lo que me rodeaba podía usarlo para mi sanación física, porque todas las cosas de la naturaleza y de la vida diaria, los objetos y las personas, también habían sido creadas por Él y por lo tanto todo estaba impregnado del amor del Señor, todo era bueno y yo lo podía tomar.

Entonces empecé a darle gracias por el agua que cubría mi cuerpo en la ducha, y era herramienta para mi sanación; lo mismo con el aire que respiraba, con el jabón, el dentífrico, los medicamentos que me daban, las manos que me tocaban, el viento que entraba por mi ventana, todo lo tomaba y lo utilizaba para sentirme mejor y así sentir la presencia de Dios conmigo. Recordaba la primera contemplación del día uno de la Convivencia con Cristo: "Saborear lo que Dios ha creado”, descubrir en cada cosa la presencia de Dios, como dice el Génesis 1,10: “y Dios vio que era bueno”. Entonces, todo era bueno para mí, como sacramental, es decir como materia bendita para gloria de Él y para mi propia sanación.

Alrededor de las 10 hs. vino a verme el Doctor Cereseto para practicarme la primera punción medular. Me dijo que era muy dolorosa pero que duraba poco tiempo y fue ahí cuando por primera vez pude darme cuenta de que el Señor estaba conmigo. Leticia se había comunicado con las Hermanas de la congregación de María del Huerto y ellas ya estaban pidiéndole a la "santita", como la llamaban en Chile, por mi salud. Leticia es ex alumna del mismo colegio y pienso que el Señor junto a Crescencia, pensaron desde hace mucho tiempo este designio de milagro para que se manifieste la Gloria de Dios en nosotros a través de su intercesión. Un misterio de amor reservado a su santa voluntad.

Al comenzar la punción, yo tenía un Rosario que Leticia me había dejado la primera noche, me aferré a él y le dije al Señor: “Jesús, yo te ofrezco este dolor por mi sanación y porque creo que los dolores de los clavos en tus manos han sido mucho peores que estos pinchazos y taladrados que yo voy a sufrir ahora”.

La punción medular implica la rotura del hueso y la penetración hasta la médula ósea para extraer la muestra. Me tomé de mi Rosario, me pusieron boca abajo y comenzaron la operación en la cadera en la región del tercio ilíaco, perforando hasta llegar a los tejidos del hueso. Los médicos suelen colocar una anestesia externa, solo aplicable a la piel o los primeros tejidos. Los minutos pasaban pero yo aferrado al Rosario no sentía dolor alguno y cuando pregunté al doctor cuando empezaría, él me contesto: “Ya he terminado, te has portado muy bien”. Yo no había sentido casi nada, fue la primera muestra certera de que Jesús estaba obrando.

Leticia ya había llegado y entró en mi habitación con una gran sonrisa, como siempre, dándome ánimo. Debo recalcar que ella jamás perdió la calma y menos la confianza en Dios o en la ayuda de la Virgen y Crescencia. Por el contrario, siempre me ayudó en todo, no solo en las cosas del hospital, los médicos y la obra social, sino también en mi trabajo, ya que se convirtió de un día para el otro en mi secretaria y más, en una arquitecta, para resolver los innumerables problemas de mi trabajo. Hoy, veintidós años después, tengo el regalo de Dios que Leti trabaja conmigo en todo, además de mis tres hijos. Todos en la misma empresa familiar, que creamos hace algunos años.

Cuando entró, me dio la alegría de haber traído todo lo pedido, incluyendo la Biblia, estampas de María Crescencia y un libro que se titula Vengo a sanar, del padre Darío Betancourt. Recomiendo mucho este libro para todos los enfermos y también para los que no lo están y quieran conocer un poco más los mecanismos tan maravillosos que tiene Dios para obrar sanación sobre nosotros, en casos de enfermedades muy extremas o crónicas que cualquiera de nosotros puede sufrir.

Ese día por la mañana también se acercó al Hospital la Hermana Josefina, en ese momento superiora de la Congregación de las Hermanas del Huerto, y además, la Vice postuladora de la causa de canonización de la Hermana María Crescencia Pérez. Hoy es la Postuladora oficial de la causa. Leticia ha sido la Notaria en la misma causa de canonización. Todo por gracia y ayuda de la Virgen. La Hermana Josefina me llevó una reliquia de María Crescencia, de las más grandes, un trozo de tela de unos 3 cm x 1,5 cm que había estado en contacto con su cuerpo. Ya no la conservo: la hemos regalado con Leticia a otros enfermos, para que puedan también experimentar sanación, por la intercesión de ella. La Hermana Josefina me dio mucha confianza al decirme que todas las hermanas estaban pidiéndole a María Crescencia que intercediera por mi sanación, y me alentó añadiendo que Crescencia iba a sacarme adelante.

Las personas que me visitaban debían colocarse barbijo y guantes, lavarse bien las manos con un producto especial y, como las visitas debían ser cortas, la Hermana Josefina tuvo que retirarse también.

Los análisis de mi médula y mi sangre fueron revisados primero por el grupo de los cinco hematólogos del hospital Británico, luego las muestras o parte de ellas fueron enviadas a la Academia Nacional de Ciencias médicas, al Hospital de Clínicas y a un Instituto Hematológico especializado. Todos los organismos analizaron la sangre y médula y todos coincidieron en que se trataba de leucemia aguda mieloide, es decir referida a los glóbulos blancos y de diagnóstico grave.

Así me lo comunicaron cerca de la noche: los médicos, estando mi familia conmigo, me informaron que todo estaba confirmado y que inmediatamente comenzarían con la quimioterapia. Me inyectaron suero para estar correctamente hidratado y me dijeron que descansara bien, porque a la mañana siguiente comenzaríamos con el tratamiento.

Mis padres estaban conmigo y por supuesto muy angustiados por la confirmación de los diagnósticos. Ellos no eran de práctica cristiana consecuente; con Leticia les tratamos de explicar que todo era para nuestro bien y que tuvieran confianza en Dios porque Él no falla nunca. Como petición personal, les pedimos que rezaran juntos por mí y que el domingo fueran a Misa. Ellos cumplieron al pie de la letra lo que les pedimos y, más aún, hicieron promesas personales; por un largo tiempo, no faltaron casi nunca a su compromiso. Mi padre, un día, al yo estar bien, con lágrimas me confesó que se había reencontrado con una iglesia diferente a la de 40 años antes y que realmente disfrutaba de esas Misas que antes había rechazado tanto. Mis padres son hoy otras personas: con más fe y con más práctica cristiana y esto se lo debemos a la intercesión de María Crescencia y a la respuesta de Dios ante su pedido pues mucho habló la Hermana Josefina con mi padre un día antes de que me dieran el alta, dado que él hacía el seguimiento de la obra del colegio y la hermana le pidió muy especialmente que le rogara a Crescencia por todo aquello que lo estaba angustiando y por su propia fe. Mi papá hoy tiene 86 años y están ambos bien de salud, a pesar de la edad.

El otro episodio importantísimo de ese día fue que alrededor de las 20 hs. vino a visitarme el esperado Padre Anselmo y con él pude confesar mis pecados una vez más, recibir la unción de los enfermos, indulgencia plenaria y la comunión. En los seis días que estuve internado, me confesé tres veces con el Padre Anselmo y comulgué todos los días menos uno. Cuando se fue el Padre esa noche, me quedé con muchísima paz interior, lo cual me sirvió para comenzar mis oraciones, el Rosario y la lectura de la Palabra. Las respuestas que Dios me daba con la Biblia en esos días de internación, eran muy duras. Yo buscaba consuelo en la palabra de Dios y Él me presentaba lecturas relacionadas con mi purificación personal, penitencia, conciencia del pecado, que me llevaban a la reflexión y análisis de mis propias actitudes, lo cual me sirvió para las confesiones de los días siguientes.

 

Viernes 31 de julio

Luego de hacer mis oraciones primeras y tomar mi baño, verificaba que el sangrado de mis encías estaba disminuyendo un poco. Controlaba mi estado general y le agradecía a Dios la inmensa misericordia que tenía conmigo. Sentía en todo momento que el Señor tanto me quería que por eso me mandaba esto y yo tenía una confianza en Él, que aumentaba, hora tras hora. Por ejemplo, cuando oraba me venía a mi mente la imagen de Jesús entrando en el templo y destruyendo las profanaciones de los mercaderes. Veía cómo Jesús a través de la Eucaristía entraba en mi cuerpo y destruía todo vestigio del mal, de la misma manera que en varios pasajes del Evangelio vemos cómo sanaba a los enfermos. En mi corazón Él me decía: “Yo soy Jesús, tu Salvador, puedo entrar en ti a través de la Eucaristía y reconstruir tu cuerpo enfermo  para transformarte en algo totalmente nuevo y sanarte”. A medida que pasaban las horas esto se iba confirmando.

También ofrecía las cosas que vivía como nuevas: por ejemplo, tener que trasladarme portando la columna que sostenía el suero por toda la habitación y hacer malabarismos para usar los artefactos del baño. Pensaba en las personas con disminuciones motrices, aquellos que necesitaban muletas o elementos para trasladarse; valoré entonces mi libertad, mis piernas y brazos sanos, y me di cuenta de que nunca antes había dado gracias al Señor por esas cosas.

Durante las mañanas al despertar y después del baño, tomaba la estampita y reliquia de María Crescencia y las colgaba en mi pecho y así quedaban durante todo el día. El Rosario estaba en mi mano izquierda siempre. Cuando terminaba de rezar, comenzaba mi tarea de lectura, todos los días hasta las 11 hs. en que llegaba alguna visita.

A medida que iba leyendo ¨Vengo a sanar¨, me daba cuenta de que el texto de ese momento lo había vivido exactamente el día anterior. Por ejemplo: leía sobre la reconciliación y el día anterior me había confesado, leía sobre el perdón y el día anterior había perdonado a dos amigos con los cuales estaba distanciado y ante mi situación se acercaron a verme. Cuando leía sobre sacrificios personales o desprendimientos materiales, ya previamente habíamos decidido con Leticia entregar el diezmo, en el cual estábamos retrasados. Con respecto a esto, le pedí a Leticia que trajera una suma de dinero chico para entregarle a enfermeras, personal de limpieza, estudiantes de enfermería, empleados de laboratorio, mozos, etc., que entraran a mi habitación, ya que había podido admirar la vocación de servicio que tiene toda esta gente para con uno, y también le estaba agradecido a Dios por esos hermanos. Recuerdo que una enfermera adventista un día me preguntó si podía hacer una oración conmigo y juntos rezamos un buen rato y hablamos de Jesús. Otro muchacho que me traía la comida, un día me dijo:” ¡Qué lindo es entrar a su habitación, uno siente la presencia de Dios!” Y yo sabía que Él estaba conmigo.

Lo importante de esa mañana es que pasaban las horas y me hacían un análisis y otro análisis, pero la quimioterapia no comenzaba. A cada rato venían los médicos y me decían: prepárate porque ya comenzamos, ahora venimos, pero nunca aparecían con las drogas y nosotros nos poníamos más contentos y seguros de Crescencia.

Yo seguía aislado. La gente me venía a visitar: amigos, parientes, amigos de mis padres, compañeros, y todos se alegraban de ver nuestro estado de fe, aunque a veces cuando estaban conmigo lloraban un poco. Muchos hicieron promesas, como dejar de fumar. Mi primo hermano Guido Paternó prometió hacer una caminata por mí hacia la Virgen del Valle en Capital Federal; su mamá, mi tía, prometieron ir a ver a la Virgen del Valle en Catamarca. Pedro, muy amigo de mi padre que hacía varios años que estaba distanciado, con lágrimas en los ojos se reconcilió con mi papá. Le confesó que desde la muerte de su esposa no había podido derramar una lágrima, pero que con lo que me estaba pasando a mí, él se había acercado a Dios, luego de tantos años de búsqueda, equivocado en otra religión. Viendo la fe y la esperanza que teníamos y los resultados posteriores, se reconvirtió y encontró al Señor. Yo veía todas estas cosas y reafirmaba mi fe en la acción de Dios, porque, comprendiendo un poquito este misterio, daba gracias de poder ser herramienta de Él.

Como ya se estaba acercando la noche y las horas pasaban pero la quimioterapia no venía, la Doctora Shanley se acercó a la habitación junto con Laura Fernández de laboratorio y me explicó que no se comenzaba aun el tratamiento porque los análisis de las últimas horas los estaban confundiendo un poco. Por lo tanto debíamos esperar un poco más hasta que vinieran los resultados de los otros organismos, que confirmaran o no los de ellos. Así se hizo la noche y alrededor de las 20 hs. vino a verme la Doctora Mónica Puppo y me dijo: “Daniel, lamentablemente tendremos que hacerte una nueva punción de médula, porque estamos un poco confundidos con los últimos análisis que te hemos realizado”.

Al ver todos los objetos religiosos que yo tenía en mi mesa de luz, me preguntó si yo era muy creyente. Le contesté que sí y nos pusimos a conversar de las cosas de Dios. Llegamos en la conversación a coincidir en muchas cosas pero lo más importante fue que ella pertenecía al grupo de oración del Salvador, formado por el Padre Alberto Ibáñez, el sacerdote jesuita que nos casó, muy amigo nuestro y padre espiritual; no solo habíamos pertenecido como servidores de ese grupo de oración unos años atrás, sino que en la actualidad pertenecíamos a la comunidad Convivencia con Dios, también formada por nuestro querido ¨PA¨ (Padre Alberto). Hoy en 2016, ya tenemos treinta años de pertenencia a la Comunidad y nos hemos formado en esa maravillosa escuela de espiritualidad. Nos pusimos a hablar de los grupos de oración y de la Renovación Carismática y una vez que ella entró en confianza conmigo y Leticia se acercó a nosotros nos dijo: “Lo que les voy a decir no se lo digan a nadie, pero estás causando un revuelo enorme aquí adentro, Daniel, porque los análisis empezaron a cambiar paulatinamente y a medida que pasan las horas van desapareciendo todos los vestigios del cáncer. ¡Es un verdadero milagro! Es por eso que debemos repetir y hacer otra punción de médula, pero esta vez será en el esternón y yo misma te la voy a hacer”. Se paró junto a mí y me dijo: “¿Te parece que hagamos una oración?” y oramos antes y después de la punción.

Esto era espectacular: tener una doctora de nuestro lado, que viera las cosas desde de la fe: era un nuevo regalo de Dios, que confirmaba aún más que Él quería sanarme.

Quiero contar aquí, luego que pasaron ya 22 años de este encuentro, que seguimos amigos de Mónica. Hemos compartido momentos muy lindos con ella. El último fue su casamiento con Gustavo, una hermosa persona que se llevó a esta perla preciosa que es nuestra Doctora Mónica Puppo. Y aquí mi recuerdo y mi agradecimiento a quien tanto tuvo que ver en mi sanación. ¡Gracias, Mónica!

Al igual que en la punción anterior, le ofrecí al Señor mi sufrimiento y como antes, tampoco sentí dolor alguno. Algo sobrenatural estaba aconteciendo y por la misericordia del Señor, nosotros éramos protagonistas.

Todo era alegría entre Leticia y yo; todo se confirmaba y la acción de María Crescencia se hacía notar cada vez más. Yo me sentía iluminado y mis palabras hacia los demás lo corroboraban: la inspiración del Espíritu Santo se hacía notar en mis oraciones y conversaciones con Dios. Las lecturas de la Biblia, a través de la cual recibía la Palabra de Dios, ya no eran tan fuertes y reprensivas como al principio, cuando Jesús me hacía tomar conciencia de mis faltas y omisiones, sino todo lo contrario: eran alentadoras, como un bálsamo para mi sufrimiento, eran palabras de premio y confianza. Así pasó el día viernes, esperando el sábado de Gloria, que estaba seguro llegaría.


 

SANADO POR CRESCENCIA


Sábado 1 de agosto

La mañana del sábado fue como todas las demás, a diferencia de que los médicos se acercaban y me miraban diferente, como buscando el porqué de las cosas que ellos no se podían explicar, por ejemplo, vino el Doctor Tombeur y, poniéndose a mi derecha contra la ventana, me empezó a contar la historia de que su señora también había tenido cáncer en la piel y se había curado y que ella era creyente pero que él no y que muchas cosas no se podían explicar pero qué lindo era poder tener fe. El caso es que me enteré después que el mismo Doctor Tombeur, clínico que me recibió el primer día en el consultorio, cuando salí de alta del hospital comenzó a ir nuevamente a misa los domingos, diciendo que cuanto había pasado conmigo le había hecho remover muchas cosas en su interior.  

Otro ejemplo es el del Doctor Cereseto que ese mismo día se sentó en una silla a mi derecha, me miró fijamente y dijo: “Realmente, Daniel, creo que debés tener un Dios muy grande vos y que te quiere mucho”. Me palmeó la espalda, me volvió a mirar y se retiró. Lo que dijo era verdad, pero el mismo Dios también lo tenía él, aunque no lo había descubierto.

Los comentarios que se oían eran que todo estaba cambiando, pero nada oficial me llegaba a mí. Fue recién a las 14 hs. del sábado, mientras estaban en mi habitación Leticia, mi hermana y mi mamá, que entró el jefe del equipo, el Doctor Bullorsky y nos dijo: “Sáquense los barbijos, los guantes y todo, porque ya no hacen falta, levantamos el aislamiento”. Se sentó a mi lado y expresó: “Voy a tratar de contarles lo que está pasando, les pido personalmente disculpas por no haber venido antes, pero queríamos confirmar todas las pruebas”.

El caso es el siguiente. Yo soy un científico, un médico, que analizó médulas, sangre en el microscopio y elementos médicos en general. Los elementos son estudiados científicamente. No analizo seres humanos, no puedo fijarme en los hombres porque debo ser objetivo en mis análisis, pero debo decir que, a veces, la ciencia tiene cosas que no se pueden explicar; la medicina no es una ciencia exacta y lo que acaba de suceder trataré de explicárselo de la siguiente manera. Desde ese punto de vista, como les digo, y si me olvido de tu caso como si no te conociera, como si hoy viniera de otro lugar y me invitaran a visitar los enfermos de este hospital, conocer los estudios de cada uno y ver los elementos que tomamos en los análisis que te hicimos en particular a vos. Vamos a suponer también que me invitan a ver específicamente los casos de leucemia aguda del hospital, y si yo tomara en mi mano derecha los análisis de sangre y la médula del día jueves por la mañana y en mi mano izquierda la médula del viernes por la noche, análisis que han sido observados por los cinco hematólogos del hospital Británico, por los hematólogos del hospital de Clínicas, por los médicos de la Academia Nacional de Medicina y por el Instituto de Hematología, Oncología e Inmunología, yo tengo que decir que son de dos personas diferentes, pero nunca jamás de una misma persona; pero yo te conozco y te traté clínicamente desde el primer día que llegaste y te tengo que decir que el cáncer ha desaparecido totalmente. Yo no tengo explicación”.

“No existen más las células cancerígenas, tus glóbulos están perfectos, únicamente lo que queda es tu falta absoluta de plaquetas. Las plaquetas son las células de la sangre que hacen que esta coagule. Vos tendrías que tener trescientas mil plaquetas por unidad de sangre y tenés solamente diez mil, así que vamos a intentar subirte las plaquetas de la siguiente manera: tenemos dos caminos a seguir. El primero es inyectarte corticoides pero correríamos el riesgo de tapar o esconder con esta droga cualquier proceso cancerígeno en gestación o latente, y eso sería terrible para vos. El segundo camino y el que te propongo es aplicarte, durante mínimo una semana, varias dosis de gammaglobulina que te ayudaría a aumentar tus plaquetas y no tendríamos ningún riesgo de tapar cualquier mal en la sangre. Este tratamiento llevará no menos de diez días de aplicaciones continuas, vía endovenosa. Daniel está absolutamente fuera de peligro”.


Domingo 2 de agosto

Desde el día anterior todos vivíamos un gran gozo y alegría y esto se percibía en mis familiares y amigos. Muchos no entendían lo que estaba sucediendo, otros manifestaban que los médicos se habían equivocado y que era una barbaridad lo que habían hecho conmigo, pero otros, muchos otros, mis amigos de la Iglesia, las Hermanas del Colegio Nuestra Señora del Huerto y toda la gente de fe, sabíamos que Dios nuestro Señor había hecho de las suyas entre todos nosotros, para manifestar su infinita gloria y para hacernos ver que Él puede hacer todo y por supuesto aquellas cosas que son imposibles para los hombres.

Este día fue dedicado profundamente a la oración, muchos hermanos de comunidad y las Religiosas del Huerto vinieron a rezar conmigo y con los míos. Mi padre estaba bastante nervioso porque él perseguía a los médicos por todos lados y ninguno podía darle una respuesta acerca de lo que había pasado, lo cual lo llenaba de ansiedad e incomodidad con su sentido racional de las cosas. En realidad, toda la familia estaba un poco desbordada por los acontecimientos.

Mi papá increpaba a las autoridades del Hospital: “Les exijo un diagnóstico, pronóstico y tratamiento”. Y esto se lo repetía en forma continua. Este dato es importante para comprender y justificar el por qué hubo alguien dentro del hospital que hizo desaparecer toda la primera parte de la historia clínica y cambió totalmente el diagnóstico. No sabemos quién fue, pero creemos que lo hizo bajo la presión de un posible juicio por mala praxis por parte de mi padre.

Lo concreto es que por este hecho, nunca pudimos hacer que semejante milagro, concedido indiscutiblemente por la intercesión de María Crescencia, pudiera ser utilizado para su beatificación.  Dios tiene sus caminos y permitió este error siendo un verdadero misterio. Por tal motivo, no puedo dejar de escribir estas páginas para hacer honor a la verdad y aportar un granito de arena acrecentando la fe de mis hermanos en Cristo. La prueba de semejante hecho quedó plasmada por un lado en la desaparición de hojas de la historia clínica, la incongruencia en la cronología de los hechos de las páginas que quedaron sin destruir y fundamentalmente en el testimonio personal de las personas pertenecientes al Hospital Británico que atestiguaron ante nosotros el hecho acontecido y a quienes les hemos asegurado mantener la reserva sobre sus identidades, por respeto a sus personas y para preservarlos de cualquier acción en su contra.

Volviendo al relato, Leticia y yo estábamos convencidos de que María Crescencia había intercedido ante el Señor para que obrara el milagro de mi sanación; pero todavía no estaba completado totalmente, porque debía recibir las múltiples dosis de gammaglobulina por una o dos semana completas. Yo casi no tenía sangrado en mi boca y pensaba para mis adentros que la gammaglobulina estaba de más, que María Crescencia intercediera para subir mis plaquetas sin esta droga. El Señor, estando en oración me contestó lo siguiente: “La gammaglobulina también es obra mía y yo te la mando para que te cures más rápido. No debes ser tan vanidoso. Debes saber reconocerme también en las manos de tus médicos, porque yo también estoy en ellos y en sus remedios”. De esa forma acepté recibir la droga, que recién me fue aplicada el lunes por la noche.

Lo más importante de este día domingo fue la oración nocturna. Fue una oración muy profunda que trataré de recordar porque el Señor me reveló y me regaló muchas cosas. El padre Anselmo no estaba los Domingos en el Hospital, pero tuve la hermosa sorpresa de que mi cuñado Norberto me trajera a una de las Hermanas Hijas de San Pablo que me suministró el sacramento y así pude recibir a Jesús en ese día tan especial. Rezamos el santo Rosario con lectura de la Biblia en cada misterio y con la imagen y reliquia de la Hermana Crescencia, como de costumbre, sobre mi pecho. Fue hermoso ver como la Virgen María me acompañaba en la oración y yo sentía su presencia. Luego comencé a alabar a Dios con oración espontánea y fue cuando siendo aproximadamente la una de la madrugada estando acostado, sentí un fuego intenso que corría por todo mi cuerpo, desde la punta de mis cabellos hasta las uñas de mis pies; subía y bajaba en forma continua y yo sentía en mi interior que el Señor estaba sanando totalmente mi enfermedad. Lo sentía con la seguridad de una verdadera revelación. Es difícil de explicar, pero yo estaba totalmente seguro. Empezaron a venirme a la mente imágenes del pasado, Jesús me las mostraba y me decía: “En estas cosas de tu pasado está el origen de todo tu mal y te lo estoy mostrando para que lo sanes en tu interior y lo conozcas”. Cuando cesó ese gran calor, yo quedé con la absoluta convicción de que ¡Dios me había sanado! Lo único que necesitaba urgente era un sacerdote para confesar una vez más mis pecados, aquellos que Jesús me había mostrado en la oración y así reconciliarme aún más con Dios. Pero esto era imposible, porque era la madrugada, alrededor de las tres de la mañana y no podría encontrar ningún sacerdote a esas horas. Pero una vez más ocurrió el milagro. Me quedé dormido y ya al amanecer, eran alrededor de las 5 hs. y me desperté pensando que el Padre Anselmo vendría recién en el día o por la noche. Una vez más Jesús me demostró que para Él no hay imposibles. Alguien golpeó mi puerta alrededor de las 7 hs., entró en mi habitación y me dijo: “Hola Daniel; pasaba justo por aquí, nunca vengo en este horario, y quise saludarte”. Era el querido Padre Anselmo.

¡No lo podía creer! Me emocioné mucho por este nuevo mimo de Jesús y así confesé por tercera vez y el Señor se llevó, con la intercesión de Crescencia, mi pecado revelado en esa noche sanadora.

 

Lunes 3 de agosto

La visita del Padre Anselmo fue providencial y me confirmó una vez más que Dios estaba conmigo. Sentí una gran liberación luego de la confesión y pude hacer mis oraciones de la mañana como todos los días, ahora sí con un gran sentimiento de alegría y emoción en mi corazón, porque estaba viviendo en carne propia la buena nueva del Evangelio y las promesas de Nuestro Señor.

Todo el día fue un desfilar de amigos y parientes que venían a visitarme sin poder creer lo que estaban viendo.

Se acercó Leticia y le dije: “Leti, ¡estoy totalmente curado!”. Yo lo sabía perfectamente en mi interior, no tenía ninguna duda al respecto. Lo mismo le dije a mi papá, pero él me contestó: “Dani, vamos a seguir con el tratamiento, porque todavía tenés que levantar las plaquetas que no tenés. Todavía tienen que darte la gammaglobulina”.

Por la tarde me indicaron que me traerían las dosis de gammaglobulina. Por la noche, me repitieron que sería un tratamiento no menor a una o dos semanas de administración de la droga y que luego veríamos cómo evolucionaría el nivel de plaquetas en mi sangre y me adelantaron que seguro tendría náuseas, mareos y otros síntomas parecidos, pero que no me asustara puesto que estaría asistido permanentemente.

Fue alrededor de las 20 hs. cuando ya se habían ido todos, me inyectaron en la canalización del suero el primero de los ocho frascos que recibí esa noche. Cerca de las 22 hs. entró el Doctor Bullorsky ya sin su guardapolvo de médico, con sus manos en los bolsillos, se asomó en la puerta y le pregunte qué hacía tan tarde, todavía en el hospital. Me contestó que ya se marchaba para su casa y que no quería irse sin visitarme y ver como estaba. Revisó todos los elementos que me estaban suministrando, me volvió a mencionar la posibilidad de alguna descompostura y luego me miró a los ojos ya en la puerta cuando se estaba despidiendo y me dijo: “Campeón, esta noche no me podés fallar, mañana tus plaquetas tienen que haber empezado a subir”. A lo cual le contesté: “No tenga la menor duda que así será”.

Debo decir que no tuve ningún tipo de mareo o sensación importante para mencionar, solamente un gran cansancio y me mantuve despierto hasta las dos de la mañana, orando todo el tiempo, hasta que terminaron de circular por mis venas los ocho frascos enteros. Luego de eso, completé la noche durmiendo, a la espera de los resultados el día siguiente y descontando el primer día de los posibles catorce que me quedaban de tratamiento en el hospital.

 

Martes 4 de agosto

El día transcurrió en forma similar que los anteriores, pero a las 16 hs. entró en mi cuarto el Doctor Bullorsky y con una gran sonrisa me dijo: “¡Daniel, no lo puedo creer nuevamente! Tus plaquetas están perfectas, levántate porque te vas a tu casa”.

Leticia, que estaba conmigo, le dijo: “Doctor, yo no quiero llevarme a Dani hasta que termine todo su tratamiento, usted dijo dos semanas y pasó solamente una noche de aplicaciones”.  

Bullorsky le contestó: “No tengo ningún motivo para retenerlo en el Hospital y no puedo justificarlo ante la obra social. Daniel, ¡Te vas!”.

Los saltos que pegábamos eran muy grandes, las lágrimas se confundían con las sonrisas y los besos, los abrazos, la alegría incontenida.

Aquel médico que el primer día le había expresado a mis padres que había que estar preparado para lo peor y que no esperaran nada bueno del resultado de la enfermedad, hoy les pedía a ellos y a nosotros en privado, que rezáramos mucho por su suegra que también tenía una enfermedad terminal. El médico había sido tocado por Dios y comenzaba a creer en los milagros.

Me estaba cambiando cuando entró un muy amigo mío, creador de nuestro grupo evangelizador Magníficat, Horacio Muñoz Larreta, y me trajo de regalo, esperando verme acostado todavía, el libro "Jesús está vivo" del Padre Emiliano Tardiff. ¡Yo ya sabía que Jesús estaba vivo!, muy vivo entre todos nosotros, seguro con María Crescencia a su lado. Hoy seguimos cantando con Magníficat las grandezas del Señor y la amistad con Gachi y Horacio sigue bendecida por María Santísima con frutos hermosos para nosotros y para la Iglesia, como les contaré más adelante.

Cuando regresé a casa, el teléfono sonó en forma ininterrumpida por una semana. Casi no podía descansar, pero fue maravilloso poder dar testimonio cientos de veces, y espero poder hacerlo con mucha fe, para la gloria de Dios y en agradecimiento a la Hermana Crescencia Pérez, hasta el último día de mi vida.

Hasta aquí el resumen exacto de lo que escribí como testimonio en esos días, luego del alta médica. Lo que continúa es mi testimonio de los días que siguieron, los meses y los años, como las memorias de mis días con Crescencia y el porqué de este humilde testimonio.



 

ENERO DE 1993

Memorias escritas en dicha fecha

Ya han pasado cinco meses de aquella maravillosa experiencia que el Señor me regaló para que yo viviese. 

En estos cinco meses han pasado muchas cosas en mi vida. Ha nacido mi hija, mi primera hija biológica, que también milagrosamente por intercesión de la hermana Crescencia, hoy podemos disfrutar. Se llama María del Rosario y su nombre se lo pusimos en la sala de partos de nuestro querido hospital Británico cuando nació, porque hasta ese momento pensábamos llamarla Milagros. Allí sentimos que teníamos que cambiar el nombre por el de María del Rosario. Ella es un testimonio viviente de la intercesión de Crescencia y de la Virgen en nuestra vida, dado que continuamente pedimos a ellas que intercedieran por la sanación de ambos para poder tener chicos, más allá de la maravillosa experiencia de la adopción de Tomi, nuestro primer hijo que para esta época ya tiene 3 añitos.

Estoy terminando el Colegio donde la hermana Crescencia solía pasear y barrer las hojas y hacer su trabajo con los niños. Mi familia cada día cree más en Jesús y su acción salvadora. Muchos se siguen acercando y me preguntan cómo fue, qué pasó y yo sigo hablando de Jesús y entregando las estampas de Crescencia. En todo este tiempo he podido ver cómo la acción de Dios por intermedio de la Sierva de Dios[3] ha ido sanando a multitud de enfermos y quiero en este momento hacer un poco de memoria porque son muchos los casos importantes, todo sucedió en este tiempo.  

Al salir del hospital quedamos muy conectados con la Doctora Mónica Puppo quien me hablaba telefónicamente y nos pasaba los nombres de los enfermos por los cuales ella quería que rezáramos y visitáramos. Quiero mencionar que cuando me fui del hospital también le dieron el alta a tres enfermos más de leucemia que se curaron casi simultáneamente como yo, y me di cuenta que cuando Jesús da, lo hace en abundancia y la gracia no es para uno solo sino para muchos.

Mónica nos pidió un sábado por la noche que rezáramos muy especialmente por una joven de 19 años llamada María Laura, que estaba internada con leucemia aguda en el hospital y después de haber pasado por el tratamiento de quimioterapia se encontraba muy grave, al borde de la muerte porque tenía una gran infección, producto del tratamiento. Todos suponían que no pasaría de ese fin de semana, su vientre estaba muy hinchado como el de una embarazada y tenía deposiciones muy grandes con mucha sangre, temiéndose una gran hemorragia interna.

Inmediatamente le pedimos a Crescencia su intercesión ante el Padre de los Cielos, nos comunicamos con la madre Josefina e iniciamos la cadena de oración con nuestras personas conocidas. El caso es que empezó a mejorar ese mismo fin de semana; luego, su estado fue estacionario. La visitamos con la Madre Josefina, le llevamos estampas de Crescencia, un libro de regalo donde hablaba de Jesús y sus maravillas. Ella me recibió personalmente una semana después, pero ya había recibido a la Madre Josefina y a Leticia, mi esposa. Al cabo de unos diez días se fue de alta y hoy está en perfectas condiciones de salud. Sus alumnos la recibieron con gran amor y pudimos constatar otro gran milagro por intercesión de la Hermanita del Huerto.

Otro caso digno de mencionar es el de Federico. Cuando Mónica nos llamó nos dijo que Federico había sido trasplantado pero que se estaba muriendo. Entonces hicimos lo mismo que en el caso anterior, orando y visitándolo con frecuencia. El caso fue increíble: al cabo de diez días Federico estaba corriendo por los lagos de Palermo.

Rezamos y visitamos también a Matías, de 4 años de edad, a Florencia de 3 añitos y muchos otros cuyos nombres no recuerdo en este momento. Todos enfermos graves de leucemia, todos sanados por la acción de Dios. Lo increíble del milagro fue que con la presencia de María Crescencia, NO QUEDÓ NINGÚN ENFERMO DE LEUCEMIA EN EL HOSPITAL BRITÁNICO. ¡Así, con mayúscula, lo cuento, porque ese milagro fue muy grande! ¡Cuando Jesús se presenta, cura a las multitudes y lo hace con gran misericordia y da para todos con su mano abierta sin reservarse nada! Como lo hizo con tanta gente en su tiempo, ¡pero su tiempo también es hoy! Una y otra vez más...


[3] Agrego, fuera del texto original del relato, hoy ya beatificada por Benedicto XVI.




 

OTROS HECHOS IMPACTANTES

Uno de los casos más impactantes que recuerdo es el del Doctor Guillermo Villanueva, un médico de Rosario muy importante porque tenía a cargo un hospital municipal en esa ciudad, para atención de niños carenciados y personas de pocos recursos. Él era una persona muy querida en el lugar, porque apoyaba la obra del hospital no solo con su trabajo desinteresado sino también con dinero, salvando las carencias de la institución. La madre Josefina me llama un día por teléfono, diciéndome que ella había estado visitándolo en Rosario, llevándole las estampas y la reliquia de María Crescencia y que este hombre deseaba conocerme a mí que había sido sanado de la misma enfermedad que él estaba padeciendo. 

Yo aproveché un fin de semana en que tuvimos en Rosario un casamiento de la familia y fui a verlo. Me encontré con una persona absolutamente entregada a la acción de la hermana Crescencia, tuvimos oportunidad de rezar juntos con su esposa en el Hospital Británico de dicha ciudad y él con lágrimas en los ojos, dijo tener mucha esperanza en su sanación a través de la Sierva de Dios. Al otro día volví a visitarlo con mi familia y me encontré con una persona aún mucho más confiada en su sanación y, como estaba con mi suegra Mita, rezamos nuevamente con él pidiendo la mediación de la hermana Crescencia. Al irnos le recomendamos cumplir los sacramentos. Esto lo veníamos haciendo con todos los enfermos, es decir que aprovechara todos los elementos que la Iglesia pone a nuestra disposición para luchar. Me enteré por una amiga de él, la Sra. María Luisa Bosco, que no comulgaba desde hacía mucho tiempo, pero que luego de nuestra visita pidió un sacerdote, se confesó y recibió el Cuerpo de Cristo.

El Doctor Villanueva tenía una leucemia que según los médicos era absolutamente incurable y solamente estaban esperando su muerte. Al cabo de diez días de orar por él, fue dado de alta con una curación muy milagrosa. Recuerdo que al visitarlo le dije: “Mire doctor, usted se va a poner bien y va a tener que visitar a la madre Josefina para darle su testimonio. Así que le conviene ya empezar a escribir”. Él me contestó que sin duda lo haría.

Es interesante mencionar que un sacerdote famoso de Rosario que tiene carismas de sanación ofreció ir a visitarlo y él rechazó argumentando que no quería que la gente se confundiera y pensara que la sanación había venido por su mediación y no por la intercesión de la Hermana María Crescencia. Los años siguientes continuó bien de salud. Falleció unos tres años después, producto de una recaída. Pasó varios años con alegría y salud, junto a su familia. Dios lo llamó, seguro que ya estaba muy preparado para partir.

Hubo otras sanaciones milagrosas y también otras personas que no sanaron, aparentemente, aunque no podemos nosotros juzgar, porque muchas veces la muerte en gracia de Dios es la sanación plena. No quiero dejar de recordar a Santiago, un chico adolescente, a Zulma, gran amiga y madre de dos hermosas hijas. Hoy ambos, Zulma y Santiago, están en el cielo.

Confieso que hemos llorado mucho por esto, sintiendo como si no hubiésemos hecho algo bien. El Señor es el dueño de la vida plena. Muchas veces queremos franquear el misterio, pero no nos toca saber ni cómo ni cuándo. Eso ya lo dice el Evangelio.



 

MIS DÍAS CON CRESCENCIA... Hoy.


En lo personal yo seguí yendo a los controles periódicos con mis médicos en el hospital, primero semanalmente, luego cada quince días y ahora, luego de veintidós años, anualmente. Al darme el alta me dieron para tomar preventivamente un corticosteroide llamado Deltisona B 40 mg. Luego fue reduciéndose la dosis hasta desaparecer totalmente y luego de tres meses, aproximadamente, no tomé absolutamente ninguna medicación. 


Hago vida totalmente normal y estoy trabajando sin inconvenientes, hago lo que normalmente hacía en mi vida anterior, con la diferencia de que ahora rezo más que antes y me tomo la vida de otra manera, sabiendo y recordando siempre, de dónde Jesús me sacó.

Deseo desde lo más profundo de mi corazón que mi testimonio sirva para muchas cosas y para mucha gente, pero lo que más deseo es que sirva para mantenerme unido a Cristo por el resto de mi vida y que pueda rendir cuentas ante Él y un día ver su rostro glorioso sin haberme olvidado en toda mi “vida” a quién le debo mi “vida”.

Hoy ya tengo 58 años. Tenía 34 años cuando caí enfermo y Crescencia intercedió en mi sanación.

Quiero en esta parte final, contar hechos que parecen aislados, pero que en el correr de mi vida, pude descubrirles el hilo conductor, para poder asegurar que Crescencia ha estado siempre con nosotros y fue el artífice de grandes cosas en mi vida y la vida de quienes me rodean. Estos hechos parecen casuales, pero que si los miramos con los ojos de la fe, podremos descubrir a un Dios que planifica y diseña nuestra vida.

Leticia ha estudiado en el Instituto del Huerto de la Avenida Independencia y Rincón. Allí se ha formado y como verdadero regalo, ha entregado su vida a nuestro matrimonio y a la crianza de nuestros tres hijos.

Tomi, ya en el último año de Arquitectura, Rosario se recibe pronto en la carrera Administración de Empresas y Juan comenzó Arquitectura Naval, ya está en segundo año y en Julio ¡SE CASA! ¡Todos encaminados con sus estudios!

Otras manifestaciones notorias de la acción de Dios y de los milagros de Crescencia fueron estos:

A los pocos días de haber tenido el alta, recibo a la noche una llamada telefónica de una persona que no conocía.  Atendió Leticia y cuando ella le pidió su nombre, dijo: “Soy el sobrino de la tía”. ¿Quién era esa persona misteriosa? Soy el Padre Carlos Pérez, dijo, Rector del Santuario de San Nicolás y quisiera hablar con Daniel, ya que me he enterado del gran milagro que Crescencia le ha regalado. Tuve una conversación muy amena con quien luego sería un gran amigo nuestro.

Poco después fuimos a San Nicolás, porque el padre Carlos nos invitó a conocer la obra y a conversar sobre todo lo ocurrido. Con el tiempo, terminé trabajando en el equipo de arquitectos del Santuario por tres años, para ordenar la obra, cambiar las empresas y mejorar los contratos. Pensé, con el tiempo, si la Madre no habrá querido llamar mi atención y llevarme de esa manera a la obra de San Nicolás, porque el trabajo que se hizo fue muy importante y si no hubiese sido por Crescencia, jamás hubiera llegado a trabajar en este proyecto y aportar mi granito de arena.

 

Por ese tiempo, consideraba que hay tanta relación entre Pergamino y San Nicolás, como entre Crescencia y San Nicolás: la madre Josefina, superiora del Colegio del Huerto, -donde yo estaba trabajando- y vice postuladora, en ese momento, de la causa de beatificación, me comentó que, la hoy Beata, en varias oportunidades se presentaba a la vidente Gladis Mota, junto a la Virgen. Hoy, que Crescencia está en los altares, no solamente en San Nicolás, sino en muchas otras iglesias, el pueblo de Dios puede venerarla ya junto a la Madre, pero en ese momento su relación directa con San Nicolás era todavía desconocida para casi todos.

Recordemos que a mí se me presenta la enfermedad al volver de San Nicolás, luego de visitar a la Virgen, allí mismo. ¡Todo un signo! Luego terminé trabajando en San Nicolás, en una tarea muy importante para la Virgen, como acabo de describir.

María Crescencia murió a los 34 años de edad y fue encontrado su cuerpo incorrupto 34 años después. Yo contraje mi enfermedad a los 34 años de edad y “casualmente” María Crescencia fue beatificada el 17 de Noviembre de 2012, justo el día de mi cumpleaños y exactamente veinte años después de mi sanación: otro signo, otro mimo del Señor y tal vez Él quiera mostrar todo esto para que sepamos ver en los hechos, cuánto va haciendo secretamente con nosotros en pequeñas cosas de la vida, ¡que al final serán grandes, muy grandes cosas!

Pequeñas cosas, como el uniforme de colegio que muchos años antes, Leticia, mi esposa, vistió durante su época de estudiante en el Huerto. Pequeñas grandes cosas que solo las vemos cuando pasamos la película de nuestra vida y descubrimos cómo los hechos se van uniendo, cosiendo y vinculando uno a uno.

No podíamos tener chicos y Crescencia nos regaló con su intercesión tres hijos preciosos.

Queríamos tener una casa algún día y no podíamos, porque no llegábamos a reunir el dinero, pero en el año 1993 le encomendamos la tarea a ella para que nos ubicara una casa en Caballito, el barrio que más nos gustaba. Durante muchos años habíamos intentado pero sin éxito. Pero, inmediatamente de haberle pedido a ella, pudimos lograr nuestro sueño y comprar la casa que ahora seguimos teniendo, al año 2014. Fue, sin duda, otro milagro de Crescencia en nosotros. ¡Uno más!

Nuestra casa tiene una placa en la fachada, que lleva el nombre de MARÍA CRESCENCIA. Y todo el que pasa puede ver su nombre, reconociendo a quien tal vez llegue a ser la primera Santa argentina.

No quiero dejar de agradecer, aunque solemos olvidarnos de las gracias recibidas y caemos en la omisión de reconocer la gratuidad del amor de Jesús en nosotros y en la obra de los santos.

El gran mérito de María Crescencia Pérez, han sido sus virtudes heroicas y ellas son nada menos y nada más que su vida sencilla como simple Hermana del Huerto.

¿Cuál es el mensaje de Crescencia, plasmado en su ejemplo de vida?  Ella quiere llamar nuestra atención para que aprendamos a vivir en la simpleza, en la humildad del quehacer diario, para santificarnos como ella en nuestro estado propio, como padre de familia, como mamá, como ama de casa, como simple trabajador, como maestra de labores; como en mi caso, como en tu caso, con lo que somos y hacemos rutinariamente, con amor entregado a Dios, cada día.

Ese es el verdadero secreto y el mensaje de Crescencia, plasmado en la gran cantidad de milagros obtenidos por su intercesión. Ella nos susurra en el corazón que vale la pena intentarlo, vale la pena luchar en la familia, vale la pena creer que la pobreza y lo sencillo es lo más grande y superlativo en este mundo complejo.

Así como ella llamó la atención casi solamente con su perfume de violetas que  dejó como signo el día de su muerte terrenal, hoy también ella vuelve a llamar la atención con el milagro de mi vida, con el milagro de la vida de mi familia, y también ¿por qué no? desde ahora, con el milagro de tu propia vida y la de tantos otros que quieran imitarla.

Quise titular este pequeño libro testimonial “MEMORIAS DEL MILAGRO, SANADO POR CRESCENCIA” y hacer memoria en este testimonio de lo que han sido MIS DÍAS CON ELLA. Estos días que no sé cuándo realmente comenzaron. Tal vez, con Leti en su escuela primaria y seguro que nunca, nunca terminarán, hasta que un día la pueda encontrar y darle gracias por su intercesión, junto con mis seres queridos, junto a Jesús y María, allí donde todo es paz, amor y alegría.



 

TAMBIÉN ESTÁ MARÍA

En estas líneas, quiero simplemente hacer un pequeño resumen de lo que denomino también, MIS DÍAS CON MARÍA, donde quiero resaltar de la misma manera el hilo conductor que todos podemos descubrir si analizamos nuestra propia vida y vernos lo que la Virgen, como intercesora ante Jesús, realiza en nuestras vidas.

María vive en nosotros como Madre, iluminando nuestro camino, estando con nosotros día a día, casi sin darnos cuenta.

Quiero recordar las palabras de la Hermana Josefina cuando hablé de este tema, y de la relación de María con Crescencia y ella me dijo: “Nuestra Madre se aparece a la vidente Gladis Motta muchas veces con la presencia de María Crescencia”.

Esto me da la pauta de que María como Madre de Jesús estuvo presente en el momento justo en que el Señor elige por su misericordia, someterme a ese trance de mi enfermedad para su mayor gloria. Es decir, que María  me recibe en San Nicolás, y me bendice para que recibiera esta enfermedad con toda la gracia que Jesús ya tenía pensado en su infinito amor.

La Virgen ya está presente en mi vida antes de contraer la enfermedad y nos regala la gracia de vivir todo esto justo en el mismo momento en que la visitamos en San Nicolás. María, presente en mi vida como verdadero milagro.

María ya había estado presente cuando conocí a Leticia, mi esposa, gran devota de la Virgen, junto a nuestra querida Mita, ambas grandes promotoras del Rosario, misioneras de la Virgen.

Leticia, quien estaba consagrada a María, me invita a consagrarme también y a participar en el grupo Magníficat, donde hoy estamos trabajando mucho en la evangelización de las almas a través de la música, con un espíritu totalmente mariano inspirado en los mensajes de San Nicolás y Medjugorje. Además, con Leti no dejamos de propagar la Convivencia con la Sagrada Familia[4] y de vivir cuanto aprendimos en la Comunidad Convivencia con Dios, para tender a la unión con Él.

Es María, a través de la advocación de la Madre del Huerto, quien me hace conocer a mi esposa y luego ella misma, me invita a conocer a las Hermanas del Huerto y realizar la obra que me tuvo como arquitecto al momento de mi enfermedad. María, siempre María.

Muchas veces no nos damos cuenta de la presencia de Dios en nuestras vidas. Estamos ciegos, o no vemos aun viendo, y no podemos descubrir los permanentes milagros que ocurren en nosotros y alrededor nuestro. Estamos muy acostumbrados a correr y correr sin detenernos a observar la acción de Dios en nosotros. Y yo era el primero.

Durante mi internación, recuerdo perfectamente el momento exacto en que sentí la sanación total de mi enfermedad: justo aquella noche que ya les describí y que me hizo encontrar rezando tarde en la noche o temprano en la madrugada, cerca de las 2 de la mañana cuando rezaba mucho acostado con la imagen de la Virgen María de Schoenstatt sobre mi pecho, imagen que me trajo Mita, la mamá de Leticia y que todavía tengo en casa al lado de la puerta de entrada. Un cuadro de madera en forma de capilla con arco gótico muy común en todas las imágenes de esta advocación. Esta imagen me la trajo Leti al hospital y me acompañó todos los días.

Pero lo notorio, increíble y recalcable es que esa noche de mi sanación plena, yo rezaba el Rosario con la imagen y comencé a sentir ese fuego potente y profundo que ya les describí antes y que subía y bajaba por todo mi cuerpo. María estaba conmigo sobre mi pecho, yo la miraba y sentía la acción del Señor en esa oración profunda que estaba gozando. María me decía, en mi corazón, que tuviera fe y me revelaba al mismo tiempo los motivos reales de mi enfermedad. Me revelaba diferentes situaciones, momentos y cosas que debía cambiar, sanar y confesar, pero me daba la esperanza y convicción de que mirando sus ojos, a la mañana siguiente estaría totalmente sanado. Esto lo digo como testigo de lo que viví, y también de lo que escuché en testimonios similares, de otras sanaciones físicas que diversas personas vivieron antes y después de mí. Hoy puedo testimoniar con mi vida: muchos dicen haber sentido un gran calor, un fuego sanador que recorría todo su cuerpo: yo viví lo mismo, por lo cual hoy puedo asegurar que cuanto ellos dijeron ¡es real!

Me dormí esa noche con mucha paz y mucha fe y al otro día cuando apareció mi familia inmediatamente les comuniqué: ¡Estoy totalmente sanado! ¡Yo lo sé! ¡Estoy seguro! Y así fue.

Unos dos meses después, ya repuesto de todo, nacía mi primera hija biológica, María del Rosario. Tomás ya tenía dos años y medio. Habían sido los dos la razón de mi lucha y mi esperanza por sanarme. Y también Juan Marcos, quien no hubiera llegado al mundo si no hubiese ocurrido el milagro. No podía fallarles a los tres. Tampoco podía fallarle a Leticia que me acompañó en todo momento y llevó con hidalguía y entereza todo el sufrimiento y la incertidumbre de esos días.

Durante el parto, esperábamos el nacimiento de nuestro hijo y uno de los nombres que teníamos si llegaba a ser una niña, era el nombre de MILAGROS, porque realmente era un milagro de la Virgen, porque teníamos problemas de fertilidad y hacía ya ocho años que veníamos luchando para quedar embarazados. Habíamos realizado múltiples tratamientos y alguna operación también.

El 19 de Septiembre, también en el Británico, nos encontramos toda la familia, esperando el nacimiento de nuestro segundo hijo y primer hijo natural. Una hermosa nena nació del vientre de Leti.

Participé del parto, como es común en los papás hoy. Estaba con Leti, junto a ella y nos agarramos de la mano, pero había algo entre la mano de ella y la mía: el Santo Rosario de María.

El Rosario apretado era lo que nos sostenía en ese momento.

El nacimiento se estaba complicando porque el bebé no podía salir, estaba trabado en el canal de parto. Los médicos le dicen a mi esposa: "Ya no puede esperar más, Leti… No va a aguantar más tu bebé en esa posición y corre riesgo su vida...”.

Nos miramos y nos aferramos más al Rosario y comenzamos a rezar fuerte y pedirle a la Virgen, sabiendo que ella nos ayudaría.

Inmediatamente nuestro bebé nació y pudimos ver que se trataba de una niña, hermosa, como pueden ver en la foto en este libro. Hoy ya tiene 23 años.

Nos miramos y no dudamos al abrazarla de ponerle su nombre: MARÍA DEL ROSARIO, en honor a su Madre del cielo.

Pero la preferencia de María por nosotros y su amor incondicional no terminan allí.

La Virgen luego me llamó para trabajar en la Obra del Santuario en San Nicolás. Ella volvió a poner su mirada sobre mí y no sé por qué…

Una noche llama el Padre Carlos Pérez, y le dice a Leticia: "Habla el sobrino de la Tía", y nos sorprendimos mucho. Era el mismo Padre Carlos, Rector del Santuario de San Nicolás, como mencionamos ya, sobrino de María Crescencia.

Quería conocer al arquitecto del milagro. Demás está decir que nos hicimos luego muy amigos. Terminé siendo parte del grupo de los tres arquitectos que integramos durante algunos años más, la comisión de diseño y ejecución de las obras y todo gracias a la invitación de María. Muchas veces he pensado si la Madre no habrá hecho todo este lío de la enfermedad para que termine siendo uno de sus colaboradores. Lo digo con mucho respeto y con familiar afecto, porque no creo ser digno de nada para servirla, pero de hecho, logramos encaminar las obras y hoy podemos ver la obra casi terminada, aunque algunos años después me retiré por viajes al exterior. Por misericordia de Jesús, pudimos poner nuestro granito de arena.

Un par de años luego de mi sanación, tuve la oportunidad de vivir un acontecimiento muy hermoso cuando nos visitó Mariela, una chica de San Juan que vivía sus días en su provincia con la particularidad de tener alocuciones permanentes en oración con María.

Una amiga de la familia de Leti, nos invitó a que la recibiéramos en casa. Así lo hicimos y Mariela nos visitó en la casa de la hermana de Leticia, María Elisa. Estando con ella, nos pusimos a orar todos juntos en la habitación principal, ella se colocó una mantilla en la cabeza y estando todos presentes orando, comenzó a transformar su cara en una imagen celestial, su rostro se iba transfigurando a medida que orábamos y ella comenzaba a tomar algo así como la imagen humana de la Virgen María. En determinado momento comenzó a bendecirnos y dirigiéndose a Leticia que tenía en brazos a Rosario, le dijo: Estoy muy contenta de que esta niña lleve mi nombre y mi Hijo ha querido premiarlos mucho por la vida de Tomás y el gesto hermoso que han tenido adoptando a ese hermoso niño. Por tal motivo como premio le ha enviado a esta niña que hoy lleva mi nombre, María del Rosario.

Fue algo muy fuerte para nosotros. Pero eso no fue todo: luego de bendecirnos a cada uno, se dirigió a mí personalmente y me dijo: "Daniel, quiero contarte que tus ojos miraban al Cielo en forma permanente y tu fe ha hecho que mi Hijo tenga gran piedad de ti y Él te ha sanado….", para luego yo emocionarme y decirle en oración: “Te agradezco mucho, María, tus palabras y todo tu amor y estoy conmovido con lo que me has dicho. De rodillas le pedí especialmente diciéndole esto: “María quiero pedirte algo muy especial... Aumenta mi fe”. Ella, con gran ternura y mirándome a los ojos me dijo: la fe, está, simplemente hay que tomarla. Es un regalo de mi Hijo que está al alcance de cualquiera. Y concluyó… ¿Qué le dirán a mi Hijo cuando un día les pregunte: Vino mi Madre a estar con ustedes ¿y ustedes qué han hecho de sus vidas? ¿Cómo han transformado sus vidas después de esa visita? Nos quedamos muy impresionados y luego de esas palabras la Virgen en su persona, desapareció. Mariela volvió a ser ella…sin recordar nada de lo acontecido.

Muchas veces más María estuvo presente cabal y definitivamente en nuestras vidas.

La siguiente experiencia mariana fue la visita al Cerrito de Salta donde vivimos un momento muy fuerte de verdadera unción y bendición. Tuvimos la oportunidad de viajar con un matrimonio muy amigo, Ángel y Marcela y subir el Cerrito en busca del encuentro. Así lo hicimos y recibimos la bendición a través de María Livia, la vidente, que luego de pasar un día de oración profunda, nos dio la bendición de la Madre. Vivimos un día rezando junto a mucha gente que nos acompañó. Trepamos orando por varias horas. Rezamos el Rosario, y vivimos una experiencia única de verdadero fervor mariano. Sentimos que la Virgen nos había elegido una vez más, y nos invitó a encontrarnos con ella. Otra vez María con nosotros. Otra vez María en nuestras vidas, regalándonos su amor, su luz y su esperanza. La experiencia mariana, la experiencia de Dios es única y vale la pena conocer. Está en Argentina, no es Lourdes, Fátima, Medjugorje. Es Salta.

Hace dos años, en 2013, fue un año mariano por excelencia en mi vida y la de mi familia. Comenzó en enero con la gracia de realizar la "Convivencia con María", retiro de seis días de la comunidad Convivencia con Dios a la que pertenecemos Leticia y yo desde hace 30 años aproximadamente. En esa convivencia, en la ciudad de La Paz, entre Ríos, donde la Comunidad posee una casa de retiros hermosa, pudimos vivir una experiencia maravillosa con María esos días.

Como gracia especial en lo particular fue que a través de ella pude a mis 55 años, encontrar una sanación profunda de la imagen y relación con Dios Padre. Pude reencontrarme con mi padre del Cielo, y todo fue gracias y a través de la Madre de Dios y Madre mía. En el mes de marzo tuvimos la visita a la Argentina de Iván, uno de los videntes de Medjugorje y los organizadores de este evento, nos invitaron a nosotros, del grupo Magníficat que evangeliza a través de la música, a conducir el ministerio de música en los dos encuentros que se tuvieron con Iván en nuestro país. El primero fue en el estadio cubierto de Argentinos Juniors y el segundo en el Luna Park. En ambos tuve la gracia con el resto del equipo de cantar para la Virgen en presencia de Iván.  El mismo Iván al otro día de la última función, nos invitó a participar de un encuentro privado con él durante la visión que a las 18:40 hs. tiene todos los días. En la casa donde se encontraba hospedado, junto con otras personas, pudimos compartir la aparición privada siendo partícipes de semejante regalo de nuestra Señora: ella, Iván y nosotros, nadie más.

Siendo totalmente inmerecedor de semejante gracia, lo tomamos una vez más como un regalo maravilloso de la Madre que algo nos estaba queriendo decir con tantos acontecimientos marianos en tan poco tiempo en ese año. Durante esa estancia en Argentina y particularmente en esa oportunidad, Iván mencionó que María le había pedido muy especialmente venir a la Argentina a visitarnos y además, que esperaba mucho de nosotros como servidores y como pueblo. Agregó que no podía comentarnos todo lo que le había dicho, pero que la Virgen estaba muy contenta. Luego llegó a nosotros que la Argentina viviría una gran alegría pronto. Iván se fue al día siguiente y tres días después, fue elegido Papa el cardenal Jorge Bergoglio, Francisco. María nos anticipó y vino a nuestra tierra para bendecirnos antes y yo, junto a los míos, una vez más fuimos inmerecidamente elegidos para acompañarla.

Un gran misterio de amor casi incomprensible para nuestra pobre mente y pequeño corazón. Cuando le preguntamos por qué la Virgen lo había elegido a él y a los otros videntes, tan jóvenes y sencillos, Iván nos respondió y explicó a nosotros: “La Madre nos dijo que ella no siempre elige lo mejor”. Sin querer compararnos con ningún vidente de Medjugorje, ni mucho menos, la Madre también pensó en nosotros. Una vez más pensó en mi familia, que sin duda no somos los mejores. Por eso, vos también podés esperar que tu Madre también te elija a vos.

Un mes después, el último regalo de María en ese año fue permitirnos ir a Medjugorje a conocer su santuario.

Tan maravilloso viaje emprendimos con Leti, que pudimos peregrinar yendo a Roma, donde la Virgen nos regaló la gracia de ver tres veces al Papa Francisco, llevarle los libros de Doctrina de la comunidad Convivencia con Dios, y traer desde Roma la bendición papal, para la Comunidad y para todos sus miembros.

El viaje a Medjugorje fue realmente maravilloso. La misma traductora de Iván nos guió durante nuestro viaje y recorrimos todo con ella. Pudimos visitar a Mirhiana, otro regalo de María, sin duda. Nos recibió en su casa, pudimos conocer la casa de Vitka, conocer a su hermana, ir a Tijalina a venerar la imagen más hermosa de la Virgen y gozar de todas las gracias inmensas que nos dejó ese viaje en nuestro corazón, y las bendiciones maravillosas que trajimos para nosotros y todos los nuestros. Medjugorje, es sin duda, la tierra de María por excelencia. Fue encontrarnos con ella y decidir para siempre no separarnos de su protección.

María siempre con nosotros, María siempre en nuestro camino. Como María, también Crescencia lo está.

Nosotros siempre a su lado, ella siempre con nosotros. Mis días con ella… memorias del Milagro…



[4] Retiro corto para matrimonios, con la espiritualidad de las Convivencias con Dios.


  

UNA PALABRA MÁS

Uno de los últimos escritos de nuestro querido PA, (Padre Alberto Ibáñez S.J.) antes de partir al Cielo.


Hemos quedado llenos de unción al leer esta reseña que nos hizo vivir minuto a minuto la experiencia de una curación física, pero –sobre todo- de un encuentro con Dios.

Felices de nosotros que, como teníamos fe, pudimos seguir creciendo en ella gracias a tan fervoroso testimonio. Pero en este momento me acuerdo de tantos que levantarían su voz indignados:

-         ¡El milagro es imposible!

-         Los santos están muertos: no pueden conocernos ni hacer nada por nosotros.

-         Si yo quiero pedirle algo a Dios, no necesito la intercesión de ellos: Jesús es el único intercesor entre Dios y los hombres.

-         ¿A qué vienen los mensajes marianos? ¡Dios cerró su revelación en el Nuevo Testamento!

-         ¡Eso de endiosar a María o a cualquier santo bombardea al cristianismo!

 

¡Qué interesantes desafíos! Aunque por nuestra piedad no nos inquietan, necesitamos estar dispuestos a dar razón de nuestra esperanza (1Pe 3,15) y cultivar una fe sólida.

Como presupuesto de lo que Daniel ha dicho, vamos a sintetizar lo que las diversas Convivencias con Dios enseñan sobre estos cinco planteos.


1.   El milagro

Muchos científicos quedan empantanados con la primera objeción. Toda su mentalidad se funda en la solidez de las leyes naturales. No pueden hacer ciencia si las leyes funcionan según el gusto de Dios, una vez sí, otra vez no. ¿Qué respondemos?

Si yo suelto de mi mano un libro, sé que por la ley de la gravedad debe caer al suelo.

Pero, sin que esa ley sea modificada, esta vez el libro no cayó al suelo, porque otra persona estiró el brazo y lo arrebató, o una ráfaga de viento lo llevó volando a otra parte.

Puede haber ciertas intervenciones que impiden el efecto esperado.

En el milagro intervienen causas de orden sobrenatural, que las ciencias físicas no pueden afirmar ni negar. Solo pueden decir: en los límites de nuestros conocimientos, no podemos dar explicación.

Cuando se detecta una curación prodigiosa, la Santa Sede lo presenta a la comisión de científicos. Ellos, después de estudiarlo, podrán decir: “Ese caso constituye una verdadera enfermedad cuya curación supera nuestras posibilidades”. Después, una comisión de teólogos podrá añadir: “El hecho manifiesta signos de la intervención divina”.

En el caso que Daniel nos ha contado la comisión científica hubiera debido contestar: No queda excluida la posibilidad de error en la primera exploración, por la premura inicial, como juzgó el equipo médico que atendió el caso y realizó nuevos análisis.

Aunque no hubieran desaparecido los documentos, o se hubiesen reconstruido a partir de los datos que Daniel nos contó, la Comisión Pontifica no hubiera avalado el testimonio. Esa es mi modesta opinión.

Hay miles de “gracias” que suelen publicarse, como las demás curaciones que Daniel añadió. Estimulan nuestra devoción a los siervos de Dios y nuestro agradecimiento al Creador, generoso y providente, pero no sirven como prueba. A Dios no le molesta: ofreció otro milagro: María Sara Pane, diabética y moribunda por una hepatitis B, sanada de la noche a la mañana y que estuvo presente en la beatificación. Y nos deja, además, gozarnos con Daniel y los demás sanados.

 

2.   La vida eterna

Jesús y San Pablo nos prometen vida eterna. Dios es Dios de vivos (Lc 20,38), y cuando se desmorona esta morada terrenal tenemos una mansión eterna en el cielo (2Co 5,1; cf. 4,16s).

El libro “La vida eterna, nuestra esperanza”[5] expone con minuciosidad lo que en las diversas CcD vamos contemplando.

Cristo está vivo, glorioso junto con el Padre celestial, participando como hombre de la gloria que como Dios siempre tuvo, y nos hace participar de esa gloria.

Así como en la semilla sembrada, el cotiledón se pudre después que alimentó al embrión, en la muerte el cuerpo animal va a la tierra mientras el cuerpo espiritual, que desde el bautismo iba asemejándose cada vez más a la imagen de Cristo, podrá ser definitivamente transfigurado a semejanza de su Cuerpo Glorioso, y conocer como es conocido (Flp 3,21; 1Co 13,12).

 

3.   Intercesores

Jesús, Hombre-Dios, es el único intercesor entre Dios y los hombres (1Tim 2,5).

Pero él mismo ha querido asociarnos a su función. Los apóstoles pedían a “los santos” de su tiempo que oraran por ellos y por la Iglesia (1Tes 5,25; 2Tes 3,1; Rm 15,30), así como ellos también oraban por los demás (Col 1,9; Flp 1,4.19; 2Co 9,14; Ef 6,18; Tim 2,1).

Si cuando Pablo está en la tierra su oración es eficaz, cuando está con Cristo despojado de su cuerpo animal lo cual es mucho mejor, se comprende que esa participación en la intercesión de Jesús será mayor (2Co 5,8; Flp 1,23; 1Tes 5,10).

A la misión de Jesús, que vive para interceder por nosotros, ellos se asocian, no solamente prologando desde el cielo la intercesión de Él, sino también alentándonos con los ejemplos, palabras, escritos o instituciones que dejaron en la tierra. Después de siglos cada santo nos repite: “Sean imitadores míos, como yo lo soy de Cristo” (1Co 4,10; 11,1; Flp 3,17; 1Tes 1,6).

 

4.   Revelaciones privadas

El depósito de la fe que Jesús dejó en la Iglesia mediante la revelación pública, continúa siempre el mismo.

Pero Dios no ha perdido su derecho y capacidad de comunicarse con cada uno mediante sus inspiraciones o mediante profetas que nos hablen en su nombre.

Esta “revelación privada” no modifica aquel depósito. En esta forma, el Espíritu Santo nos recuerda lo enseñado por Jesús y nos lo hace actualizar o comprender mejor (Jn 14,26; 16,13). Casi todos esos mensajes se pueden sintetizar con la frase de María en Caná: “Hagan todo lo que Él les diga” (Jn 2,5).

San Pablo valora esas profecías de los cristianos comunes y les exhorta a que se dejen usar por el Espíritu Santo (1Co 14,3.5.29-31.39).

 

5.   Culto a los santos

Dios ha querido elevarnos al orden sobrenatural. Por la fe nos concede la dignidad de hijos de Dios y mediante nuestra vida divina (el ejercicio de esa gracia santificante) nos va haciendo conformes a la imagen del Hijo.

Ya en el Antiguo Testamento se ponderan las virtudes de ciertos predilectos de Dios. Eclo (Sir) 44-50 y Heb 11 nos presentara algunos en un “cuadro de honor”.

Pero, sobre todo, la gracia de Cristo nos modela como Cuerpo Místico, y nos hace un espíritu con Él (1Co 6,17; 10,17; 12-28), capaces de glorificarlo por toda la eternidad (1Tes 3,13; 2Tes 1,10; Apc 4,11; 5,13; 15,3; 19,1-9).

María pudo exultar de gozo porque Dios había puesto los ojos en su pequeñez. Y se atrevió a profetizar: “TODAS LAS GENERACIONES ME LLAMARÁN BIENAVENTURADA”.

Según las probabilidades humanas, esa profecía era irrealizable, absurda. ¡Tanta gente ha tenido sueños así, pero, cien años más tarde nadie se acuerda!

Nosotros somos testigos de que esa profecía por aquellos primeros siglos se transcribía en los manuscritos que hoy se conservan en los museos o en las ediciones críticas de la Biblia. Pero-sobre todo- somos testigos de que en el siglo XXI, a pesar de la mentalidad agnóstica y cientificista, esta generación también proclama bienaventurada a aquella muchacha de Nazaret.

Los agradecidos y los enamorados suelen usar ponderaciones que brotan de los sentimientos, no de la precisión lógica. Eso provoca rechazo, no solo en nuestros hermanos evangélicos sino también en católicos más racionales. El magisterio eclesiástico también reprueba esa “exageración de contenidos o de formas” (Lumen Gentium 67; Marialis Cultus 39).

Nuestra escuela pretende evitar el error por exceso o por defecto. Y con gusto lo repetimos cantando:

“Queremos hoy honrarte

como el mismo Dios te honró

y queremos amarte

Como Jesús te amó”.



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